Hay libros que, cuando llegan a tus manos parecen haber sido escritos especialmente para ti, como una especie de epifanía literaria en la que sientes que encontrarás algo que realmente valga la pena si permaneces en sus páginas. De repente alguien ha sido capaz de recoger esas palabras que no encontrabas para explicarte aquello que llevabas tiempo rumiando sin saber cómo exteriorizar. Esto es lo que ocurre cuando empiezas a leer Gozo (Siruela), la primera novela de Azahara Alonso.

"¿En qué momento mi vida empezó a ser accesible solo en vacaciones?", se cuestiona la narradora en la primera frase del libro. Una pregunta que, por alusiones, parece interpelarnos a todos aquellos para los que cada vez resulta más difícil escapar ileso de esta vorágine de hiper-productividad en la que nadamos desde que cruzamos esa frontera llamada madurez.

Azahara Alonso (Oviedo, 1988) es filósofa y poeta, y antes de estrenarse como narradora, la asturiana ya había publicado un libro de aforismos (Bajas presiones, 2016), y un poemario (Gestar un tópico, 2020). Sirviéndose de la sutileza y brevedad de quien domina el impacto del lenguaje poético, en su último libro Alonso es capaz de expresar con suma naturalidad reflexiones tan complejas como evidentes.

Portada de 'Gozo' | Siruela

Gozo es un relato cosido a base de ideas, historias y pensamientos en torno al uso del tiempo, donde el protagonismo geográfico de una peculiar isla al norte de Malta (la isla de Gozo) funciona como un inspirador escenario capaz de combinar metáfora y realidad.

Con el espíritu de un gran ensayo, esta novela se presenta con apariencia de crónica fragmentada, narrada desde la intimidad de un diario. "La historia es el hilo narrativo donde comparecen varios temas recurrentes que se podrían resumir en una especie de política del tiempo para hablar de la división entre el trabajo y el ocio, y lo que cada uno significa", explica la autora.

Alonso confiesa que la recepción de su Gozo ha generado "una especie de pequeña hermandad" entre los que estamos "aquejados del mismo mal, especialmente de una manera generacional", y cómo el libro ha servido para que surja esta conversación. "La respuesta está siendo de asentimiento, de una experiencia compartida por esa especie de 'enfermedad del mal tiempo'".

Antes de los 30, la cantidad de trabajos en los que hemos estado superan con creces a la que han tenido nuestros padres

La autora reconoce lo incómodo que resulta darse cuenta de que esas cosas que parecían certezas han dejado de funcionar. "Además de incomodidad lo que genera es mucha desorientación, porque de pronto no solamente hay que plantearse las preguntas, que ya es bastante duro, sino que tenemos que buscar respuestas a toda prisa". Alonso se refiere a esa pérdida de identidad que ocurre cuando el trabajo y la dedicación se convierten en un lastre que nos aleja de nuestra capacidad para disfrutar de la vida.

"Antes de los 30, la cantidad de trabajos en los que hemos estado superan con creces a la cantidad de trabajos que han tenido nuestros padres y no digamos ya de nuestros abuelos, que incluso tenían un oficio". Ella aboga por "mantener la vocación entre algodones", salvándola de un trabajo que termina por ser alienante por mucho que sea en lo que nos gusta. "A veces pienso que es mejor dedicarnos a un trabajo que nos permita sobrevivir, que no nos defina, pero que nos permita pagar las cosas vivir y tener un tiempo libre para lo que realmente nos apetece".

La escritora reniega de esa expresión que tan bien nos vendieron diciendo aquello de trabaja en lo que te gusta y no trabajarás nunca. "Parecía bastante cierta, pero ahora me suena a frase de Mr. Wonderful, incluso diría que es cuquismo esclavista".

El ocio se ha convertido en un reverso del trabajo

Otro de los temas tratados en el libro es la figura del turista. Alonso se sorprende del agobio que transmite la gente cuando está de vacaciones, "hay de todo, pero veo casos de auténtico agobio y pienso que esa gente preferiría estar descansando y no cumpliendo tareas, madrugando, saliendo pronto del hotel para que les dé tiempo a visitar todo lo que tienen que ver, etc. Creo que hay una diferencia sutil, pero que cada vez va marcándose más, entre tiempo libre y ocio. El ocio se ha convertido en un reverso del trabajo, seguimos cumpliendo con horarios para hacer lo que se supone que tenemos que hacer para divertirnos sin detenernos a pensar qué es lo que realmente nos divierte o qué nos permite relajarnos".

Y es que es cierto que cada vez parece más complicado desligar el ocio de la productividad, una tendencia anclada en la necesidad de aprovechar el momento. "Al final acatamos casi todo un poco por miedo, que es lo que nos mueve, miedo a no tener trabajo, miedo a aburrirnos, miedo a no poder disfrutar de nada".

La escritora asturiana reflexiona sobre el rechazo ante lo periférico, a la incomprensión de todo aquello que no responde al tipo de vida al que siempre se nos ha dicho que debemos aspirar socialmente hablando. "Hay cosas que canalizan las intenciones o los gustos de mucha gente, pero también queda fuera mucha otra que cumple lo mismo sin ganas, sin saber si es realmente lo que le gusta. Creo que algunas personas tienen la necesidad de conquistar esas otras formas de vida, que aparentemente no tienen un objetivo claro, porque no se organizan en torno al trabajo pero que tienen otros puntos fuertes, otras claves para realizarse".

Es precioso huir de aquello que nos hace daño

Uno de los temas recurrentes a lo largo del libro es ese irremediable deseo de estar en otra parte, algo que Alonso asocia a lugares geográficos concretos. "No solamente estoy hablando de escapismo, aunque siempre me ha parecido que hay algo de belleza en la huida, es precioso huir de aquello que nos hace daño. Pero me refiero sobre todo al enamoramiento de los lugares. En mi caso, hay tres o cuatro lugares en los que siempre deseo estar. El deseo de siempre estar en ese otro lugar que me fascina, pero cuando estoy en él deseo estar en el primero también".

Uno de esos paisajes capaces de ocupar un privilegiado espacio en el corazón de Azahara Alonso es su amada isla de Gozo. Lugar que, a partir de ahora, quedará guardado como un tesoro impermeable a cualquier tipo de envejecimiento o corrupción gracias al milagro de la literatura. Una suerte de libro que, al compartirlo con los lectores, pasa a ser un refugio para todos aquellos que en algún momento de su vida se han preguntado en qué momento su vida empezó a ser accesible solo en vacaciones.