Bernarda es humana. También sufre y siente, y pena y tiene que luchar contra la muerte y contra el qué dirán. Intenta mantener su posición de fuerza, de llevar las riendas de todo, pero las circunstancias personales y familiares serán más fuertes que ella.
Entiendo a Alfredo Sanzol cuando explica en el programa que Bernarda se rige más por las normas sociales que por sus propios impulsos. Lo entiendo cuando dice que realmente quiere a sus hijas, lo mejor para ellas, que lo que pretende no es otra cosa que preservarlas de la vorágine externa.
Y se entiende la desesperación de las hijas, que ven su juventud aprisionada entre cuatro paredes y que, tarde o temprano, acabarán haciéndose valer y no están dispuestas a mantenerse durante ocho años en un enclaustramiento obligado.
Alfredo Sanzol monta La casa de Bernarda Alba con todo el respeto que requiere Federico García Lorca. Le da la dureza y la frialdad necesarias. Pero también hace a sus protagonistas humanas, frágiles, con miedo, con deseos, con ímpetu de juventud. El tiempo pondrá las cosas en su sitio, lo que pasa es que la tormenta que se avecina y que vaticina Poncia estalla antes de lo previsto.
Es el tiempo que amenaza con hacer trizas toda la solidez del temperamento y el carácter de Bernarda. Y, por ello, se vendrá abajo.
Mujeres sin escapatoria
Sanzol respeta los blancos de la escenografía, ese sentido de prisión sin ventanas, esa alerta del machismo de Pepe el Romano, ese dictamen impuesto de un luto que solo está en las normas de la época.
Ana Wagener, como Bernarda, encierra en contención ese deseo propio de mantenerse en un desierto. Sus palabras contienen más de estipulado que de verdad en ellas. Sabe que en un futuro no muy lejano los sueños de sus hijas tomarán cuerpo y forma y no podrá retenerlas. Aunque se empeñe en ahogar todo brote de esperanza. Y así le da vida, creíble y desmoronada.
Todas las hijas, Eva Carrera, Claudia Galán, Belén Landaluce, Patricia López Arnaiz y Sara Robisco, se ajustan a la perfección a sus personajes. Están acostumbradas a obedecer y eso harán, pero todo tendrá un límite. Es decir, en este montaje ya empezamos a atisbar lo que sucederá, incluso después de la muerte de Adela, aunque Bernarda susurre, en este caso, ¡silencio, silencio, mi hija ha muerto virgen! No, ya se ha roto el himen de cada una de ellas, y comenzarán a sangrar lágrimas multiplicando por cuatro, las hijas que quedan, el riesgo de tormenta.
Mención aparte merece Ester Bellver, en una María Josefa que representa esa sociedad reprimida y encerrada, pero que quiere seguir manteniendo el grito y los días próximos en amaneceres de incógnita.
La casa de Bernarda Alba es casa de oscuridad, en contraposición con el apellido, la urgencia de ser modelo y ejemplo, aunque solo haya falsedad y apariencias.
No hay maldad en el personaje de Bernarda, quizás tampoco odio, puede que sí egoísmo, atmósfera maldita que no dejará florecer las flores de los almendros. El futuro se quiebra pero, posiblemente, sea la puerta que abra a partir de ahora el vuelo de las palomas.
Texto: Federico García Lorca
Reparto: Ester Bellver, Eva Carrera, Ana Cerdeiriña, Ane Gabarain, Claudia Galán, Belén Landaluce, Patricia López Arnaiz, Chupi Llorente, Lola Manzano, Inma Nieto, Celia Parrilla, Sara Robisco, Isabel Rodes, Ana Wagener y Paula Womez
Escenografía: Blanca Añón
Música: Fernando Velázquez
Dirección: Alfredo Sanzol
Una producción del Centro Dramático Nacional
En el Teatro María Guerrero de Madrid hasta el 31 de marzo
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