Dicen que somos el resultado de nuestras decisiones, pero Kim Thúy (1968, Saigón) prefiere creer en aquello de "estar en el lugar adecuado, en el momento justo". Fue así como su familia eludió la desgracia y consiguió salir de un campamento de refugiados. También fue una de esas afortunadas coincidencias la que provocó que se publicara su primer libro, Ru (Periférica), hace 15 años y que, tras un éxito internacional que la ha llevado a ser leída en más de 40 países, ahora se haya hecho película.
En aquella primera novela escrita de forma fragmentaria y poética, Thúy relataba desde una mirada desprejuiciada y honesta lo que significó dejar su Saigón natal a los diez años, el dramático paso por un campamento de refugiados en Malasia y el nuevo mundo que descubrió al emigrar a Canadá. Como si de un álbum de recuerdos se tratase, la historia de aquella niña desarraigada se convierte en un testimonio valiosísimo de lo que pudo ser para los vietnamitas una guerra de la que prácticamente sólo hemos oído hablar en términos estadounidenses.
Aprovechando la proyección de Ru, dirigida por Charles-Olivier Michaud, en la IX Muestra de Cine Francófono, la autora ha podido pasar por Madrid y hablar con El Independiente sobre su experiencia vital en un momento histórico definido por una conflictividad creciente en la que los refugiados continúan siendo los grandes olvidados.
"No podemos medir el impacto de nuestros gestos, por eso tenemos que ser conscientes de lo que hacemos", afirma la escritora al contar cómo su familia salvó la vida al escuchar ella que unos agentes canadienses necesitaban a un intérprete. El intérprete fue su padre y gracias a eso pudieron volar y establecerse en Quebec. Repite lo mismo al relatar que fue un solitario cliente del que se hizo amigo, en el restaurante que regentaba en Montreal, el intermediario que consiguió que sus notas se convirtieran primero en un libro y después en película.
Así es como Thúy ha sido costurera, intérprete, abogada, propietaria de un restaurante, crítica gastronómica en televisión, escritora y ahora productora de cine. "No es algo cómodo en el sentido de que nunca sé muy bien lo que estoy haciendo, pero me encanta porque siempre aprendo algo nuevo. Cuando depende de nosotros, rara vez saltamos de un trabajo a otro, es necesario tener mucho coraje para ello. Pero en mi caso no es porque sea valiente, es la vida la que me lleva", explica sonriente la autora.
"La belleza es la única resistencia que nos queda"
A pesar de haber vivido el horror de una guerra en sus propias carnes, la canadiense-vietnamita no muestra ni en su escritura ni en su actitud ningún tipo de rencor o sentimiento de venganza, más bien al contrario. Defiende una "disciplina de la felicidad" basada en la capacidad para ver la belleza de cada instante.
"La vida es complicada, pero me doy a mí misma la responsabilidad de encontrar siempre la belleza en todo. Porque si no vemos la belleza del mundo, tampoco la cuidamos. Por ejemplo, el árbol que está ahí fuera, si no somos capaces de mirarlo, un día alguien llegará, lo cortará y no nos habremos dado cuenta. Es importante verlo todo desde este punto de vista, para que podamos disfrutarlo primero, pero también para protegerlo y crear más. Por eso me he impuesto a mí misma la misión de compartirla. Para mí la felicidad es una disciplina, de otra forma es muy fácil caer en la tristeza. No necesitas ir muy lejos, basta con encender la televisión o el teléfono y ver las noticias que llegan. ¿Cómo podemos sobrevivir con todo esto? Hay que aferrarse a la belleza para luchar y si alguien destruye un árbol, yo plantaré otro. Es la única resistencia que nos queda".
La versión que nos falta de la Guerra de Vietnam
La de Vietnam fue la primera guerra televisada (1955-1975). Una contienda de la que siempre se dice que Estados Unidos perdió primero en los medios de comunicación. Su eco se dejó sentir en la cultura popular a finales de los 60 y duró hasta finales de los 80. Apocalypse now, Platoon, La chaqueta metálica, Rambo o Desaparecido en combate, la lista de películas que han tratado el conflicto es prácticamente interminable y muy diversa, desde las más antibelicistas hasta las más propagandísticas. Sin embargo, siguen faltando referencias más allá de las occidentales.
"En el norte, durante la guerra ya había censura por los comunistas. En el sur, que también era zona de conflicto, lo mismo, nadie tenía información de lo que estaba pasando. Después de la guerra, todo el país se hizo comunista y desde entonces sólo hay una única versión, todo lo demás está censurado", relata Thúy.
Por eso, la escritora nacida en Saigón teme por la pérdida de una parte muy importante de la historia, la que los vietnamitas dejaron sin escribir. "Hay muchos otros puntos de vista que se están perdiendo. Tristemente esa página de la historia de los vietnamitas será olvidada. Por supuesto que se puede oír mucho sobre la guerra de Vietnam desde el punto de vista americano. Otra parte de la historia ha sido contada por los franceses durante la colonización. Pero no hay libros de historia ni historiadores que hayan escrito desde el punto de vista de los de allí".
Tampoco cree justo que esa responsabilidad pueda recaer en los que consiguieron huir, gente que ha tenido que trabajar muy duro para sobrevivir. "Cuando estás huyendo de algo, es imposible mirar atrás, si lo haces, te caes. Sólo puedes mirar atrás cuando descansas. Y por eso creo que para los vietnamitas que emigran es complicado encontrar tiempo para hacerlo. Yo soy muy privilegiada por haber podido hacerlo".
Una guerra sin ganadores, solo perdedores
Se calcula que murieron entre 966.000 y 3.010.000 vietnamitas. Estados Unidos contabilizó 58.159 bajas y más de 1.700 desaparecidos
Afirma Thúy que en la guerra solo hay perdedores y que la población acaba siendo "víctima de las decisiones de un par de personas que envían a su gente a morir". Pero igualmente hay diferencias entre bandos. "Sabemos exactamente cuántos soldados americanos murieron durante esa guerra, hay un número exacto. Sin embargo, si te preguntas cuánta gente ha muerto en el lado vietnamita, en el norte, tal vez de 1,5 a 2 millones de personas han muerto. Eso quiere decir que hay un agujero de medio millón de personas que faltan. Ni siquiera nuestro propio país puede contarnos cuánta gente ha muerto. Eso es lo triste de un país incapaz de conocer su propia historia".
"¿Quién en Ucrania puede estar escribiendo la historia ahora mismo?, ¿o en Palestina? Estoy segura de que no son capaces de contar cuántos muertos ha habido, pero en el lado israelí sí tienen los medios para contar exactamente cuánta gente ha muerto y cuánta gente ha desaparecido. Sólo con eso ya sabes qué lado es el dominante. En Canadá no sabemos exactamente cuántos niños indígenas han muerto, ahí ya sabes dónde está el desequilibrio. En la capacidad de contar las muertes de tus seres queridos", sentencia la escritora.
El silencio, una cuestión cultural
En Ru, Kim Thúy habla del silencio al que se ha acostumbrado la sociedad vietnamita, cargando con resignación el peso de su tristeza. "Es algo cultural en Asia, la fuerza de una persona reside en su capacidad para contener las emociones, mientras que en Occidente tiene más que ver con mostrarlas. En situaciones extremas, tu cuerpo y tu mente entienden que es necesario ser menos sensitivo para sobrevivir. En el campo de refugiados, por ejemplo, con una fosa séptica para 2.000 personas, te puedes imaginar cómo olía aquello a 40ºC. Teníamos que aprender a dejar de oler, a no sentir el dolor de las picaduras de mosquitos, a no sentir incomodidad durmiendo en el suelo. Por eso después de una guerra que duró 20 años, acabó reinando el silencio en todo un país, esa es la parte más triste de las sociedades totalitarias. Todo el mundo acaba entumecido".
A pesar del dolor que aún le genera recordar aquella época, años después la escritora pudo regresar y empatizar con lo que no entendió de niña. "Tuve la oportunidad de volver a Vietnam y trabajar en el norte, 'territorio enemigo', y te das cuenta de que la población es la misma, son víctimas de la guerra. Seguramente han perdido más niños que el Sur, ¿cómo puedes llamarlos 'el enemigo' entonces?".
Canadá, el sitio en el que despertar
¿Y cómo despertar de una sensibilidad anestesiada? "Cuando llegué a Canadá, me di cuenta de que toda la gente te pregunta todo el tiempo, ¿cómo estás? ¿Cómo te sientes? ¿Eres feliz? ¿Qué color te gusta? ¿Qué quieres comer? No tienes elección, así es como te despiertan. Porque en un campamento de refugiados no te preguntan qué quieres comer o qué color te gusta. De repente puedes tener preferencias. Te despiertan dándote la oportunidad de hablar sobre cualquier cosa, de elegir, y yo ahora siento demasiado", responde Thúy con una sonrisa iluminándole la cara.
Por eso Ru es también una carta de amor con el país que le acogió. "Tengo la oportunidad de vivir en un país privilegiado. Eso me ha permitido volver a tener esa inocencia, la libertad de soñar. Cuando estás en un campo de refugiados o en un país inseguro no te puedes fiar de nadie, piensas que todo el mundo quiere hacerte daño o tiene segundas intenciones. En Canadá la gente quiere realmente darte una oportunidad, sin otra intención que compartir, entonces tuve que desaprender y confiar, es como volver a ser un niño".
Canadá se convirtió en ese lugar que le proporcionó un futuro y un presente, pero también en el país que le permitió mirar hacia atrás para poder contar su propia historia. Y gracias a ello, conservar una pequeña parte de esa página perdida de la historia de Vietnam que, en voces como la de Thúy, mantiene la esperanza de permanecer en la memoria para siempre.
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