El desempleo y la inflación desafían la teoría económica neoclásica. La sociología ha renunciado a elaborar un boceto coherente de la sociedad moderna. La psicología ha desistido de afrontar el ambicioso desafío que planteó Freud. Y las ciencias naturales ya no ofrecen ninguna cura milagrosa a los males sociales. Las humanidades se sienten inútiles para entender el mundo moderno, los filósofos han renunciado a sugerirnos cómo vivir, la literatura ya no ve en los textos nada más que un reflejo del estado espiritual de su creador y los historiadores se resignan a aceptar una sensación de irrelevancia de la historia.
Por muy actuales que nos parezcan estas afirmaciones, son parte del diagnóstico que hizo hace más de cuarenta años el historiador, moralista y crítico social estadounidense Christopher Lasch (1932 - 1994) en La cultura del narcisismo (Capitán Swing). Un análisis de aquellos setenta que Tom Wolfe bautizó como "la década del Yo", cuando el egocentrismo, el ensimismamiento y el repliegue político sucedieron a la preocupación social de los sesenta. Una crisis de valores ante la que el punk reaccionó rebelándose contra el pasado. Su discurso de que no había futuro dejó en buenas intenciones el movimiento hippie que acabó diluyéndose en drogas psicodélicas.
Como una cápsula del tiempo que ha llegado hasta nuestros días con la sensación de profecía cumplida, La cultura del narcisismo desgrana las tendencias históricas, sociales y psicológicas que han marcado la decadencia occidental.
Anticapitalismo y tradición
El pensamiento de Lasch ha influido enormemente en las teorías anticapitalistas de la izquierda, pero su defensa del modelo familiar tradicional ha creado inusuales conexiones con la moral católica. Ha sido el autor de cabecera tanto del demócrata Jimmy Carter, como del ultraconservador Steve Bannon. Neomarxista y crítico mordaz del liberalismo, apoyó ciertos aspectos del conservadurismo cultural y recurrió a la teoría influenciada por Freud para diagnosticar el continuo deterioro que percibía en la cultura y la política estadounidenses.
Ha sido el autor favorito tanto del demócrata Jimmy Carter como
del ultraconservador Steve Bannon
En este libro, que le valió el National Book Award en 1980, dibuja una sociedad narcisista preocupada por "vivir el momento", donde el pasado está pasado de moda, sin herramientas para lidiar con el futuro. La ansiedad ha sustituido a la culpa y el individualismo ejerce como un aislante social para una generación desencantada con la política y con la "sensación terminal" de estar permanentemente viviendo el Día del Juicio Final. La amenaza nuclear, el agotamiento de recursos y los desastres ecológicos constituyen una preocupación cotidiana que incide en la necesidad de buscar nuevas formas de supervivencia, entendida en un sentido de autosuficiencia.
Insatisfacción perpetua
"Sin esperanzas de mejorar su vida en ninguna de las formas que verdaderamente importan, la gente se convenció de que lo importante era la mejora psíquica personal: contactar con los sentimientos, ingerir alimentos saludables, tomar lecciones de ballet o danza del vientre, imbuirse en la sabiduría oriental, trotar, aprender a 'relacionarse', superar el 'miedo al placer'". El historiador califica estas medidas como "inofensivas en sí mismas" aludiendo al culto al crecimiento personal.
Lasch ve en la tecnología la última solución regresiva del ser humano para cumplir su sueño de doblegar a la naturaleza
En la conformación de esta obsesión por reforzar la propia autoestima, liberarse de los nexos familiares y constreñimientos institucionales, Lasch observa cómo el narcisista es incapaz de vencer su sensación de insatisfacción. Aquí es donde aparece la sombra del capitalismo, con sus corporaciones supranacionales y su producción masiva de deseos insaciables. "En lugar de basarnos en nuestra propia experiencia, permitimos que los expertos definan nuestras necesidades por nosotros y luego nos preguntamos cómo es que esas necesidades jamás parecen quedar satisfechas. Esa negación del pasado, que en la superficie parece una actitud progresista y optimista, encarna la desesperación de una sociedad incapaz de enfrentar el futuro".
La cultura del narcisismo incide en que el pecado original del narcisista se basa principalmente en la idea de rechazar su pasado y en la incapacidad para reconocer su existencia separada del 'yo'. "Narciso se ahoga en su propio reflejo, sin llegar a entender nunca que eso solo es un reflejo. Lo esencial del cuento no es que Narciso se enamore de sí mismo, sino que no reconoce su propio reflejo porque carece de toda noción de una diferencia entre él mismo y su entorno". Esto es lo que impide la posibilidad de reconocer a los demás como entidades independientes con sus propios deseos y no como una proyección de los suyos.
"Nuestros criterios de lo que es 'trabajo creativo y con sentido' son demasiado exaltados como para que puedan sobrevivir al desengaño. Nuestro ideal del 'verdadero enamoramiento' deposita en las relaciones íntimas una carga que es imposible sobrellevar. Exigimos demasiado de la vida, y demasiado poco de nosotros mismos", cuenta.
Hiperracionalidad y 'new age'
El diagnóstico de Lasch apunta directamente a la negación de nuestros propios límites. El narcisista se siente omnipotente y por eso rechaza el papel de la naturaleza, un elemento que el hombre se ha empeñado en modificar y controlar, sobre todo desde la revolución industrial. Una rebelión contra la naturaleza, en clave de madre, a la que guarda rencor por su capacidad para cuestionar su autosuficiencia.
Por eso, el historiador ve en la tecnología la última solución regresiva del ser humano para cumplir su sueño de doblegar a la naturaleza. "Una forma de negar nuestra dependencia de la naturaleza es inventar tecnologías diseñadas para ser amos del universo". Un hecho que califica como una revuelta colectiva contra las limitaciones de la condición humana.
Nos parece cada vez más difícil lograr una sensación de continuidad, de permanencia o conexión con el mundo que nos rodea. Las relaciones con los demás son notablemente frágiles; los bienes están hechos para ser utilizados y después tirados; experimentamos la realidad como un medio inestable de imágenes parpadeantes.
Cristopher Lasch
Sin embargo, no ignora que esta tendencia fluye en dos direcciones opuestas. Habla de un mundo que se caracteriza por la fe en la ciencia y la tecnología y, al mismo tiempo, por una rebelión generalizada contra la razón. Esta coexistencia entre una hiperracionalidad y una vuelta a las supersticiones y crencias arcaicas (movimiento new age) tienen sentido en una cultura del narcisismo arraigada en los sentimientos de falta de hogar y desplazamiento, por el rechazo de su pasado.
Ante "los terrores de la existencia", Lasch aboga por "el consuelo doméstico del amor, el trabajo y la vida familiar, que nos vinculan a un mundo independiente de nuestros deseos aunque sensible a nuestras necesidades". Para el historiador norteamericano, sólo podremos sentirnos verdaderamente felices y satisfechos cuando aprendamos a aceptar nuestras propias limitaciones.
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