“Lo que te falta es haber pasado una guerra”, nos decían las abuelas que tuvieron la suerte y la desgracia de sobrevivir a una. Las generaciones que nos separaron de ese drama nos inculcaron un cierto espíritu de precaución del que los todopoderosos muchachos de estos revueltos años 20 adolecen. Engaña que con mover un dedo en una pantalla te traigan la cena a casa. Los conflictos pueden ser muy peligrosos, pero eso ellos no lo saben. Si no tienen guerras, las buscan, porque es inherente al ser humano tenerlas.
Cualquier motivo es bueno para ser hater. Para muchos, eso es más que ser influencer, que ya es decir. Un odiador semiprofesional, si sabe encontrar el punto viral, puede provocarte un problema psicológico de primer orden mientras su perfil gana en seguidores. Y si no lo consigue, da igual, lo intenta. Este es el caldo de cultivo en el que esta historia tiene lugar.
Todo empieza en Madrid, año 2000. Los directores de la radio me piden que deje todo lo que estoy haciendo para ir de excursión a las oficinas de Universal Music junto a casi todos mis compañeros. Formaba parte de nuestro trabajo estar al loro de las novedades musicales, pero algo había en esa invitación que sonaba a obligación. Seguramente habría algo ya pactado y se trataba más bien de una mera reunión para participarnos de lo que iba a ocurrir. Y ocurrió. El Canto del Loco hizo historia. Recuerdo el sombrero a lo Gran Hermano de Dani Martín y sobre todo la potencia rockera e irreverente de sus propuestas. El pelotazo de aquel disco estaba claro: el chico contaba a su amigo que había tenido algo más que palabras con su mamá, y en su casa.
Si esa confesión hubiera sido una balada o un medio tiempo aburrido, no hubiera llegado a ninguna parte, salvo que la hubiese cantado Albert Pla, con un hilo de voz y a su manera. Pinchábamos con alegría el exitazo en antena y en las discotecas, que siempre agradecían parar un poco los ritmos machacones para meter rock patrio, junto a otros primeros espadas como Seguridad Social y su “Chiquilla”. Pero este rollo descarado, transgresor, caló mucho. Era más que música. La discográfica multinacional aceptó como parte del plan de promoción ese escándalo divertido, gamberro, sin más trascendencia, como la mayoría de los de la época. Nadie tenía miedo a recibir olas de odio por culpa de ese afán por conseguir un minuto más de atención en el loop infinito de nuestros móviles. Total, que lo petaron.
Un 'lío' controlado
Ahora la madre de José estaría jubilada, y el interesado probablemente sería padre divorciado de chiquillos que pasarían el día idiotizándose con otros semejantes en las redes. Pero Dani Martín sigue siendo rebelde. Se pinta el pelo de azul y si se le ocurre una situación divertida que echarse a sus letras, pues lo hace. Porque puede. Ex famoso ya mayor versus muchacha joven. Un clásico, pero a su manera. Y la maquinaria, que se ponga a funcionar.
Oportunamente lejos de la campaña de Navidad y antes de la de verano, ha aparecido publicado un tema musical llamado "Ester Expósito". ¿Quién? Ester Expósito. La de Élite. Más de 26 millones de personas la siguen en Instagram. Sobre todo jóvenes. Repito, jóvenes. Ese público para el que Dani es uno más, por debajo de los habituales Bad Bunny o C. Tangana. Vamos con ello, pues.
Los del departamento legal habrán dado su visto bueno con una serie de condiciones que cumplir contractualmente por parte de todos los implicados. Los del departamento de social media habrán tratado la campaña con prioridad y habrán redactado cuidadosamente toda la larga serie de textos que dejarían programados, claro. Vamos a ver si agitamos un poco y ganamos algo de escuchas, que Spotify o Youtube pagan muy poco por cada una. Lícito. Ojo, no es todo marketing, que puedo afirmar con conocimiento de causa que Dani es genuino, con todo lo que ello implica para bien y para mal. Pero si vemos una oportunidad para liarla, pues bienvenido sea el embrollo.
Los programas de medio pelo en los medios tradicionales están encantados con tener carnaza y le dan bola al asunto. Estas cosas permiten a los mediocres que aspiran a ser alguien asomar la cabeza en esos magacines para posicionarse y conseguir alguna mención en las crónicas escritas de su propio medio o afines. Debaten sin descanso sobre la diferencia de edad, el hecho de que él sea un personaje mayor y con poder (como si ella no tuviese mucho más que él ahora) y un largo etcétera bastante aburrido por falta de sustento. Ella ha reconocido estar compinchada, y hay más paridad de la que les gustaría.
La realidad es mucho menos interesante. Lo siento. Alguien lo tiene que decir.
Buscamos guerras porque la más próxima ya casi no es noticia y no nos asusta lo suficiente.
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Vuelven los éxitos que nos recuerdan cuando éramos mucho más jóvenes y nos gustan más que lo de ahora.