Cuando la muerte se lleva a alguien tan vital, nos es más difícil creerlo. Hoy parecerá que la Tierra gira más despacio, y con menos energía. En el corazón de Suiza ha dejado de latir el de una auténtica reina mundial de la historia de la música. No, yo tampoco estuve en Wembley el día que dijo adiós a lo grande.
Comencemos por el final y vayámonos a sus últimos años. En un paisaje de ensueño vemos a la nacionalizada suiza en su casita Chateau Algonquin, frente al lago de Zurich. Fue al final una mujer feliz y enferma, junto a Erwin Bach, su admirador, amante y marido. En duelo y plenitud. Esa dualidad solamente era posible en ella. Bautista y budista. Rezaba y cantaba a la vez. Acumulaba tratamientos por un derrame cerebral, un antiguo cáncer intestinal, y con su riñón trasplantado, dijo durante el confinamiento que "la verdadera y duradera felicidad proviene de tener un espíritu inquebrantable y esperanzado que pueda brillar, sin importar lo que ocurra".
Esa es Anna Mae Bullock, la que parece invencible y luego te suelta que “no necesariamente quiere ser una persona fuerte”. Una vida terrible le enseñó su máxima en la vida: seguir adelante y esperar que lo siguiente ocurra. Ese fue el motivo por el que hizo tantas giras de despedida, incluyendo la que pasó como un huracán por Barcelona en 1990
Un golpe, tras otro golpe. No describo las palizas que le propinaba Ike, su primer marido y pareja profesional en los 60. Estamos solamente en estos últimos años en los que tuvo que despedirse en 2018 del hijo que tuvo a sus 18 y hace escasamente seis meses, del más joven. Nadie que no haya perdido un hijo sabe lo que es. Sin quererlo, siempre fue heroína. Aunque no necesitáramos que lo fuera, como cantó para la saga Mad Max.
Su mezcla de sangre cheroqui, navajo y afroamericana le dio sustancia a su físico imparable. Siendo una cría y durante la Segunda Guerra Mundial recorría diariamente kilómetros bajo un sol de justicia la que ahora se llama Autopista Tina Turner, para acudir a la Iglesia Misionera Bautista de Woodlwan. Se fortalecieron sus piernas, y su corazón. Soportó una madre que jamás le mostró cariño, y es bien sabido que su órgano vital sufrió todo tipo de engaños y maltrato por parte del que fuera “su descubridor” Ike. En lo musical, esa unión fue la primera noticia que tuvo el mundo de la que luego sería su reina. Go, proud Mary. Su primer éxito resultó ser de la Creedence Clearwater Revival.
Si algo tiene Mick Jagger es inteligencia. Supo ver en el dúo a los artistas invitados perfectos para su gira británica de 1966. Repitieron en 1969, y para entonces el público blanco de ambos lados del charco comenzó a prestar atención. Llegó su primer Grammy, al que seguirían vitrinas de reconocimiento masivo de crítica y público. Caballero de las Artes y las Letras, Estrella del Paseo de la Fama de Hollywood, Premio American Music, el Hall of Fame del Rock, Music of Black Origin Awards y hasta el Kennedy Center Honors. Se quedan cortos, y no siempre llegaron cuando eran necesarios. El verdadero infierno llegó a la vida de esta gran diva a puñetazos camino de un concierto en Dallas, con sucesivas cancelaciones durante finales de los años 70. No levantó cabeza, con discos en solitario que no gustaban, hasta que apareció en su vida un amigo guitarrista casi tan genial como ella: Mark Knopfler. De un descarte surgió el tema y álbum que devolvió a Tina al escenario. Private Dancer es claramente obra del escocés.
Este fue el verdadero punto de partida de la artista. Se concatenaban los éxitos, los álbumes, los premios, las giras mundiales y el mundo de la música se movía frenético al ritmo que marcaban sus musculosas piernas. Su voz ronca y potente, su magnetismo sexual y energía explosiva la convirtieron en el fenómeno que fue, y que ahora se nos fue. El resto es Historia.
No por evidente deja de ser cierto que se nos fue la mejor. Simply, the Best.
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