Hace unos años Netflix irrumpía en nuestras pantallas para cambiar el paradigma del entretenimiento vía streaming. La plataforma por excelencia del servicio de vídeo bajo demanda dinamitó para siempre la manera de consumir televisión, iniciando así una revolución que continúa avanzando con la aparición de tantas plataformas como canales de televisión.
Sin embargo, la empresa estadounidense ha visto como, poco a poco, esta misma revolución que un día abanderaron ha terminado pasándoles por encima. Ahora Netflix ha vuelto a reinventarse apostando por el deporte como espectáculo de masas para volver a reenganchar a sus suscriptores. Y ha querido hacerlo a lo grande, con un partido de exhibición entre uno de los tenistas más grandes de la historia, Rafa Nadal, y la joven promesa que aspira a remplazarle, Carlos Alcaraz. Para sumarle aún más morbo al asunto, la plataforma de streaming se ha marcado un all in organizando el duelo en la meca de la extravagancia y la ostentación, tierra de casinos y de Elvis de postín, Las Vegas.
Bajo el eslogan de La leyenda contra el prodigio, el Slam de Netflix pretende marcar un antes y un después en la historia del deporte, sustituyendo la competitividad por el hype, y a los fans por suscriptores. Y es que no es ninguna novedad que deporte también puede ser entretenimiento, pero eventos como el de este domingo son la demostración de la irrupción, cada vez más profunda, del dinero y la cultura del espectáculo en la competición deportiva.
De esta forma, en el tenis este tipo de partidos no oficiales son capaces incluso de opacar a los torneos medianos, ofreciendo una gran proyección mediática, entretenimiento para otros tipos de audiencia y fijos por las nubes para sus participantes. De hecho, pocas portadas habrá acaparado el ganador del Torneo de Acapulco clausurado apenas unas horas antes de la cita entre Nadal y Alcaraz, que seguro que habrá ocupado unas cuantas más.
Pero si nos fijamos en el fútbol, el deporte más seguido del planeta, este tipo de prácticas son cada vez más habituales. En España tenemos el ejemplo de la Supercopa en Arabia o los clásicos y derbis de pretemporada que se celebran cada verano en Estados Unidos, desnaturalizando enfrentamientos y competiciones históricas a cambio de dinero. A otra escala, pero por la misma razón de ser, se celebró un Mundial en pleno invierno en Qatar.
En este sentido, los dólares ya no se mueven en una sola dirección y por eso cada vez más empresas como Netflix quieren también su trozo del pastel. No en vano, una de las principales bazas de la Superliga de Florentino Pérez pasa por una plataforma de streaming con la capacidad para retransmitir todos los partidos en directo y de forma gratuita.
Las Vegas ha sido solo el punto de partida, ya que en enero de este año el gigante del vídeo bajo demanda anunció su decidida apuesta por la retransmisión de contenidos deportivos en directo como el golf, la Fórmula 1 y por supuesto el tenis. Una apuesta que subraya una deriva cada vez más clara del deporte como producto de entretenimiento y que, en algunos casos, puede funcionar también en detrimento de la competición, vendiendo exhibiciones amistosas como "partidos del año".
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