El año 1965 fue clave para el cine español y para Emilio Gutiérrez Caba. Entre abril y mayo, el entonces jovencísimo actor, miembro de una respetada saga de actores, rodó en Salamanca a las órdenes de Basilio Martín Patino Nueve cartas a Berta, Concha de Oro en San Sebastián en 1966 e hito del llamado Nuevo Cine Español. En aquel rodaje, además, conoció al que fue su primer gran amor, su compañera y coprotagonista Elsa Baeza.
Dos meses después, Gutiérrez Caba se incorporó al reparto de otra película llamada a hacer historia: La caza, de Carlos Saura, Oso de Plata a la mejor dirección en Berlín y que este sábado, a los pocos meses de la muerte de su director, llega al Festival de Venecia. Allí, Emilio Gutiérrez Caba y uno de los hijos del cineasta, Antonio Saura, presentarán la copia en 4K de la película, resultado del trabajo de remasterización llevado a cabo por la plataforma FlixOlé en colaboración con la distribuidora Mercury Films.
Pocas horas antes de embarcarse rumbo a Italia, Gutiérrez Caba atiende por teléfono a El Independiente. Afronta con ilusión el viaje a Venecia para representar al equipo que hizo La caza y dar testimonio de aquel rodaje. "Que yo sepa, solo quedamos vivos Violeta García [que interpretó a Carmen, la niña desgreñada que vive con su familia en el desolado coto de caza donde transcurre la acción], José Luis García Sánchez, que en ese momento estaba haciendo prácticas y debía de ser el ayudante del ayudante, y yo. Los demás, por desgracia, están ya en otro sitio".
'La caza del conejo'
En sus Memorias de cine, publicadas la pasada primavera por la editorial Cátedra, el actor madrileño recuerda que costó convencer a Saura de que él era el intérprete ideal para dar vida a Enrique, el alevín invitado a la partida de caza de un trío de viejos amigos cuyas relaciones están envenenadas por las rencillas del pasado. Para ello fueron necesarios los buenos oficios, no sólo del representante de Emilio, Lorenzo Iglesias, sino de la propia Elsa Baeza, gracias a la buena relación de esta con un amigo del cineasta, el pintor panameño afincado en Madrid Pablo Runyan. Dos veladas en casa del artista permitieron al actor acercarse a Saura y postularse para ese proyecto que todavía se llamaba –antes de que un rijoso censor interviniera para alterar el título, y que por una vez acertó– La caza del conejo.
"La primera lectura del guion", rememora, "era la evidente: una cacería entre amigos, dos que se llevan muy mal y que acaban a tiros, y un tercero que se pone a favor de uno de los otros dos porque no le queda más remedio. Pero ya en una segunda lectura se advertía una reflexión más profunda". En efecto, aquella tragedia desencadenada casi por accidente parecía la metáfora del tradicional enfrentamiento de las dos Españas. Una actualización del goyesco duelo a garrotazos cuya última manifestación había sido la Guerra Civil. Un año después de que el franquismo se celebrara a sí mismo con la monumental campaña de propaganda de los 25 Años de Paz, el guion de Saura y Angelino Fons venía a recordar que la incipiente prosperidad de la España del desarrollismo se levantaba sobre las ruinas de la guerra entre amigos y hermanos.
Metáfora de la guerra
Fue en el mes de junio, apenas unas semanas antes de comenzar el rodaje, cuando Saura se decidió por Gutiérrez Caba. El actor no conoce los motivos de duda del director, quizá su juventud o su inexperiencia, ni las razones que le llevaron a elegirle finalmente a él. "Nunca le pregunté. Entonces no existía esta especie de liberal manera de pedir las cosas de ahora, quiero hacer tu película, me hace ilusión. Era algo que en aquella época no se hacía. Y yo por mi carácter tampoco era de pedir ciertas cosas".
Lo que sí recuerda es que cobró la mitad que en Nueve cartas a Berta, cosa comprensible teniendo en cuenta que en esta ocasión no era el protagonista y que compartía reparto con tres pesos pesados de la interpretación: Ismael Merlo (José), Alfredo Mayo (Paco) y José María Prada (Luis).
El subtexto del filme quedaba subrayado por el reparto. Ismael Merlo había combatido del lado de la República, antes de encontrar refugio en la inmediata posguerra en la compañía teatral de Isabel Garcés. Alfredo Mayo, galán por excelencia del cine español de los 40 rescatado para la ocasión por Saura, no solo había luchado del lado franquista, sino que había protagonizado Raza (1941), la gran epopeya fílmica de la Guerra Civil escrita por el propio Franco bajo el seudónimo de Juan de Andrade. Así, el enfrentamiento de José/Merlo y Paco/Mayo, con sus rostros crispados y sudorosos en primerísimos planos, tenía para el espectador informado una connotación adicional.
Bajo un sol abrasador
La localización en aquel casi desierto de Seseña, Toledo, sin un ápice de vegetación más allá de los penachos de jara entre los que corretean los conejos enfermos de mixomatosis, "simbolizaba la España totalmente arrasada" de la posguerra, asegura Gutiérrez Caba. Veranos sofocantes como el de este 2023 le recuerdan inevitablemente el "espantoso calor" que pasaron durante las largas jornadas de rodaje en julio y agosto, de lunes a sábado y de nueve de la mañana a siete de la tarde, expuestos a temperaturas de hasta 45 grados. En sus memorias señala la "desolación desesperante", del paraje, el "sol abrasador" y los hasta 12 litros de agua y refrescos que llegaron a consumir diariamente por persona. También, el peligroso uso en todo momento de munición real, y la carnicería de conejos de granja a los que disparaban a quemarropa para las secuencias de caza, dada la escasez de ejemplares salvajes por el efecto real de la mixomatosis.
"Aquello fue línea del frente, y las cuevas que se ven en la película existían desde entonces", añade. El personaje de José esconde en una de ellas, como un tesoro, el cadáver de un ex combatiente de la guerra. "¿De qué guerra?" , pregunta con ingenuidad Enrique, el personaje interpretado por Gutiérrez Caba. ¿Significaba aquella línea de diálogo que los jóvenes habían comenzado a olvidar? "No, mi generación tuvo siempre muy presente la guerra", recalca. "Yo me acuerdo muy bien, aunque tuviera cinco años, del Madrid de la posguerra, del yermo de la Ciudad Universitaria. Nosotros recordábamos que había habido una guerra, aunque en general no se hablaba de quién había ganado o perdido”.
Una censura miope
Resulta difícil que la opresiva experiencia que todavía hoy supone el visionado de La caza y el significado profundo de la película pasaran inadvertidos a la censura, pero así fue. Más allá de los escrúpulos iniciales con el título, "los censores la dejaron pasar, como habían dejado pasar obras como Surcos o Diferente", analiza Gutiérrez Caba casi seis décadas después. "Había películas que se les pasaban, o las dejaban pasar según cómo estuvieran las cosas. En la censura hubo cambios de sensibilidad constantes en función de los vaivenes sociopolíticos del propio Régimen".
La caza, primer fruto de la larga colaboración de Saura con el productor donostiarra Elías Querejeta, se estrenó en los cines Pompeya y Palace de Madrid, hoy desaparecidos. "Hubo buenas críticas de los especialistas", recuerda Gutiérrez Caba, "pero no un gran entusiasmo popular. Es una de esas películas que con el tiempo se ha ido ganando el afecto del público". La noticia del premio en Berlín "apareció relativamente resaltada, no mucho. No dejaba de ser una cosa de chicos jóvenes con tendencias izquierdistas”.
En aquella época, Emilio Gutiérrez Caba había comenzado a aficionarse a la fotografía gracias a una cámara que le había regalado su hermana Irene. Al igual que Enrique, su personaje, se dedica a tomar fotos instantáneas en los ratos muertos de la cacería, el actor aprovechaba los descansos para retratar a sus compañeros y aprender trucos técnicos de la mano del director de fotografía, Luis Cuadrado. Esas fotos, unas cincuenta, "se conservan, y de hecho van a estar en una exposición dedicada a Saura que vamos a hacer en Murcia”, anuncia.
El proceso de restauración
La restauración de La caza, como tantas películas del fondo de FlixOlé, se ha llevado a cabo en los laboratorios Cherry Towers, ubicados en las oficinas de FlixOlé y Mercury Films, y equipados con los últimos avances en tecnología audiovisual. Como siempre, el primer paso del proceso ha sido el escaneado en 4K del negativo original de la película, casi enteramente disponible salvo dos planos que hubo que recuperar de otras copias.
A partir del escaneo, y una vez conformada la película completa en formato digital, se procedió a cuadrar y etalonar –igualar el tono, la luminosidad y el contraste, entre otros parámetros– todo el metraje, por medio del programa DaVinci Resolve.
Completado el etalonaje, comenzó la restauración propiamente dicha, corrigiendo plano a plano, y cuando ha sido necesario fotograma a fotograma, las imperfecciones de la imagen. En el caso de La caza se han eliminado arañazos y se han reconstruido fotogramas rotos. Tras aplicar un software especial, se dio un último repaso manual para dejar la película en estado óptimo para su visualización.
En paralelo tuvo lugar la restauración del sonido. Tras el escaneo de la bobina que contiene la señal sonora para digitalizarlo y, sobre ese archivo, los técnicos corrigieron silbidos, ruidos y otros problemas acústicos. Finalizado este proceso se crea el archivo único de imagen y sonido.
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