Las raíces del pueblo judío, al contrario que el resto de civilizaciones, no se asientan en la tierra, sino en el papel. Sus tradiciones, ritos y cultura descansan sobre unas escrituras sagradas que han guardado durante miles de años como un auténtico tesoro, haciendo del judaísmo una de las etnias más cultas del mundo. Sin embargo, su virtud se ha convertido también en su maldición, pues tener un legado tan literario también puede terminar siendo muy volátil y etéreo.
Esto es lo que ha ocurrido con la historia judeo-sefardí (que es como se conoce a los judíos de la Península Ibérica), borrada en su mayoría tras una persecución religiosa comenzada por los musulmanes y continuada por los cristianos, que ha terminado sepultando gran parte de su legado y con el suyo, también una parte importante del nuestro como país.
Un trozo de la historia de España encontrado en la Guenizá de El Cairo
La religión judía, con ese carácter literario tan marcado, prohíbe destruir cualquier texto considerado mínimamente sagrado, ya sea por la mención del nombre de Dios o por el mero uso del hebreo. Ante la imposibilidad de quemar o destruir estos textos, en las sinagogas se solía habilitar un espacio para almacenar todos esos textos que quedaban en desuso, para que fue el tiempo y no la acción humana quien acabara con ellos. Fue de esta forma cómo se descubrió que la mayor herencia de la historia judía en la España andalusí se encontraba en la guenizá ubicada en la sinagoga de Ben Ezra en El Cairo. Más de 20.000 manuscritos para retratar cómo era la vida de las comunidades sefardíes durante los siglos X, XI, XII, época de mayor esplendor judío en la Península Ibérica.
Tal y como se explica en la exposición La Edad de Oro de los judíos de Alandalús del Centro Sefarad-Israel de Madrid, comisariada por José Martínez Delgado l descubrimiento de estos textos por parte de dos hermanas escocesas, Agnes Smith Lewis y Margaret Dunlop Gibson, a finales del siglo XIX supuso un antes y un después a la hora de estudiar la influencia sefardí en el Mediterráneo. Los manuscritos llegaron a manos de Solomon Schechter, profesor de literatura rabínica en Cambridge, quien los leyó y descifró encontrando documentos tan importantes como el primer texto en hebreo del libro del Eclesiastés.
La edad de oro de la cultura judía en España interrumpida por la invasión de los almorávides y almohades
Gracias al estudio de estos textos, se refleja la importancia social de un pueblo judío plenamente inmerso en la cultura árabe, con quienes convivían de manera integrada y pacífica. Fueron los tiempos de Lucena (Córdoba) como la gran capital del conocimiento, de la Granada de los judíos y de la Córdoba de Maimónides. Fueron años de investigación y producción intelectual, legal y filológica en las ciudades andalusíes, un oasis de libertad y creación en la Europa medieval.
Sin embargo, esta edad dorada se vio interrumpida por la llegada de los almorávides en el siglo XI y con la implantación del Imperio Almohade durante el siglo XII. Estos musulmanes del norte de África arribaron en la península con una interpretación del Islam muy rigurosa e intransigente. Defensores de la vida austera y el fundamentalismo religioso, al llegar chocaron frontalmente con una vida árabe muy rica, de palacios y lujo en la que la convivencia con otras religiones favorecía el desarrollo económico, social y cultural de la comunidad.
Esta invasión desencadenó también la primera persecución sangrienta de los judíos en Al-Ándalus, pues con los almohades no hubo opción de conversión, las matanzas de sefardíes fueron cada vez más violentas y sus comunidades acabaron huyendo hacia el norte, donde tampoco eran especialmente bienvenidas por los cristianos, o al sur en Marruecos y después a Egipto.
La traumática expulsión de los Reyes Católicos
En el norte de la península se establecieron comunidades poco numerosas de judíos, donde trabajaron como artesanos, comerciantes o recaudadores de impuestos. Pero también continuaron su labor intelectual y es en Coruña donde se escribe la Biblia de Kennicott. De hecho, gran parte de la documentación de los judíos en el norte se ha encontrado en la Catedral de Orense, tal y como cuenta a este periódico la historiadora Gloria de Antonio Rubio. La especialista insiste en que aún falta mucha historia judía por contar, lo que explica que hace unos meses se encontrara, mientras se estaba excavando para construir un edificio de viviendas en Coruña, la «mikvé» (baño judío) más importante de la Península.
Los que sobrevivieron al asedio almohade fueron los que quedaron cuando los Reyes Católicos llevaron a cabo la famosa expulsión de 1492. Un traumático momento que ha quedado para la historia como el primer edicto antisemita, que duró prácticamente cuatro siglos. Mientras tanto, la Inquisición se encargó de perseguir a los falsos conversos, quienes borraron cualquier rastro de su pasado judío, provocando una nube de olvido que se ha prolongado prácticamente hasta nuestros días.
Cuatro siglos de silencio hasta La Gloriosa
Durante aquellos años, los judíos en la España cristiana se dedicaron a aquellos trabajos que requerían ser hombres cultos, pero que la mayoría no quería. Sin la posibilidad de tener tierras ni cultivarla, las finanzas, la contabilidad y la banca fueron los empleos en los que se desarrollaron. Cuando se tuvieron que marchar, muchos se convirtieron y otros huyeron en lo que se conoció como la Diáspora sefardí.
Muchos de ellos habían emigrado a Turquía, amparados por la acogida del Imperio Otomano, pero partir del siglo XIX una nueva oleada antisemita provocó que su persecución y muchos de ellos pidieron a España que derogase el edicto de Granada de 1492 para poder entrar. El primer acercamiento a la comunidad judía en casi cuatro siglos llegó gracias a la revolución de 1968 conocida como La Gloriosa. Políticos y generales de corte liberal como Sagasta, Prim y Serrano vieron en su regreso una vehículo de apoyo económico y comercial con el que salvar las finanzas del Estado.
Fue ahí cuando el General Prim pronunció aquellas palabras: “Los judíos son libres de entrar en nuestro país y ejercer libremente sus creencias”. Antes de eso, ya había habido un primer acercamiento entre los sefardíes que vivían en Marruecos y los soldados españoles que lucharon en la batalla de Tetúan en 1860. Cuando las tropas españolas dejaron la zona, muchos judíos los siguieron hasta Ceuta y Melilla, donde establecieron algunas comunidades.
El desembarco de los Bauer en Madrid
El acontecimiento más importante para la restauración de la comunidad judía en España, que llegó gracias al aterrizaje de la casa Rothschild en España (tal y como se puede leer en el libro de Miguel Ángel López Morell), de la mano de una familia judía que no era sefardí: los Bauer. De origen húngaro, Ignacio Bauer llegó a Madrid para representar a la prestigiosa casa Rothschild junto a otro compañero de origen judeo-alemán llamado Daniel Weisweiller. Bauer era un hombre muy culto, con facilidad para los idiomas y una gran intuición para los negocios. Fue el gestor de la compañía ferroviaria de los Rothschild en España, la MZA.
A la muerte de Ignacio en 1895, lo sucedió su hijo Gustavo Bauer, que tomó las riendas de la empresa y continuó la labor de su padre. Fue Gustavo quien mandó construir el Palacio Bauer en la madrileña calle San Bernardo y también quien adquirió la Alameda de Osuna en un claro gesto de estatus. De repente, la familia Bauer se habían convertido en los referentes de la pequeña comunidad judía en Madrid. De hecho, fueron ellos quienes intentaron varias veces que Alfonso XIII derogara el decreto de expulsión de los judíos que seguía vigente desde el siglo XV y se terminó aboliendo durante la dictadura de Primo de Rivera.
La comunidad judía en paralelo fue creciendo y tomando un mayor protagonismo sociopolítico que culminó con Ignacio Bauer Landauer, nieto del primer Bauer que llegó a España. Siempre será recordado como el hombre que más ayudó y colaboró para el reconocimiento de la comunidad judía.
Ignacio Bauer y la Compañía Ibero-americana de Publicaciones
Ignacio Bauer nieto fue uno de los grandes propulsores a nivel cultural de la Edad de Plata española. Su relevante grado de implicación en los ambientes intelectuales de la época lo convirtieron en un ambicioso mecenas, aunque no tan buen empresario. Su gran proyecto fue la Compañía Ibero-americana de Publicaciones (CIAP), una empresa editorial que publicaba a los mejores escritores nacionales, pero también traía algunas de las más importantes traducciones del exterior. La CIAP fue prácticamente un monopolio de los grandes autores de las generaciones del 98, del 14 y del 27, con escritores en nómina de la talla de Valle-Inclán, Unamuno, Juan Ramón Jímenez, Azaña, Rubén Darío, Pedro Salinas y muchos más. Un gran emporio literario de dimensiones inauditas para la época que acabó llevando a la quiebra a la familia.
Su hermano Alfredo tuvo que exiliarse en México y él terminó trabajando de profesor de instituto pues el desfalco familiar fue devastador, sobre todo después de la Guerra Civil. Después llegó el franquismo y con él todo el asunto de la conspiración judeo-masónica, aunque más allá de los bloques más conservadores no fue un antisemitismo demasiado duro y, de hecho, en 1967 se aprobó en España la primera ley de libertad religiosa.
El proyecto de un gran Museo Hispano-Judío en Madrid
El próximo paso para el reconocimiento de la cultura judía en el país será la inauguración del nuevo Museo Hispano-Judío (MHJ), un proyecto de la Fundación HispanoJudía que tiene como objetivo convertirse en un "referente educativo en memoria y respeto al diferente". Tras una polémica primera ubicación en lo que fue el centro okupa de La Ingobernable, finalmente la Comunidad de Madrid cederá para este propósito un edificio propiedad del Metro de Madrid, situado en el número 21 de la Calle Castelló.
Se espera que la inauguración llegue para principios de 2025 gracias la cesión de este inmueble por un canon mensual de 60.000 euros. El edificio era un diseño de Antonio Palacios y, en su día, fue una subestación eléctrica, posteriormente un gimnasio para usuarios de Metro y, actualmente, se encontraba en desuso.
El objetivo, según los creadores del museo, es hacer de la ciudad de Madrid el eje de la cultura hispanojudía y recuperar la herencia histórica hebrea en España e Hispanoamérica, una gran desconocida para el gran público, pero que sigue siendo una parte importante de la historia en este país.
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