Un jarrón con los cuernos de un macho cabrío como asas. Una vela encendida lacerada por un rayo de luz. Una calavera colgada de un perchero. Un rastro de agua que dibuja azarosamente la silueta de un tiburón sobre una superficie acerada. Una pipa-tacón de resonancias magrittescas. La cuadrícula de un cuaderno reventada como si de una verja profanada se tratara.
"Tampoco es que me encante destripar las ideas de las fotos", reconoce Chema Madoz (Madrid, 1958) al comienzo de su paseo con periodistas por su cuarta exposición en la Galería Elvira González, que se inaugura este miércoles, coincidiendo con Apertura 2023, el gran evento que desde hace 14 años abre la temporada del arte en Madrid. Pero el fotógrafo, maestro de la metáfora visual, se ha acostumbrado a dar explicaciones –¿qué ha querido decir usted poniendo a escurrir unos platos en la rejilla de una alcantarilla?– sobre el sentido de sus imágenes desde que a comienzos de los 90 comenzara a retratar objetos en trances insospechados, desubicándolos, recombinándolos o sublimándolos. Dándoles en cualquier caso un nuevo sentido que provoca en el espectador una reflexión, una sonrisa o un ceño fruncido.
Espacios alternativos
Así que transige Chema Madoz, aun con timidez, mientras recorre la exposición –Levi's 501 en envidiable talla 30-30, camisa blanca de fina raya, las Ray Ban colgadas del escote de un delicado chaleco de punto–. Y cuenta que el jarrón es el retrato de Picasso fruto de un encargo. Que la vela y la calavera, ubicados juntos en la galería, forman una suerte de vanitas. Que el leve charquito de agua en forma de escualo evoca las formas de algunos grabados japoneses. Y que la cuadrícula reventada representa la ruptura con los caminos trillados, con la norma; la búsqueda de espacios válidos alternativos. "Algo que entronca con el resto de las imágenes" de la exposición, añade. Y con todo su trabajo en general. En cuanto a la pipa tacón, el artista reconoce que es difícil utilizar este venerable instrumento para fumar sin pensar en Magritte: "Lo que él hizo dotó de un nuevo sentido a este objeto. La relación es inmediata". Quizá ese sea el horizonte, la aspiración última de Chema Madoz.
Y hay en la exposición elementos recurrentes que ya pertenecen a ese universo paralelo al que nos asomamos a través de su obra. Los cuchillos, las máscaras, los libros, las nubes, los desagües. Objetos cotidianos a los que el fotógrafo sigue dando nuevos significados en su incansable investigación. La cálida pantalla de una lámpara doméstica se convierte en un tratado de geometría. Las cadenetas de seguridad de las puertas de nuestras casas se reutilizan como los cierres de un abrigo militar. Unos anteojos en forma de bocadillos nos quieren decir algo. Y una esfera armilar sobre el tapete de una mesa de billar, que evoca el trabajo realizado recientemente con el físico Ignacio Cirac para CNIO, sugiere que el juego de la vida y el universo, como el de su fotografía, tiene poco de azaroso.
El reflejo de esa esfera armilar, por cierto, nos permite atravesar la cuarta pared, habitualmente acorazada en sus fotografías, y atisbar la intimidad de su estudio taller de Galapagar, donde Madoz, artesano y poeta, monta sus ingenios y los retrata.
La mirada del otro
A Madoz no le gusta explicarse, pero le fascina la mirada del otro sobre sus fotos. "Siempre me ha interesado mucho esa otra parte, la de un tipo que entra aquí el día de la inauguración y se planta delante de una de estas imágenes. Es sorprendente la cantidad de lecturas que podemos hacer cada uno de nosotros desde nuestra propia perspectiva, influenciados por nuestra propia vivencia y nuestra manera de entender el mundo. Que muchas veces se aparta de la intención de la imagen. Pero es que me he encontrado con que muchas veces esa intención tiene mucho sentido, y me encanta", confiesa a El Independiente.
Hace casi 25 años, el Reina Sofía le dedicó una retrospectiva, la primera que el museo nacional dedicó a un fotógrafo español vivo. Poco después recibió el Premio Nacional de Fotografía. Desde entonces, Chema Madoz persevera en su original punto de vista sin flaquear. Y sin miedo a que se agoten las historias que contar, las ideas que le sugieren la observación de la vida en los objetos. "Nunca sabes dónde está el límite de esto, y hay ocasiones en que te preocupa, hasta cuándo, cuántas fotos me quedan por hacer, durante cuánto tiempo vas a conseguir sorprenderte a ti mismo y a los demás. Si vas a tener la suerte de seguir descubriendo imágenes, día a día. Yo cruzo los dedos. Juego con unas claves muy concretas, muy limitadas, pero va pasando el tiempo y sigo encontrando imágenes que me hacen pensar que esto no se agota. Me puedo agotar yo, entrar en barrena, pero creo que esta metodología, tan simple y tan sencilla, sigue siendo válida y detonante".
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