Estaba empezando a oscurecerse. Nubarrones acechaban al astro rey de la música mexicana cuando esa fuerza de nativo primaveral que suelta con pasión en medio de un concierto parece que le salvó. No me corresponde saber si es cosa del amor a una persona (española, para más datos) o a su oficio, pero el ayuno intermitente y el compromiso con su propia figura le han sacado de un túnel poco aparente, pero inexorable.
Yo fui de los que se han sentido defraudados por algún retraso de hasta dos horas en sus conciertos. Imperdonable. La falta de conexión en ocasiones con un público entregado, también. En el Madison Square Garden, adonde acude puntual, no se le ocurriría hacer algo así. Estoy deseando ver qué ofrecerá pasado mañana en Buenos Aires. A dos días de su aparición en escena, en la plataforma de ticketing curiosamente no aparece el codiciado sold out, con 60 boletos por vender. De 16.000. No está nada mal.
Sus directos son un culto al ego, pero transformado en un generoso espectáculo que comienza con un minuto completo convirtiendo a las fans enloquecidas en parte del discurso.
Uno de los detalles más esclarecedores de los shows del mexicano es un rumor sin confirmar sobre la presencia de dos monitores de vídeo, uno a cada lado del escenario, que le dan constante prueba de que está interpretando correctamente su papel arrollador. Eso explicaría por qué mira tanto a ambos lados en sus performances y no tanto como otros al enamorado público asistente. Da igual. Las miradas de reojo en él son un encanto para sus enfervorizadas fans y todavía alimentan más el mito. Su voz, una mezcla interesante de pasión y poder, reverbera a través de generaciones, fusionando épocas y géneros. No es extraño ver a madres, padres, hijas e hijos de pie bailando juntos en la primera fila de sus “gigs”. Todo en sí es un espectáculo y así lo entendemos los que observamos profesionalmente cómo ha sabido permanecer teniendo éxito durante más de 40 años.
La famosa serie de Netflix no ha hecho más que humanizar al artista, justo donde más le hacía falta: convertirlo en mortal, con sus luces y sus sombras. La historia que narra los altibajos de la vida de nuestra estrella se vio bien interpretada por Diego Boneta, y nos devolvía a unos años 80 y 90 en los que aparecían grandes estrellas con una fuerza que, siendo honestos, no tienen las de ahora.
No es de extrañar que el actor se metiera tanto en el papel, si desde niño aprendió las canciones de Luis Miguel y hasta las cantó en televisión.
No, todavía no tenemos fechas para España, pero no hace falta ser un genio para saber que las habrá. Si se le vio hace poco en París enamoradísimo de Paloma Cuevas, sus lazos con nuestra piel de toro se estrechan. Vendrá con toda seguridad en 2024. Por cierto, en el papel couché no ha faltado sitio para ese episodio romántico de película, a pesar del perfil bajo de nuestro artista. Hubo viajes en jet privado, paseos románticos, un crucero por el Sena, y visitas a los emblemas de la ciudad del amor con el pretexto de la boda del hijo de Rosa Clará. Este episodio quizá forme parte de alguna futura temporada de la serie sobre su vida.
Volviendo a la música, la luz del “Sol de México”, emana en realidad de una evolución artística impresionante. Como ya sabrá el lector, partió de una trayectoria como estrella infantil y juvenil que ya pudimos ver en “Tocata” hace 40 años.
Vestir traje desde aquellos entonces no sabemos si fue copiando a Julio Iglesias, pero le funcionó. Su sastre, el italiano Antonio Solito, se dice que consiguió serlo gracias a vestir al presidente Portillo, tras plantarse en el hogar presidencial varios días hasta que fue recibido. Ese tipo de carácter atrae al cantante que llegó a ser pareja sentimental de una de las más brillantes estrellas de la música universal: Mariah Carey. Y lo cantó con el consabido y eterno “somos novios”.
Preciosa canción de Armando Manzanero, claro. La extraordinaria habilidad de su entorno para hacerle comercial hizo magia también por saber encontrar melodías con calado que el artista entendió como parte de su lenguaje desde bien chico. Así, además del legado del yucateco, Juan Carlos Calderón fue el creador de las melodías de éxitos como “Amarte es un placer” y “La incondicional”. Juan Luis Guerra estuvo detrás de “Hasta que me olvides”, galardonada con un Grammy. Y voy a destacar, en connivencia con algunos de mis compañeros de la redacción, el trabajo del argentino Alejandro Lerner que aportó su toque con canciones como “Suave” y “Dame tu amor”.
En resumen, esperamos que lo que en apenas unas horas se inicia al otro lado del mundo llegue a nuestro país en unos meses, pero esta vez puntual, por favor.
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