El pasado es una novia difícil con la que bailar. Hay quien tiende a agarrarla con fuerza, incitado por la nostalgia, para recordar tiempos mejores. Pero también los hay capaces de acompasar con ella un baile a prueba de los vaivenes de la vida, conociendo bien sus movimientos y modificando el ritmo. Porque una relación duradera implica pasado, pero también presente y futuro. En este último grupo está Quique González (Madrid, 1973), que ha decidido celebrar de esta forma sus bodas de plata con la música, en el concierto de este domingo en las Noches del Botánico.
Los árboles de la Complutense seguían húmedos después de la tormenta veraniega caída a primera hora de la tarde. Con el cielo medio despejado y las nubes arremolinadas entorno a los últimos rayos de sol, el público llegaba como un goteo perezoso a la previa. Mientras, la música de Allison Russell, recordando a una suerte de Tracy Chapman canadiense, servía de bálsamo para traer calma tras la tormenta.
Una vez cayó la noche y los focos situaron el protagonismo en el escenario, Quique y su banda tomaron las tablas. La electricidad de Miss camiseta mojada abrió el convite: "Tiembla, como si fuese la primera vez, como si fueras a largarte después y no quisieras". En el centro, brillaba la americana azul verdosa de un dandy de melena plateada y barba canosa, armado con su inseparable guitarra.
Para entonces, los huecos libres eran rarezas, grada y platea rozaban el lleno. González es uno de los músicos más respetados del panorama y cuenta con un público fidelizado gracias a una sólida y fructífera carrera, donde los altibajos no le han impedido mantener un estilo con el que ha conseguido hacerse fuerte.
El cantautor recuerda el motivo de la gira, el 25 aniversario de su primer álbum, 'Personal', y avisa, para alegría de sus incondicionales, que el repertorio va a ser un recorrido por todos sus discos. "Paso a paso hemos conseguido algo tan bonito como lo que tenemos esta noche".
Y así va pasando, canción tras canción, desde los 'Pájaros mojados' (Fiesta de la luna llena, Pequeño Rock and Roll) al 'Daiquiri Blues' (Restos de Stock, Cuando estés en vena), pasando por los Kamikazes enamorados y sin olvidarse de su último trabajo de estudio, 'Sur en el valle', donde se deja "ir al estilo mediterráneo" con el minimalismo ligero de una balada como Puede que me mueva.
La noche empezaba a refrescar en el Botánico, pero en el escenario un country blues desenfadado recordaba la ciudad de agosto, con sus periódicos flacos y sus cementerios de coches abandonados, en 39 grados. "Ahora vienen otras dos de 'Salitre 48', un álbum que me causó muchos quebraderos de cabeza, pero que a la larga me dio muchas alegrías". La ciudad del viento y Salitre -esta última en una veraniega versión habanera- arrancaron los coros de un público totalmente entregado por dos de las canciones más poéticas de todo su repertorio.
Cantautor romántico con alma de rock and roll, Quique González es capaz de pintar sentimientos tan complicados como el amor, la soledad y la tristeza con la precisión de una sensibilidad desnuda basada en la experiencia personal. Frases cortas y punzantes, hiladas en un collage de imágenes compuestas por una alta carga emocional. Sus canciones tienen la capacidad de atraparte con relatos, a modo de trovador, pero también de hacerte soñar e imaginar, gracias a su poesía de corte simbolista.
Sin querer quedarse demasiado en sus primeros discos, la segunda parte del concierto estuvo marcada por la presencia de uno de los álbumes de los que más orgulloso puede estar en los últimos años, 'Me mata si me necesitas'; pero también por la cariñosa presentación de la banda, en Su día libre. A la guitarra Toni Brunet, que también hace las veces de productor, Edu 'Sunrise' Olmedo a la batería, Jacob Reguilón al bajo y Raúl Bernal como multinstrumentista en los teclados.
González es un showman con mucho oficio. Maneja con maestría los tiempos de un concierto, mezclando delicadeza y ruido, susurro y éxtasis, aceptando el protagonismo de los focos en un momento de intimidad y desapareciendo para cederlo a la banda cuando lo merece. A todo ello ayuda un magnífico trabajo de luces que, en la época de los visuals, saca pecho por los técnicos de toda la vida.
En todo, el cantautor se apoya en su equipo, porque en el cartel pone Quique González pero, como músico, nació para estar en un conjunto. Y así lo demuestra extendiéndose en los agradecimientos, desde los técnicos hasta al tour manager, o el encargado de vender el merchandising.
Muchos de los asistentes habían ido con ganas de sentirse 25 años más jóvenes y por eso pidieron insistentemente la de Cuando éramos reyes. Pero Quique no se dejó llevar por ese tipo de nostalgia y prefirió celebrar acordándose de "la breve intensidad de las primeras luces", en su homenaje al álbum debut con Los conserjes de la noche. Antes de que terminara la ovación de un público extasiado, el músico hizo que quedara tiempo para una más y rescató un clásico como Vidas cruzadas, para cerrar una noche maratoniana que recorrió en 22 canciones toda una carrera musical, mostrando a un Quique González que ha aprendido a bailar con su pasado, sin olvidarse que sus zapatos siguen pisando el presente.
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