Es el arte de lo físico, de lo invisible y de la acción de la naturaleza. En él no hay lienzos artificiales ni colores ni formas creadas por el hombre. Sólo intervienen elementos como la gravedad, el tiempo, la energía o incluso los campos magnéticos y la orientación del planeta. En la obra de Giovanni Anselmo (Borgofranco d´Lvrea, 1934-Turín, 2023) el autor observa, analiza y deja que el universo cree, que sea el planeta el que muestre sus elementos casi imperceptibles y que nos rodean. El arte no es más que una herramienta para para apreciar, medir y comprender ese mundo con el que convivimos y en el que intervenimos configurándolo.
Para Anselmo las obras de arte no podían ser meros objetos para la contemplación. Con ellas se podía intervenir en el entorno y hacerlo poniendo el foco en sus aspectos más imperceptibles. No tardo en desmarcarse del paradigma del determinismo que le rodeaba, a cuestionar la idea racionalista del progreso. En los años 60, cuando comenzó su trayectoria artística, una experiencia le cambiaría para siempre: ser consciente de pertenecer a un inmenso universo en contante transformación. Fue lo que hizo renunciar a la idea de ser un artista que se dedicara a representar la realidad y apostar por la presentar la realidad, sus energías, su tiempo, su interacción.
Hacerlo conllevaba valerse de sus materiales y de las acciones del entorno. Algunas de ellas integran la exposición que el Museo Guggenheim de Bilbao inaugura este viernes. Se trata de una muestra , ‘Giovanni Anselmo. Más allá del horizonte’, en el que se exhiben 40 de sus trabajos.
Un Universo en constante evolución
En 1965 la experiencia que vivió en la cima del volcán Estrómboli le cambió para siempre. La secuencia de 20 imágenes, -Interferencia en la gravitación universal- que se pueden ver en la muestra de la pinacoteca bilbaína, revela cómo descubrió la disolución de su propia sombra en el infinito, fenómeno provocado por el mero movimiento del sol. Aquello era la muestra palpable de habitar un universo en constante evolución y en el que no cabía la idea de representación de una realidad estática sino la de un universo vivo, en evolución y del que debía valerse con los recursos y materiales que lo conformaban para presentarlo.
En Anselmo no hay colores vivos ni artificiales, sólo los propios de la naturaleza. El de la roca, el granito, antracita, el grafito... Tampoco se puede determinar una corriente artística. Fue un referente del llamado ‘grupo de los povera’, nacido en Italia en los años 60. El optó por eludir cualquier etiqueta. Prefería que se entendiera su obra como una reflexión sobre el orden de las cosas y el curso cíclico de los fenómenos naturales. Incluso como una poesía basada en las relaciones físicas fundamentales del universo: masa y energía, precariedad y equilibrio, objetos y naturaleza.
Reflejo de todo ello son algunos de los trabajos que se pueden ver en el Guggenheim. ‘Sin título (Estructura que come)’ es fiel reflejo de todo ello. Un bloque de granito cae por la descomposición de una lechuga que lo sostenía. Supone una reflexión sobre la transformación de la energía, el papel de la gravedad y el paso del tiempo. También la obra compuesta por siete paneles de granito de 250 kilos de peso cada uno sostenidos con una cuerda, un nudo corredero y el peso de la gravedad.
"Anselmo te hace pensar"
“Anselmo te hace pensar. En un mundo que vive rápido, consumista, él apuesta por la antifrivolidad. Es muy interesante su idea de tiempo. El suyo es un tiempo milenario, el tiempo del Universo, no el del reloj, que es mera convención”, asegura Gloria Moure, comisaria de la exposición. Señala que la muestra que se presenta aspira a hacer sentir al visitante “las fuerzas de la naturaleza y que él forma parte de ellas”.
En la obra de Anselmo no hay trascendencia ni espiritualidad, sólo la realidad que se ve, toca y percibe: “Era un ateo convencido, él creía en el universo. Su obra nos lleva más a la ciencia que a lo sagrado. El habla de lo real y nos quiere hacer conscientes de esa realidad”.
Anselmo murió el pasado mes de diciembre. Estuvo activo casi hasta el final. Llegó a hacer una obra específica para esta exposición, en cuyo diseño intervino y cuyo catálogo revisó. “Fue un hombre sobrio, sin excesos. Tan sólo necesitaba lo esencial. Un ‘antiego’, afable y humano pero austero en el vestir y en el hablar”, recuerda Moure.
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