"Sin pensar el mal, es difícil definir la libertad". Es la premisa de la que parte "Sade, la libertad o el mal" la exposición que se sumerge en el legado de Donatien Alphonse François de Sade, más conocido como marqués de Sade. El aristócrata del Antiguo Régimen que pasó prácticamente toda su vida adulta en prisión y escapó por poco de la guillotina, silenciado durante el siglo XIX y redescubierto por las vanguardias del siglo XX, que lo elevó a los altares de la cultura pop.
"El mundo que vivimos es obra de Sade" asegura Yukio Mishima, uno de los autores recogidos en la muestra del Centro de Cultura Contemporánea de Barcelona (CCCB). Sade "aborda dos de las grandes cuestiones filosóficas de todos los tiempos, la libertad y el mal" argumenta la directora del CCCB, Judit Carrera, para explicar la exposición que resigue el rastro del padre del sadismo en la obra filosófica y artística del siglo pasado.
"No es el objeto del libertinaje lo que nos mueve sino la idea del mal" defendió el propio Sade que aspiraba a ser reconocido como un hombre de letras y no consideraba sus novelas transgresoras -escritas bajo pseudónimo- como sus obras principales. "Soy filósofo. Entre los que me conocen nadie duda de que me enorgullezco y hago profesión de ello".
Su rastro en el siglo XX
Tras su recuperación por las vanguardias que abrieron el siglo XX -Guillaume Apollinaire publicó su antología de Sade en 1909- la muestra rastrea su influencia en intelectuales como Roland Barthes, Man Ray o Salvador Dalí. Frente a esa mirada transgresora, tras la Segunda Guerra Mundial pensadores como Theodor W. Adorno o Albert Camus vieron en su obra un germen del Holocausto.
Pier Paolo Passolini, sin embargo no relaciona el deseo sin límites de la obra de Sade -"no tengáis más freno que el de vuestras inclinaciones, más leyes que vuestros deseos"- con el fascismo, sino con el capitalismo y la sociedad de consumo.
La segunda mitad del siglo XX parece haberle dado la razón, al convertirlo en icono cultural aprovechando su papel polémico para explorar los límites de la representación del erotismo y visibilizar sin tapujos el vínculo entre violencia y placer. "En mayo del 68 Sade se ajustaba perfectamente a nuestra visión del mundo", asegura Jean Jaqués Lebel en una entrevista grabada para la muestra.
También tiene su hueco en el pensamiento feminista de autoras como Simone de Beauvoir o Susan Sontag. Reconocen en el marqués de Sade la reivindicación de la mujer libertina y el placer sexual femenino desvinculado de las funciones reproductivas, a pesar de la violencia de su obra. "Sade puso la pornografía al servicio de las mujeres" defendió Angela Carter.
Todas esas visiones de Sade recoge la muestra comisariada por Antonio Monegal y Alyce Mahon y diseñada por el arquitecto Francesc Pons. Una exposición que no busca reivindicar ni condenar a Sade, sino ponernos ante su espejo.
Las cuatro pasiones
La exposición está dividida en cuatro bloques, definidos como "pasiones" en referencia a la obra Los 120 días de Sodoma, que el mismo Sade describió como "el relato más impuro que se ha explicado nunca desde que existe el mundo". Se trata de las pasiones transgresoras, pasiones perversas, pasiones criminales y pasiones políticas.
En las pasiones perversas se explora su papel en la aceptación social de prácticas sexuales no normativas libremente aceptadas -las tradicionalmente consideradas como pervertidas-. Las prácticas BDSM, la reivindicación de la multiplicidad del deseo y el cuestionamiento de los roles de género entre ellas, lo que han llevado también al activismo LGTBI a reivindicar a Sade.
Las pasiones criminales analiza el papel del mal y la violencia en la obtención del placer. Sus personajes practican y justifican las mayores atrocidades, escudándose la violencia intrínseca en la naturaleza y la ley del más fuerte. Unos referentes que se asocian a la violencia de género o la curiosidad morbosa del público sobre historias de asesinos en serie.
En el ámbito político la muestra expone los rasgos sádicos del nazismo o revisa la actual cultura de valores impregnada de egoísmo y la búsqueda de la gratificación del deseo. Una de las propuestas más inquietantes de este espacio es la instalación de Teresa Margolles elaborada con 313 portadas del diario sensacionalista PM, de Ciudad Juárez. Todas ellas combinan sexo y violencia.
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