Siempre con un libro de combate en la cabeza, Federico Jiménez Losantos (Orihuela del Tremedal, 1951) se propuso en 2021 esclarecer los acontecimientos que sucedieron a la moción de censura presentada por Ciudadanos en Murcia en marzo de aquel año, y que desencadenó la convocatoria defensiva de elecciones por parte de Isabel Díaz Ayuso para desactivar una supuesta operación equivalente en la Comunidad de Madrid. El abrumador resultado a su favor la consagró como líder emergente, algo insospechado apenas dos años antes, cuando llegó casi accidentalmente a la Puerta del Sol. De paso, acabó con la carrera de Pablo Iglesias y clavó el penúltimo clavo en el ataúd de Ciudadanos como partido nacional.
Un problema ocular impidió a Losantos dedicar aquel verano a terminar el libro, y el contratiempo de salud favoreció un cambio de tema sobre la marcha: el ensayo trataría sobre la identidad de la derecha española democrática, la relación de los políticos conservadores con su base social y los complejos ideológicos impuestos por la izquierda y por la escuela de estrategia política establecida durante décadas en la planta noble de Génova por Pedro Arriola.
La estrepitosa crisis del PP que acabó con el liderazgo de Pablo Casado, precipitó el aterrizaje en Madrid de Alberto Núñez Feijóo y alfombró definitivamente el ascenso de Ayuso completó los ingredientes para confeccionar El retorno de la derecha (Espasa), un libro que analiza la trayectoria de la derecha democrática española.
El escritor, locutor y columnista, que cada mañana sigue marcando el tono de la conversación conservadora desde su muy seguido programa en esRadio, la emisora que fundó tras su salida de la Cope en 2009, se dio cuenta de que ninguno de los especialistas e historiadores de la derecha española "se habían ocupado de la derecha contemporánea y del problema básico, que son sus complejos. ¿Por qué la derecha ha cambiado siete veces de partido y la izquierda ninguna? Era algo que había que investigar. La aparición y desaparición de UCD, del CDS, de Alianza Popular, la Operación Roca, Ciudadanos, la crisis del PP y el nacimiento de Vox… Cuando la derecha social no se ha visto representada en esos partidos se los ha cargado sin vacilar", explica a El Independiente, durante una larga conversación en su despacho.
Pregunta.- ¿Qué diferencia socialmente a la derecha de la izquierda?
Respuesta.- La derecha tiene una serie de valores que son más civiles que políticos: la familia, la nación, la religión, el esfuerzo, el mérito, el ahorro, la propiedad. Son los valores católicos de base desde hace siglos en España. La derecha quiere conservarlos, y no le cuesta cambiar de representantes, porque para ella los partidos son accesorios, instrumentales. La izquierda, en cambio, es mucho más política, más moderna, cree más en la política para cambiarlo todo. Y se identifica más con el partido, porque el partido es su modelo de sociedad.
P.- Asegura que la derecha política española desprecia a su base social.
R.- Sus representantes políticos no entienden de dónde viene la derecha sociológica, que es del bando nacional, de la Guerra Civil y antes aún de la experiencia de la República. Los dos grandes partidos democráticos de la República, que fueron el Partido Radical y la CEDA, apoyaron a Franco desde el primer día. ¿Por qué? Porque los estaban matando. Es decir, pensaban que la República era contra ellos y que había que rebelarse. Ese apoyo demuestra que la derecha democrática estaba con el bando nacional. Esto Adolfo Suárez no lo sabe, porque Suárez no sabía nada de política. El primero que sabe algo es Aznar. Rajoy nunca ha leído nada ni se ha enterado de nada. Y esa incomprensión de la base social histórica de la derecha ha llevado a un desencuentro dramático. Los políticos no entienden por qué dejan de votarles. Rivera, por ejemplo, todavía no lo ha entendido, pero es sencillo: porque les ha traicionado.
P.- Este argumento implica reconocer una continuidad entre la derecha franquista y la derecha democrática que surge en la Transición.
"El bloque social de la derecha es exactamente el mismo que en la Transición"
A lo que más se parecen ahora PP y Vox es a la derecha democrática de la República, al Partido Radical y la CEDA. En España sucedió lo mismo que en Rusia: hubo una guerra civil entre blancos y rojos. Allí ganaron los rojos, aquí los blancos. Por supuesto, después de la Guerra solo podía haber una dictadura, pero muy peculiar. Asociar al franquismo, con el fascismo o el nazismo es una ridiculez. El franquismo obedece a la historia de España, a la historia de la República, de la Guerra Civil, y por lo mismo se extingue, y sus Cortes se hacen el harakiri, algo inimaginable hoy. Que una casta política que tiene todo el poder renuncie y se vaya a su casa es impensable. Y sin embargo sucedió. ¿Por qué? Porque la derecha tenía clara una cuestión: vamos a conservar todo lo que se ha conseguido en el franquismo en materia de propiedad y de derechos sociales y vamos a entrar en Europa. Vamos a ser una democracia representativa. El problema es que no había izquierda, salvo el PCE. Y ahí es donde entra Juan Carlos cogiendo a Carrillo en lugar de a un joven como Tamames. ¿Por qué? Porque Carrillo, con tal de ser admitido en la democracia, acepta la unidad de España, la bandera y la monarquía. Y sale la Transición perfecta con dos amnistías, incluyendo a los etarras. Desde entonces, el bloque social de la derecha sigue siendo el mismo. Los partidos han cambiado, la representación ha cambiado, pero el bloque social de la derecha es exactamente el mismo que en la Transición.
P.- ¿Pensar en la derecha como un bloque sociológico y electoral inmutable y esencial no contribuye a perpetuar la idea de las dos Españas?
R.- Eso es algo normal. Todos los países tienen un bloque más igualitarista y un bloque más liberal. Lo que tiene que haber son unas reglas claras de juego para garantizar la alternancia en el poder. No puede ser que haya gente que cree que tiene siempre derecho al poder y que los demás no tienen derecho ni a quejarse, que es lo que ha impuesto Podemos y ha asumido el PSOE. Lo malo es que hay una parte de la derecha, la de Mariano y Soraya, que también lo cree.
P.- Con el tiempo, millones de españoles han cambiado su voto de izquierda a derecha. ¿Representó el PSOE en la edad de oro del felipismo una opción de orden para parte de la derecha sociológica?
R.- La derecha nunca votó al PSOE. Lo que tenía era una mala oferta electoral. Se ha podido dispersar como partido, pero la derecha social, no. Nunca, jamás votó al PSOE, nunca se fío de Felipe González. Eso es un mito que han creado los Arriolas de turno, pero vas a los números y no es verdad. Lo que tenía el PSOE era una muy buena oferta electoral y una gran implantación, además del voto comunista que lo completaba, del mismo modo que en la Transición UCD tenía a AP.
P.- ¿Cómo valora la situación del PP más de un año después de la caída de Casado, el ascenso de Feijóo y la conciliación de su liderazgo con lo que representa Ayuso, una nueva forma de entender el PP y lo que el partido debe proponer a la sociedad y a sus votantes?
"Mientras Feijóo sea candidato, Ayuso va a ser fiel. Ella ha optado por aguantar, resistir y heredar"
R.- Ahí se han producido dos fenómenos, y todo es efecto de Sánchez, que ha dinamitado el panorama político. En el caso de Feijóo, él ha llegado ahí por escalafón y un acuerdo con Ayuso y Moreno Bonilla para echar a Casado. El problema es que Feijóo es el PP de Mariano Rajoy. Él tiene la idea, que es la de Arriola, de que la derecha lo que tiene que hacer es no molestar a la izquierda, que es exactamente lo contrario de lo que piensa Ayuso. Pero Ayuso no corre en las próximas elecciones; Ayuso es para el futuro. Su relación con Feijóo y la parte más Soraya, que sería Moreno Bonilla, es de guerra improbable, pero de paz, imposible. Mientras Feijóo sea candidato, Ayuso va a ser fiel. Ella opta por aguantar, resistir y heredar. Y heredará lo que deje Feijóo en un gobierno o dos, si llega al Gobierno, que espero que llegue. Pero hay un choque entre lo que es el liderazgo burocrático de Feijóo y el liderazgo natural de Ayuso. Es la primera vez que aparece en la democracia española en general, pero especialmente en la derecha, una líder natural, que lo es porque se enfrenta con la izquierda a cara de perro, además de con su propio partido. Tiene una serie de cualidades que la convierten casi en una estrella de rock. Es un fenómeno absolutamente nuevo y es también lo que he querido investigar, empezando por contar lo que no se conoce de ella.
P.- ¿Cuáles son las claves del éxito político de Ayuso?
Ayuso no es una líder autonómica, es una líder nacional. Y el fenómeno Ayuso responde en buena medida al de Vox. Es decir, estamos hartos de que tengamos que pedir perdón por ser de derechas, por ser españoles, por ser liberales, por defender la propiedad. Ya está bien. En eso coincide mucho el impulso de Vox y el impulso de Ayuso. Mucha gente que vota a Vox en las generales vota a Ayuso en las autonómicas. Ya ha pasado y volverá a pasar.
P.- Desmiente la idea de que Ayuso sea un títere o un producto.
R.- La gente piensa que Ayuso es una mujer muy simpática, que improvisa. De eso nada. Ayuso tiene un plan político muy claro. Cuando le llegó el momento lo aprovechó porque tenía perfectamente claro lo que tenía que hacer. Tenía, como cuento en el libro, preparada el acta de disolución del gobierno de Madrid desde el día que forma gobierno con Ciudadanos, porque sabe que la van a traicionar. Ella ha tragado quina y no ha roto el partido cuando lo ha podido romper. Se ha podido quedar con el PP, aunque fuera a medias, pero ha preferido aguantar, porque cree en los partidos políticos y cree que el PP es una herramienta que puede funcionar bien; con su criterio, naturalmente. Ayuso tiene un plan, y ese plan no es el poder ahora, el poder ya, cuanto antes, como Pedro Sánchez. Su plan es para cuando tenga 50 años, con la comunidad de Madrid convertida en su Camelot, en un modelo político exportable, nacional e internacionalmente.
P.- Tiene, pues, un plan nacional.
"Ayuso es una mujer frágil, pero no débil. Y esa fragilidad, lo quieras o no, te lleva a querer adoptarla"
R.- Totalmente. Lo tiene desde el principio. Porque además ella entiende que para Madrid no vale más que un plan nacional, y en eso se ha distinguido de las demás. Esperanza [Aguirre], por ejemplo, tenía un plan liberal para Madrid, pero no era un plan nacional. Isabel sí. Y en cuanto ha tenido la oportunidad, cuando llegó la disolución de Murcia, a espaldas del partido, sin que lo supieran ni sus consejeros, la aprovechó. Eso demuestra que la que lleva los pantalones es ella. Es una mujer frágil, pero no débil. Y esa fragilidad, lo quieras o no, te lleva a querer adoptarla. Ella tuvo una infancia muy difícil, con una vida familiar complicada. Lo ha pasado mal. No ha tenido padrinos, todo se lo ha ganado ella. Y cuando de rebote le llegó la ocasión, ahí estaba con su proyecto. ¿Cuándo le tocará? Va a depender de lo que pase en las generales.
P.- ¿Qué cree que va a pasar en las elecciones de este domingo?
R.- Solo pueden pasar dos cosas: que se la pegue el PP o que se la pegue el PSOE. La desaparición o no de Podemos va a tener un peso enorme en dos comunidades clave, Madrid y Valencia, además de en Aragón. Todo ello sumado a Andalucía, donde es previsible que el PP crezca mucho en el voto municipal. Creo que Sánchez puede tener realmente su primer batacazo, hasta el punto de que podría no ser candidato. Va a depender de muy poco en dos o tres sitios. Se va a jugar en los penaltis en Mestalla, en el Bernabéu y a lo mejor en Nervión. Porque claro, Sevilla capital es muy importante para el PSOE. Y Susana Díaz está con ganas de volver para vengarse. Porque Sánchez los ha matado a todos, pero no todos están muertos. El PSOE es ahora un nido de rencores.
"Es fundamental un acuerdo entre PP y Vox, un plan a cuatro años de un Gobierno compartido"
Pero por unas décimas el PP puede no ganar Valencia, ni Aragón, y tener que conformarse con Santander y La Rioja. Y si solo ganan en Madrid será una victoria de Ayuso, con lo cual Feijóo saldría muy mal parado. Su campaña ha sido muy mala, muy Soraya. Han hecho campaña como si estuvieran en el poder, y no lo están. Estas elecciones son la primera vuelta de las generales. Si le sale bien, Feijóo será candidato, y ahí es donde va a venir el problema serio. ¿Qué tipo de gobierno quiere hacer? ¿Para hacer qué? ¿Un gobierno con permiso del PSOE o un gobierno con Vox para acabar con todo lo que ha hecho el PSOE? ¿Y Vox qué va a hacer? ¿Ofrecerse o esperar a que se la pegue Feijóo y luego quedarse ellos como única oposición? Yo me temo lo peor, porque la lógica interna de los partidos, que es endogámica, es muy poco patriótica. Pero es fundamental un acuerdo entre PP y Vox, un plan a cuatro años de un Gobierno compartido. El problema en la derecha es que no sabe muy bien qué hacer consigo misma. No escucha a sus bases, que les piden unidad y atizarle a Sánchez. Pero unidad: o sea, nada de partidismo ni de individualismo. Por desgracia, me temo que eso no está muy asumido.
P.- ¿Y cómo ve a Vox después de la moción de censura, sometido a presiones internas y externas muy fuertes, y a una opinión predominante que lo deslegitima como opción política?
R.- Yo creo que Vox ha renunciado a crecer. Renunció a crecer en Andalucía, donde le regaló la mayoría absoluta a Moreno Bonilla. El problema que veo en Vox es que se asuma como un partido político complementario que defienda todo lo que el PP no defiende o ha dejado de defender: la nación, la igualdad ante la ley, la enseñanza en español, volver a la ley de partidos, combatir el separatismo, cosas para las que hace falta mucho valor. Vox debería ser la fibra moral de un gobierno del PP. Por supuesto, siendo parte del gobierno, no comentarista. El problema es que Vox, en sus primeros años, fue un movimiento patriótico que escuchaba muy bien a la calle, que supo captar muy bien la inquietud de la gente. Y hay un momento, después de las segundas elecciones de 2019, cuando ya están todos instalados con sus 52 escaños, en que dejan de escuchar y empiezan a escucharse a sí mismos, como fatalmente pasa en todos los partidos. Creo que a partir del día 29 Vox va a tener que redefinirse por completo. O sigue en la línea que han seguido en Madrid, según la cual el enemigo es el PP, o reconoce que tiene la misma base y que va a pelear por ella, pero no contra el PP sino con el PP y contra la izquierda.
P.- Dedica muchas páginas a esclarecer la naturaleza y la influencia en Vox de El Yunque.
"El Yunque es una secta destructiva, un movimiento de extrema derecha antidemocrática que trata de parasitar a Vox"
R.- Yo empiezo a interesarme por El Yunque después de la campaña que nos hacen aquí en la radio con pintadas por el tema de las vacunas, llamándonos asesinos. Entonces digo, vamos a ver, esto no es un partido, la derecha nunca ha sido así. Esto es algo organizado y es un elemento ajeno. Un día, Abascal y Kiko Méndez-Monasterio nos llaman para preguntarnos si sabemos algo de un partido que se estaba preparando a la derecha de Vox, con base en 7NN, la cadena que creó El Yunque y que han tenido que cerrar después de palmar siete millones de euros. Les dijimos que no sabíamos nada. Entonces me pongo a estudiarlo y descubro que estamos ante una secta destructiva, condenada en varias ocasiones y que ha parasitado el movimiento Hazte Oír. Es un movimiento de extrema derecha antidemocrática. El problema es que el estilo de Hazte Oír, que es el de El Yunque, es también el de Rocío Monasterio. Nadie sabe quién es miembro, porque es una secta secreta. Pero ese estilo de bronca, antidemocrático, no forma parte de la tradición de la derecha. Y es incompatible con un partido democrático y que defiende la Constitución como es Vox. La Constitución prohíbe las sociedades secretas y El Yunque tiene que estar prohibido. Vox no quiere entrar en eso, pero tiene que entrar, porque trata de parasitar el partido.
P.- Siempre que habla de Podemos articula la expresión "los comunistas de Podemos", aunque muchos consideran contraproducente y equivocada esa identificación, incluso desde la derecha.
R.- Insisto en que son comunistas porque lo son. Lo que pasa es que son comunistas iberoamericanos. Su modelo es el de Venezuela, no el del Partido Comunista de la Transición. A lo que se parece Podemos es a los comunistas del FRAP y de la ETA. Un discurso estalinista estricto, que es el mismo que hay en Sendero Luminoso, en Petro, en los narcos de Venezuela, en casi toda Iberoamérica. Ellos copian mucho, sobre todo de Argentina, toda esa hojarasca de género para disimular, pero al final es un proyecto totalitario. Pablo Iglesias es comunista. Le gustaría también ser Raffaella Carrà, pero es comunista. Él lo dice, lo cuento en Memoria del comunismo, ante unos jóvenes en la Universidad de Zaragoza: "¿Por qué no digo comunismo y digo democracia? Porque comunismo es una palabra que no mola y democracia mola y nos permite llegar al poder". El gran problema es que, como en el 36, el Partido Socialista ha asumido íntegro el discurso comunista.
P.- Con esta izquierda irreductible que usted dibuja, ¿cómo se puede crear un marco de convivencia entre ambos bloques? ¿Qué le corresponde hacer a la derecha sin caer en lo que usted llama el maricomplejinismo?
"La manera de tratar a esta izquierda es destruyéndola, y la única que lo entiende es Ayuso"
R.- Derrotar a la izquierda. O sea, aplastarla. La única que lo entiende es Ayuso: la manera de tratar a esta izquierda es destruyéndola. Y después, que los sucesores de la parte decente que ha tenido el PSOE en su historia, la parte de Besteiro, los nombres de la segunda legislatura de González, gente alfabetizada, rehagan el socialismo, a ser posible con otro nombre, porque el PSOE es un nombre maldito y letal para España. Pero mientras no estén destruidos, no tienen arreglo. Sánchez ha llevado al PSOE a un punto irreversible. No tiene otro horizonte que el de la ETA. No tienen ningún apoyo popular y además se ha cargado el partido. Por eso queda ahí gente como Adriana Lastra. Estamos hablando de personas que a duras penas han terminado el bachillerato, que vienen viviendo en la política desde adolescentes. Con ese material no puedes hacer nada.
P.- Es curioso que no hemos hablado prácticamente de Ciudadanos.
R.- Que en paz descanse.
P.- Esta semana el PP ha fichado a Luis Garicano. Parece que se consolida definitivamente un desplazamiento hacia el PP de ese "centro deluxe" que usted menciona y critica en el libro.
R.- Garicano es lo peor de Ciudadanos. Es Archicomplejines. Un chico de Soros, que es a quien primero recibe Pedro Sánchez cuando llega a La Moncloa, un enemigo de la libertad y de la nación española. El problema del PP es que ha venido una gente de provincias que no se ha enterado del cambio de la moda en Madrid. Y yo siempre digo que en España se puede ser de capital o de pueblo, pero de provincias no, porque no te enteras de nada. Ni entiendes lo que pasa en los pueblos ni lo que pasa en la capital.
P.- En un momento del libro invoca la idea de batalla cultural, una noción importada de Estados Unidos que ha hecho fortuna en los últimos años frente a la habitual batalla de las ideas. ¿Han cambiado los términos de la confrontación ideológica?
R.- La batalla de las ideas estaba más clara antes que ahora, pero es que hemos cambiado de civilización. Ayer estaba esperando en un paso de cebra, pasaron nueve personas y todas iban mirando el móvil. Esto no existía hace 15 años. No es que sea malo o bueno, simplemente no existía. Ahora, a cualquier chico a los ocho años le regalan por su primera comunión un iPhone que cuesta 1.200 euros. ¿Cómo es posible? Pues es posible. La palabra, que está unida a la idea, ha quedado limitada a un sector de la población. Y probablemente es el nuestro, el último sector alfabetizado, los que nos hemos leído todo, lo bueno, lo malo y lo regular. Ahora, frente a las ideas ligadas a un discurso concreto y a unos valores que defiendes con el alfabeto, con una lengua, con unos argumentos, se vive en el mundo de la imagen. Priman más las sensaciones que los razonamientos. La batalla de las ideas permanece, pero incorpora aspectos de la batalla cultural que vienen de Estados Unidos y que tienen que ver más con el rumor de la televisión y sobre todo de las redes sociales, que son nefastas para la política, porque impiden razonar. En las redes no hay término medio, reflejan esa especie de binarismo propio de la cultura de la imagen, y que es contrario a la batalla de las ideas.
"Las redes reflejan el binarismo propio de la cultura de la imagen y que es contrario a la batalla de las ideas"
En España, la batalla de la imagen coexiste con la batalla de las ideas, la defensa de la nación y de la igualdad ante la ley, de la propiedad y de la libertad individual, contra el separatismo, contra la ETA, contra el golpismo. El problema es que, por ejemplo, Vox tiene las ideas muy claras, pero la imagen que da no es atractiva. En cambio, el PP ve más clara su imagen, pero no las ideas, salvo el caso de Ayuso, que es un mundo aparte. Con este PP, como el de Mariano, antes morir que tener una idea por la que morir. Esa especie de incompetencia paralela hace difícil el acuerdo. Y sin embargo, es necesario, porque lo que hay enfrente es un verdadero monstruo.
P.- ¿Echa de menos no ser un autor de combate?
R.- Antonio Herrero, que tenía una gran opinión de mí, excesiva a todas luces, cuando me ficha para su programa me dice, "tú eres el intelectual más importante de España siempre que tengas mi radio". Es decir, un intelectual, en el sentido moderno, del XIX y el XX, tiene que llegar a la gente. Un intelectual tiene una tarea cívica. Lo difícil es mantenerte en ese ámbito. Pero yo nunca he tenido la tentación de partido. Yo puedo apoyar a un partido y en cuanto lo haga mal, criticarlo. Luis Herrero, que juega conmigo, me dice, "¿En qué momento crees que te traicionará Ayuso?". Y yo le digo, en el momento que la critique. ¿Por qué? Porque es ley de vida que los medios choquen con los políticos.
P.- Su libro, con episodios como el encuentro con Casado en vísperas de las elecciones en Madrid de 2021 –«Yo no puedo construir una alternativa a Sánchez con tu grupo en contra», le confiesa– levanta acta de su enorme influencia en el ámbito conservador. Y también, aunque de manera inconfesable, en el de la izquierda. ¿Cómo vive esta condición de líder mediático de la derecha?
R.- Yo creo que cada uno en la vida tiene un destino, y yo tengo este. Me levanto por la mañana muy pronto, hago lo que tengo que hacer, le sacudo a quien le tengo que sacudir, y debo de funcionar bien porque no tengo úlcera. Sé que los políticos, por su propia naturaleza, acaban enfrentándose a los medios, porque ningún político acepta la crítica. La asumen, pero luego se vengan. Y es natural, ese es el juego de la vida. La cuestión es que lo sepas y que no te muevas de tu sitio. Yo no voy a ser ni senador, ni diputado, ni ministro ni cosa parecida. Pero siempre he tenido claro que mi papel político era el mismo que el de Antonio: agitar conciencias y mover opiniones, crear opinión donde no la había y sobre todo explicar cosas a gente que no tiene por qué saberse la historia de España.
P.- Hacer política por otros medios, como dijo su ex amigo Pedro J. Ramírez.
R.- Él dijo que el periodismo es el poder sin responsabilidad. En su caso ahora es cierto, pero yo creo que uno siempre tiene responsabilidad.
P.- ¿Cuánto tiempo se ve haciendo radio?
R.- Lo que dure. Esto es como todo. En la plaza te retiran o los toros o el público. Aquí los toros son la cornada que te dé la salud. Pero yo creo que este, de momento, es el último libro que voy a hacer de ensayo. Ahora voy a empezar a hacer la novela de mi vida. Tengo una vida muy novelesca.
P.- Tiene muy integrada la pulsión periódica del libro circunstancial.
R.- Sí, pero es cuestión de rechazar el dinero. Los últimos libros han ido muy bien, pero hay un momento en que tienes que decir no. Y ya he dicho que no. Como decía el pobre, en mi hambre mando yo. Pero si siempre estamos a dieta, ya me dirás qué hambre, ¿no?
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