La historia del siglo XX cabe en casi ocho metros de largo y tres y medio de alto. Esto es lo que mide el Guernica de Picasso, un cuadro cuya trascendencia ha sobrepasado el hecho histórico que dice representar, adquiriendo en sí mismo un mensaje tan poderoso y transversal como su valor artístico.
El Guernica ha sido capaz de contraponer pintura y política para crear un relato propio tan universal como particular. Pablo Picasso, el genio que sublimó el arte de la expresión, consiguió, a partir de un trabajo propagandístico, componer uno de los grandes hitos artísticos del siglo XX. Dos colores, el blanco y el negro, entre ellos, una variada gama de grises en los que cabe horror y belleza, desprecio y admiración, repulsa y adicción, impudicia y misterio. Una obra inmensa llena de recovecos en los que perder la mirada para encontrar un espejo en el que reconocer, sentir y experimentar el dolor de vivir.
Obra maestra del arte contemporáneo, el Guernica reconoce influencias que van desde Caravaggio o Guido Reni, en el caballo y la mujer gritando, hasta los brazos extendidos de Goya y la luz vangoghiana de la bombilla. Una estructura tríptica con seis figuras humanas y tres animales, en la que caben símbolos de La pietá, la paz rota o ese omnipresente toro que autorretrata al pintor malagueño al estilo de Las meninas de Velázquez. No en vano, Picasso, que fue director del Museo del Prado, ideó este gran mural para que ocupase un privilegiado lugar en la pinacoteca madrileña junto a la obra maestra de Velázquez y La familia de Carlos IV de Goya.
Pero lo verdaderamente fascinante de un cuadro como el Guernica es que, a pesar de que todo el mundo conoce su origen, su propagación como artefacto poético ha mutado tantas veces que es imposible acotar sus límites. El cuadro nació como un encargo de la Segunda República en plena guerra civil española, para la Exposición Universal de París en 1937. Se dice que el malagueño se inspiró en los bombardeos que la aviación alemana llevó a cabo sobre el pueblo vasco en Gernika, sin embargo nada en él puede identificarse con estos hechos de forma directa.
La intención del gobierno republicano era la de denunciar ante la comunidad internacional el levantamiento militar y provocar una acción directa por parte de las potencias democráticas europeas. Para ello, se confió, entre otros, en la habilidad expresiva de uno de los artistas españoles con mayor proyección internacional. Pablo Picasso recibió un pago 150.000 francos de la embajada de España en París, siendo la suma más importante percibida por el pintor hasta entonces, por el mural que sería el plato estrella del pabellón español.
Un Guernica peregrino que adquirió vocación universal
Su nacimiento en el exilio le otorgó un carácter ambulante gracias al cual, desde su primera presentación al público en el Pabellón de España en París, el Guernica protagonizó numerosos viajes por Europa y América antes de instalarse en el MoMA de Nueva York. Oslo, Copenhague, Estocolmo, Londres, Liverpool o Mánchester fueron algunas de las primeras paradas que realizó en su primera gira europea, después se instaló al otro lado del charco, donde visitó ciudades como São Paulo, Filadelfia o Chicago.
Antes de los años 60, el prestigio internacional del cuadro era innegable. La destrucción de la Segunda Guerra Mundial y la crisis existencial que vino después hicieron del cuadro una especie de aciaga premonición en la que los horrores de la guerra podían mirarse cara a cara sin perder una pizca de actualidad. El Guernica ya no era el Guernica, el cuadro se había convertido en el símbolo de un siglo marcado por la guerra y el fin de la razón.
Un arma de propaganda prácticamente inagotable
En una entrevista de 1945 con Jerome Seckler, Picasso reconoció que, no siendo sus obras simbólicas, solo el Guernica lo era y se trataba de una alegoría. Ese carácter alegórico fue el que hizo de su mural un arma propagandística con una capacidad de impacto realmente poderosa, por su condición de recordatorio pacifista y desgarrador.
La obra de Picasso se utilizó para denunciar el drama de la guerra civil española, pero también ha sido utilizada como instrumento contra la intervención estadounidense en Vietnam. La habitación que albergaba el Guernica era cita ocasional de vigilias antiguerra, reuniones que solían ser pacíficas, hasta que el 28 de febrero de 1974, el activista Tony Shafrazi desfiguró el cuadro pintando con un aerosol de pintura roja la frase «KILL LIES ALL» (Mata todas las mentiras). Afortunadamente el cuadro pudo ser restaurado sin mayores problemas.
A pesar de que el original se encuentra en Madrid desde hace más de 40 años, en la antesala del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas puede verse en sus paredes una replica del Guernica desde 1985. Su imagen también se utilizó durante la campaña contra el ingreso de España en la OTAN o para el No a la guerra de Irak en 2003. Uno de los últimos ejemplos de su uso como propaganda antibelicista fue el discurso de Zelenski en el Congreso de los Diputados para pedir solidaridad con su país: «Vivimos en abril de 2020, pero parece que sea abril de 1937, cuando Europa conoció a una de vuestras ciudades: Guernica», dijo en su día el mandatario ucraniano.
El papel "democratizador" del Guernica en la transición
Lo que no muchos saben es que, más allá de su poder simbólico, el Guernica también tuvo un importante papel para la llegada de la democracia a España. Su llegada al país significó para el Gobierno de Adolfo Suárez el "regreso del último exiliado", reflejo político y cultural del éxito de la transición. Aunque el cuadro pertenecía al Estado español, Picasso siempre dejó claro que su obra maestra solo llegaría a España cuando volviera la república.
Consciente de la quimera que esto significaba, su albacea, Roland Dumas (descendiente del escritor Alexandre Dumas) consiguió que el malagueño precisase que la condición sería cuando reinstauraran las libertades democráticas. Fue entonces cuando, después de la aprobación de la nueva constitución y la celebración de las primeras elecciones libres, se activó la maquinaria para que el cuadro llegara a España.
La hija del pintor, Maya, fue la más recelosa de los herederos. Maya confiaba en Adolfo Suárez, pero necesitaba pruebas efectivas de que España se había convertido en un país democrático, fue por eso por lo que el Gobierno se puso las pilas con las tramitaciones de leyes como la del divorcio, o poniendo medidas reales contra irregularidades que seguían produciéndose como las torturas en las cárceles.
Paradójicamente, el 23F y la respuesta ejemplar de las instituciones y la ciudadanía española acabó facilitando las cosas para que Maya Widmaier-Picasso diera su "sí" al traslado. Finalmente el Guernica aterrizó en suelo español el 10 de septiembre de 1981 y estuvo expuesto en el Casón del Buen Retiro.
Sin embargo, no todos fueron igual de condescendientes con la parafernalia de la que se acabó envolviendo este evento. Antonio Saura escribió el libelo satírico, Contra el Guernica, interpretando aquella agitación como una maquinaria destinada a llenar el vacío de una España culturalmente hambrienta. Una incendiaria declaración para denunciar la apropiación de un nombre, de una obra y de un artista.
Mancillado o no el valor artístico de la obra de Picasso por su utilización propagandística, lo que está claro es que ambas facetas le han servido para que hoy en día podamos hablar del Guernica como el cuadro más famoso del siglo XX. Pues como acertadamente dijo la gran historiadora de arte, escritora y crítica neoyorkina Dore Ashton: «el Guernica no es arte contemporáneo, es historia».
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