No hace falta hacer un máster para escuchar a Estopa. Sí es necesario conocer algo más sobre su sustrato para comprender qué hacen ahí desde hace ya 25 años. La verdad del Cornellá industrial de los 80, en la órbita del cinturón rojo de la inmigración del resto de España a Cataluña, puede dar alguna pista. Pero nada como haber podido acudir entonces a un bar llamado La Española. En aquel punto de encuentro cultural de caña y tapa, de bayeta frenética sobre la barra y de barreja matutina (tradicional mezcla de aguardiente y vino), había siempre puesta una radio. Aquellas canciones presentadas por los que éramos los influencers de la época fueron la banda sonora sobre la que crecieron los sueños de los hermanos Muñoz. Su padre apareció un día con dos guitarras, una para cada uno. Esa regalo aportó un cuarto de siglo de música en español. Ahora, Estopa lanza un nuevo disco, Estopía.
Desde el bar de sus padres al plató de El Hormiguero que visitan hoy, han pasado, además de 25 años, muchas cosas. La primera, la que les lanzó, un fenómeno viral del siglo pasado. Que sí, que hablamos de aquel 1999 en el que pocos usábamos internet y a los que lo usábamos nos preocupaba el Efecto 2000, pero ya había forma de pasarse lo que gustaba. Las bromas de Anda ya competían en kilómetros de cinta de casete copiado en doble platina con las primeras maquetas de los muchachos. Ahí la radio estuvo algo lenta. Hasta que una multinacional no se dio cuenta del fenómeno, hicimos oídos sordos a los comentarios de la redacción del tipo “¿habéis escuchado a Estopa?”.
Un éxito de la gente
Eso lo recuerdo. Fue la gente, y no la industria, la que estuvo detrás de su éxito. Los demás vinimos después, y en un ejercicio de humildad lo digo. Olé, pues, por ellos, y por los que pasaron entonces sus canciones por Napster. La piratería fue la cuna de estos corsarios, cómo no. Al final, una multinacional como Sony se dio cuenta de que tenía que bajar de las nubes, y publicar, por ejemplo, “La Raja de tu Falda”.
Una letra con gancho, un estribillo pegadizo y su estilo, definido por ellos mismos como “rumba con rock choni”, fue una combinación ganadora. Para entonces ya habían sacado 40 canciones. Venían rodados de casa, y nunca mejor dicho. Eran totalmente caseras muchas de aquellas grabaciones de aquel disco llamado, muy clarito, La maqueta.
Comenzaron el siglo recibiendo el premio Ondas como artistas revelación, los premios Amigo, y sobre todo el apoyo de sus fieles en sus primeros grandes conciertos, en los que sigue sin haber zona VIP. Marca de la casa. Una vez que, por error de la organización, la tuvieron, no les gustó que las primeras filas estuvieran llenas de “pijos”. No tienen nada en contra de ellos, pero “que se vayan atrás, con los demás”, y dejen sitio a sus fieles. Los primeros de ellos ya tienen hijos en edad militar.
Los mismos
Hubo una honrosa excepción en aquel lento despertar de la industria, el de mi tete radiofónico y también cornellanense Tony Aguilar. Su hermano, que era compañero de clase de David, el mayor, fue quien dio la alerta a mi amigo. Pronto comenzó a sonar Estopa en lo que era entonces el nido de las novedades en la radio: un programa llamado Fan Club, que muchos recuerdan. Tony es categórico en cuanto a calificar su nuevo disco: “Es un homenaje a ellos mismos, es Estopa 200%”, me dice por whatsapp.
En realidad nunca han dejado de ser “ellos mismos” en todo lo que hacen. En un momento de superficialidad y redes sociales, de pose y foto con filtro, estos hermanos siempre han estado en el otro lado, en el de la verdad más personal. De hecho, ese es el verdadero motivo por el cual no puedes decir que existen grupos similares. Nos tenemos que ir a Melendi o a Los Delinqüentes para encontrar algo que el algoritmo detecte como próximo en sus propuestas de playlist. Pero para eso hay que salvar mucho las distancias. No hay nadie como ellos. Lo genuino no se copia, si tiene que ver con su forma de ser. Y todo en su arte tiene que ver con su forma de ser.
Copas y Monopoly en el palmeral
Ocurrió en Elche, a principios de siglo. Una enorme borrasca justo antes de comenzar uno de sus conciertos ya multitudinarios dejó a los hermanos y a todo el equipo técnico sin poder poner en marcha la maquinaria. Ojo, por la gente no había problema. El público quería bolo, pero ellos prefirieron ser responsables y evitar males mayores. Yo no estaba en el hotel El Huerto del Cura por eso, sino porque había madrugado junto a varios centenares de jóvenes para darles en vivo mi despertador de la radio, en la Universidad Miguel Hernández. Hacer noche en aquel palmeral maravilloso hizo que coincidiera con los hermanos en el bar. Tras los abrazos, la explicación: se había pospuesto su concierto y tenían la noche libre. Ronda de copas y Monopoly hasta la madrugada. Jamás lo olvidaré. Ponerse con un juego de mesa junto a ellos es como hacerlo con tus primos, esos que no ves desde hace tiempo y con los que te puedes reír de la vida con sencillez, porque estás en casa. Ojalá sirva mi experiencia para entenderles mejor, aunque, insisto, no se necesita saber latín para escucharles.
El bar que les vio crecer sigue abierto en San Ildefonso (ilustre parada de metro), pero ahora los dueños son unos chinos que no reconocen a los artistas cuando van, aunque siguen colgadas en las paredes las fotografías que dan fe de sus éxitos. Según mi amigo, han conseguido copiar las tapas de la madre de los Muñoz. Pues es lo único que les habrán conseguido copiar. Nadie se atrevió ni a intentarlo.
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