Es imposible determinar dónde empieza y acaba la poesía. Probablemente sea uno de los géneros que más ha evolucionado a lo largo de la historia de la literatura. Mucho tiene que ver en esto que la maleabilidad de sus formas y significados sea directamente proporcional a la sensibilidad del ser humano. A veces solo estética, otras estrictamente emoción, casi siempre ambas al mismo tiempo. En verso o en prosa, caligrama o virtual, su versatilidad hoy en día es prácticamente infinita.
Podrían escribirse miles de tomos intentando descubrir el significado de la poesía, pero siempre se quedarían cortos en comparación con aquello que escribió Bécquer sobre una archiconocida conversación entre pupilas que terminaba con ese rotundo poesía eres tú. Y es que el impacto de la brevedad sensorial siempre será más efectivo que la mejor de las explicaciones racionales.
La poesía se hace en colectivo
La poesía, al igual que la música, se basa en la colaboración. Mientras los novelistas hacen de la soledad una necesidad, los poetas encuentran en el trabajo colectivo una de sus mayores fortalezas. Por eso, en la era de las redes sociales, la hiperconectividad ha favorecido la proliferación de una época dorada para este género. En la época de la brevedad y el impacto, donde las comunidades digitales han tomado el mando del debate, una generación de artistas interconectados ha conseguido abrirse camino y generar otras vías de expresión. No obedecen a un estilo predominante ni tampoco a unos rasgos comunes, lo que une a todos estos neo-poetas es su presencia y uso de las redes sociales.
Este boom literario lo han liderado en el mercado poetas influencers con estilos tan reconocibles como pueden ser Defreds, Redry, Miguel Gane, Marwan. Sin embargo, en el reverso entre lo comercial y lo trascendente también podemos encontrar perfiles como los de Elvira Sastre o Luna Miguel. Sastre lleva años siendo una de las escritoras preferidas por el gran público, manteniendo el respeto de grandes como Joan Margarit, que escribió el prólogo de su poemario La soledad de un cuerpo acostumbrado a la herida (Visor).
En el caso de Luna Miguel, se trata de una de las grandes referentes a nivel nacional y hace tiempo que usa el altavoz de su popularidad para promover y animar a talentos emergentes. Uno de esos ejemplos es el de Óscar García Sierra, quien en varias ocasiones ha reconocido que el apoyo de la poeta fue crucial para iniciar su carrera literaria. En 2016 publicó Houston, yo soy el problema (Espasa), un libro "escrito en las notas del móvil mientras estaba de fiesta encerrado en el baño" y el año pasado dio el salto a la narrativa con Facendera (Anagrama), siendo una de las mejores novelas que se publicaron en el 2022.
Los premios como trampolín e influencia
Aparte de las redes sociales y el networking tuitero, los premios de poesía siguen siendo uno de los grandes trampolines para que la frescura de las nuevas generaciones pueda convertirse también en prestigio e influencia. El Adonáis, el Loewe, el Generación del 27 y, por supuesto, el Premio Nacional de Poesía Joven Miguel Hernández. Este último ha encumbrado plumas como la de Berta García Faet, una de las poetas más influyentes del panorama. Lo ganó en 2018, por su poemario Los salmos fosforitos (ed. La Bella Varsovia).
En la estela de García Faet se encuentran poetas como Juanpe Sánchez López, una de las voces generacionales más destacadas desde que publicara su poemario Desde las gradas en 2021. En mayo publicará su próximo libro Superemocional (Contintametienes), prologado por Belén Gopegui.
De los versos callejeros a la ciberpoesía
Más allá de esos instagrameables pasos de cebra pintados por el Ayuntamiento de Madrid, la poesía callejera encuentra en Neorrabioso uno de sus paradigmas más reconocibles. Su versos adornan paredes, cubos de la basura y muros a medio derruir. La brevedad de sus sentencias inunda de imágenes las redes sociales con aforismos cargados de crítica social.
En el reverso de esta forma primitiva de publicación se encuentra la ciberpoesía. Una modalidad virtual que trasciende el lenguaje textual, creando nuevas formas de colaboración, expresión y difusión. Uno de los ejemplos es el Colectivo Aceleraditos, un espacio creado con el objetivo de visibilizar una «macroescena postgeográfica de autores que juguetean con las nuevas plataformas creando formas artísticas aceleradas». Participan en él poetas de ambos lados del Atlántico, donde en nuestro país destaca el madrileño Rodrigo García Marina.
Una comunidad unida y radicalmente heterogénea
Que las redes sociales se han convertido en el gran ágora de la poesía actual hace tiempo que dejó de ser una novedad. Las relaciones artísticas han trasladado el debate a internet y las fronteras geográficas ya no impiden un auténtico intercambio de ideas. Sin embargo, el paradigma ha cambiado, la colaboración ya no unifica la producción. Las generaciones se diluyen cada vez más y los estilos tienden a la personalización, resulta muy complicado hablar de escuelas y categorías.
La poesía actual evoluciona en muchas direcciones, mientras las tendencias se entrelazan y difuminan, y es que no hay que olvidar que siempre será el género más libre y vivo en la historia de la literatura.
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