Bajo el signo de Leo tuvo que nacer Enrique Ortiz de Landázuri Izarduy, más conocido como Enrique Bunbury, ese famoso cantante español que ha marcado su huella en la historia del rock en español a base de experimentos musicales. No siempre exitosos, pero muy aleccionadores todos los que emprendió el artista que hoy cumple 56 años. Como aquel que nos llevó de excursión por mundos desconocidos tras su ruptura con Héroes. Radical Sonora data ya de 1997. Han pasado 26 años de aquel "Salomé". Él tenía 30.
¿Me veis rubio de pelo largo? Ya no. ¿Héroe del rock? Tampoco. Me lo imagino diciendo a la discográfica “ahora tiro de tecno porque me toca y porque quiero dejar claro que aquí mando yo”. Recuerdo el enorme debate alrededor de programar o no en la radio esta extraña deriva del maño. Hay quien decía “¿por qué no?” en una clara referencia al clásico “no encasillamos a los artistas”, pero tuvo sabia respuesta por parte de un coordinador de emisora de esas zonas rurales de España que colman de sabiduría sanchopancesca: “Pues porque en esto no es tan bueno”. Y alguien propuso seguir escuchando el álbum, como dando oportunidades en una época en la que las radios decidían los singles. Y sonó en la sala de reuniones “Big Bang”. Parecía una versión light de algún tema de The Prodigy. Tanto, que prefiero pegar aquí alguna referencia algo más útil para entender el original. Por ejemplo, una delicatessen: el famoso vídeo prohibido de "Smack My Bitch Up".
De estas fuentes bebía Enrique cuando fue sorprendido por la tibia respuesta inicial de su carrera en solitario, que nunca lo es. Probablemente erró al no introducir la variable “si me meto en otros géneros, la audiencia es otra” en la ecuación cuyo resultado no fue el esperado. Ojo, tampoco fue malo. Disco de platino en España y vender 100.000 copias no era un drama, y ahora se pegarían los artistas de éxito por conseguir algo así con un primer disco en solitario.
La leyenda de Héroes del Silencio
He comenzado el breve relato con motivo de su aniversario por un momento muy concreto: el inicio de su singladura sin el resto de bucaneros con los que atravesó los turbulentos mares del éxito musical en los 90 en España. Aquello sí eran hits. Más de un millón de personas les vieron juntos en total en sus conciertos. Ahí va un ejemplo: a eso de las 3 de la madrugada me tocó presentar a Héroes en el legendario escenario del Hipódromo de Madrid, con motivo del 25 aniversario de Los 40, en julio de 1991. Unos enormes ventiladores casi me tumban sobre la multitud.
A ver quién no desarrolla el ego de un pavo real si el universo se rinde ante ti. Sí, la historia de Bunbury se diría que es la historia de un enorme yo, que experimenta y sufre en una búsqueda constante, de las que tienen como única finalidad ella misma. Se quemó demasiado pronto el barco heroico. Cardiel, Valdivia y Andreu tampoco se pudieron sustraer al efecto de la peligrosa corriente de éxito que les llevó a Alemania. Soy testigo directo de que allí todavía son recordados con frecuencia en bares musicales y otras playlist, cosa que no ocurre con el señor Ortiz.
Aunque en esa época se le pudiera confundir, y por mucho que lo repitan sus fans, no estamos ante el Jim Morrison español. Pues hay quien ha creído ver en él su mismísima reencarnación.
Detrás de los reflectores, su vida ha sido un camino de autodescubrimiento y un laboratorio constante de experimentación musical. Todo lo que se encontró en el camino que decidió tomar con 16 años cuando se fue de El Plata, el bar maño que le vio ser camarero, y dicen que hasta rompió por accidente una botella de whisky de 500 euros. No deja de ser una pequeña ironía que, años después, dijera que Radical Sonora era una “oda a los líquidos espirituosos y a las noches largas”.
Una vida nómada
Por su voz gutural han pasado desde el rock gótico y el hard con Héroes del Silencio hasta su metamorfosis en solitario con géneros como la electrónica, el cabaret, el bolero y la música árabe. No estuvo nunca quieto. Algo normal si tenemos en cuenta su pasión por los viajes. También en eso ha sido un poco laboratorio. La vida nómada del artista ha dejado huella en sus letras, llenas de referencias geográficas y culturales. El detalle que no escapa a nadie es que cada uno de sus discos pueda situarse en un lugar y un momento preciso, ya sea Zaragoza, Los Ángeles, Buenos Aires o la Ciudad de México. En “Los Habitantes”, saludó a los de San Juan y Santa Cruz, que según él saben bien lo que es tener sed y sudar.
Cuenta nuestro nativo de Leo que es un voraz lector y aficionado a la poesía, hasta el punto de ponerse como nombre artístico el de un personaje imaginario dentro de la obra La importancia de llamarse Ernesto, de Oscar Wilde. De vez en cuando le da por leer a autores como Baudelaire y Arthur Rimbaud. De ahí el profundo lirismo de unas letras que a veces resultan complicadas de desenmarañar, pero dieron a su carrera un punto intelectual que le alejaba de la mediocridad reinante en el pop y aumentaban su puntuación como mito. De todos aquellos libros sacó la inspiración para Pequeño, de 1999. Como si de una atracción circense se tratara su discurrir por el mundo, “El Extranjero” tenía sonido a farándula y a tómbola deliberadamente conseguido.
Flamingos, ya en 2002, fue el momento en el que parece que alguien le dejó claro que tenía que volver a casa, a sus raíces musicales guitarreras y dejarse de experimentos. Si quería jugar, ya haríamos un vídeo de ciencia ficción espacial. Se sintió en la industria cierto alivio con "Lady Blue”, que tuvo mejor desempeño que la mayoría de sus lanzamientos anteriores.
Coincidió lo que vino después con la gran crisis del sector. Y se produjo un curioso equilibrio imposible de emular en el que la debacle en ventas físicas se equilibró con el auge de los experimentos de nicho. Él ya partía con un nutrido grupo de seguidores, lo que hizo que la industria siguiera pagándole los seis álbumes de estudio posteriores.
Un enorme personaje, ya con 56 años, es Enrique Bunbury. Un hombre de múltiples facetas, del que nadie puede decir que no encarna el espíritu de un verdadero artista: impredecible, inquieto, siempre en movimiento. Lo cierto es que este ser, en su búsqueda de la autenticidad, nos ha demostrado que la música es un viaje sin final.
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