La simbiosis entre cine y publicidad ha sido una constante a lo largo de la historia de ambos medios. De hecho, el uno y la otra se sirven de la misma materia prima: imágenes, deseos e ilusiones, para crear un universo propio plagado de mitos e iconos de la cultura pop a los que adorar, envidiar e imitar. En este intercambio de influencias y papeles han participado realizadores de la talla de Scorsese o Polanski, poniendo su estampa personal a trabajos con firmas como Dolce & Gabanna o Prada.
Por eso, no sorprende que en el cartel del último trabajo de Pedro Almodóvar, Extraña forma de vida, los créditos insistan en destacar el nombre de una firma, Saint Laurent, y el de su director creativo, Anthony Vaccarello, por encima de todo. El esperado wéstern del manchego, protagonizado por Ethan Hawke y Pedro Pascal, ha sido presentado con éxito en Cannes y llega este viernes a las salas de cine españolas tras haber generado una gran expectación.
Sin olvidar su vocación comercial, Almodóvar aprovecha el envoltorio de la marca de moda para realizar un homenaje de bello corte a un género tan icónico como el wéstern. En Extraña forma de vida, dos viejos conocidos se reencuentran después de 25 años, con heridas aún por cerrar, cuentas pendientes y en bandos opuestos. Antaño compañeros y amantes, ambos deben lidiar con cuestiones como la defensa del honor familiar, el orgullo personal y la constante interrogación sobre por qué lo suyo no funcionó.
El realizador manchego echa mano de todos los tópicos del género americano por excelencia: el regreso del héroe, la inevitable voluntad del destino y los conflictos entre la moralidad y la ley. Jake (Ethan Hawke) es ese sheriff disciplinado, de carácter contenido y reservado, que guarda en su interior el dolor de un amor magullado. Silva (Pedro Pascal) representa la pasión caprichosa de quien sabe dejarse llevar, el pícaro bandolero que vive según sus propias reglas sin pensar demasiado en las consecuencias. Dos hombres atados entre sí por la soga de un pasado común y cuyas personalidades opuestas se esquivan tanto como se buscan.
En apenas 30 minutos, la interpretación cómplice de los dos protagonistas otorga a la película una profundidad más propia de un largometraje, generando una sensación de familiaridad y continuidad con la historia. Una sensación potenciada sin duda por la banda sonora de Alberto Iglesias, que se viste de solemnidad y grandilocuencia al volver su mirada hacia los clásicos, aquellos en los que los horizontes crepusculares emulaban la amplitud inabarcable del universo.
Estilo propio y referencias clásicas
Almodóvar se sirve de las típicas directrices clásicas, pero sin perder su esencia. Las influencias van desde Ford hasta Peckinpah, pasando por su admirada Johnny Guitar (Nicholas Ray, 1954), a la que ya homenajeó en Mujeres al borde de un ataque de nervios (1988). Cambia las rancheras por el fado (Estranha forma de vida), impregnando de esa saudade añorante y melancólica el tono del filme. También suaviza el carácter de dos tipos duros del oeste con sensibilidad y ternura, dejando que las miradas expresen lo que las palabras no pueden. Además, el manchego permite que la pasión se desborde en escenas fogosamente sensuales, como un dionisíaco flashback en el que los dos amantes se emborrachan en una bodega de vino y lujuria.
El director de Todo sobre mi madre siempre ha sido un esteta cuidadoso y detallista. Por eso no desentona la fijación que tiene este mediometraje por las texturas y los colores en el vestuario y el decorado. Ambos artistas, Almodóvar y Vaccarello, se complementan con un estilo erótico y minimalista, vistiendo a sus protagonistas con corbatas de cordón, botas de cowboy y vaqueros ceñidos.
Escrupulosa perfección
Y es que Almodóvar nunca fue un naturalista. Hasta la suciedad está medida. No hay rostros grises por el polvo, barbas mal recortadas o un pelo fuera de su sitio. Por eso, llama un poco la atención la escrupulosa perfección estética de de un reparto eminentemente normativo. Aparte de los veteranos protagonistas (cuyo atractivo es incuestionable), el resto de los personajes parecen modelos sacados de un catálogo de moda, entre los que se incluyen nombres como Manu Ríos o Sara Sálamo.
Aun así, en Extraña forma de vida, el cineasta manchego se estrena exitosamente en un género y formato inexplorados hasta el momento para él. Amparado por la industria de la alta costura y el lujo, donde puede permitirse seguir siendo él mismo. Almodóvar consigue trascender la publicidad con su arte, vistiendo de cine los diseños de Vaccarello para Saint Laurent, gracias a su particular forma de homenajear al wéstern de toda la vida.
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