Ochenta y nueve euros. Ese fue el precio que pagué el pasado 14 de marzo por una aplicación que genera música por inteligencia artificial. La necesitaba para poder poner fondos elegantes a los pódcast de marcas que creamos en mi productora, sin tener que pasar tiempo buscando en las decenas de librerías de música creada por humanos de las que disponemos. Bien, pues ya no me sirve.
Hoy, una semana después, acabo de darme de baja porque he descubierto otra que funciona mucho más deprisa, y que además añade letra y voces si lo necesito, mediante una suscripción que ronda los 10 dólares americanos al mes. Hice la prueba pidiéndole lo siguiente:
Una canción sobre el diario 'El Independiente', que es pionero en hablar de inteligencia artificial. Que sea una canción de estilo pop español de España.
Y este fue el resultado:
Más tarde, pedí que me hiciera una portada, como si se tratase de un disco que va a salir a la venta. Y esta fue la creación:
Efectivamente, la calidad deja mucho que desear. El sonido roza lo cacofónico, y la palabra “conocimiente” no existe. Tampoco escucho en la grabación la parte de la letra que dice “el alimento”, entre otra larga serie de fallos. El comentario general es “bueno, ya mejorará”, y es cierto, pero de momento queda claro que es un resultado efectista con poca salida profesional más allá de todo sonido que quede disuelto entre una nube de contenidos sobre los que se hable. Nadie con un mínimo sentido de sensibilidad musical aceptaría este sonido metálico como admisible en un disco de los publicados hasta ahora, pero es efectista y consigue su objetivo: sorprender. Como prestidigitadores de la era moderna, su arte de birlibirloque consigue que paguemos la cuota mensual. Nunca aceptaría yo una anual, porque esto cambia a la velocidad del rayo. Lo que ahora nos impresiona, mañana será superado. En un ejercicio, que estoy seguro de que contiene una buena parte de realidad, los creadores de esta aplicación llamada Suno.ai, dicen sorprenderse ellos mismos del resultado. Les creo. En esto de la IA suele ser común que el creador de la criatura pierda el control de lo creado. Los programadores del algoritmo de Spotify hace años que no comprenden qué criterios sigue su creación para proponer lo que propone. En definitiva, se nos va de las manos. Pero con mala calidad, no lo olvidemos.
Si el lector, en el uso de sus móviles o leyendo aquí la actualidad, tiene la sensación de estar continuamente anticuado, que se prepare, porque esto es solamente el principio.
Nada como ilustrar con el ejemplo. Comencé mi singladura en la producción audiovisual en 2007, y por aquel entonces, las sintonías que necesitaba para mis campañas de radio y pódcast (sí, ya creábamos pódcast entonces) las producía un músico excepcional llamado Josep Lladó. Con él he seguido trabajando, pero no para bases musicales. Comprende perfectamente que se ha dividido por veinte el precio y se requieren muchas bases musicales al cabo del mes.
“Aún no”, me contesta cuando le propongo que, como todos los que usamos profesionalmente y con medida la inteligencia artificial generativa, utilice este recurso como punto de partida, inspiración, o simplemente para poner en marcha su propio motor creativo. “Se me tiene que pasar el enfado”, me comenta mientras desmonta su estudio por mudanza. No puede seguir pagando el alquiler y se traslada al piso de un familiar. Una señal de que su facturación ha caído en picado, a pesar de ser un gran músico. Gracias a haber participado en el disco de uno de los eventos más conocidos de las navidades catalanas, el de la Marató de la antigua TV3 (ahora 3Cat), tendrá una liquidación que le permitirá estar tranquilo unos meses más. Ahora trabaja en el futuro trabajo discográfico de un urólogo al que se le da muy bien cantar que le ha llamado por mediación de un conocidísimo artista español, conocedor del talento de Josep. “Me siento desplazado. Me provoca una sensación de tristeza pensar que todo mi bagaje parece que ya no cuenta para nada”, me reconoce mientras atiende al personal del traslado.
El paralelismo que establece me parece muy acertado: “hacer una canción requiere conocer bien para quién es, cómo y qué es lo que quiere expresar, y pasar tiempo frente al piano con él. Es un poco como hacer el amor, y esto no sería más que sexo frío, sin contemplaciones”. Lladó, que se preparó hace décadas con Pepe Nieto (Pekenikes) en la creación de scores, o sea, bandas sonoras para películas, ha trabajado en las últimas décadas poniendo música a diferentes videojuegos de producción española. Vive de eso, y de los derechos de autor y como intérprete de varias docenas de discos y producciones en las que ha intervenido en las últimas décadas.
“El primer golpe llegó en 2009 con la crisis. La gente ya no invertía con alegría a la hora de hacer su disco o en música para publicidad. Se miraban mucho más cada céntimo. Pero la estocada llegó con las librerías con las que los productores compran directamente fragmentos de canciones. Esto ya fue lo que recortó definitivamente mi facturación”. Ante la pregunta de por qué no se decidió a crear música para esas librerías que todas las productoras audiovisuales usamos, su respuesta continúa con el símil sexual: “Yo compongo música, no estoy donando esperma sin saber para quién va a ser”.
Que al lector no le quepa ninguna duda de que el talento de este ser humano está fuera de discusión. Esta ya no es una batalla de ver quién lo hace mejor, sino de un impacto en una industria comparable a la aparición de los telares, la producción en cadena, o la informática. Mientras Josep recoge y envuelve cuidadosamente sus teclados, algunos de ellos piezas de coleccionista, sigue queriendo crear como sabe: “Si vuelvo a hacer una banda sonora para un videojuego, me gustaría hacerla como se hacen en las grandes productoras de Japón, con una orquesta. Haces la partitura para cada instrumento, y grabas con sección de cuerdas y vientos de verdad”.
Está mi amigo justo en el otro extremo de estas obras sintéticas de fast food musical. Él habla de humanos tocando instrumentos con siglos de antigüedad, mientras yo sigo descargando sintonías sintéticas de fondo para el pódcast de una conocida marca de automóviles. Y lo hago porque no estoy produciendo un disco, ni creando una obra de arte o un texto como este. Se trata de fondos que van a pasar inadvertidos, porque lo importante es lo que se dice cuando se habla con ellos sonando debajo. Que un talentoso músico dedique tiempo a crear un fondo musical me puede parecer hasta injusto. El problema realmente viene en forma de productor de moda acudiendo a un estudio para crear el nuevo disco de una reciente estrella, y te trae ya todo el puzle montado a base de piezas precocinadas. Este fue un caso real vivido en primera persona el pasado verano. Pero como el artista en cuestión lo peta en redes, cualquier cosa vale.
No tengo una bola de cristal, pero mucho me temo que el verdadero efecto a nivel usuario de la IA en la música va a ser el de complicarnos la vida a los oyentes y escuchantes. Para encontrar algo que merezca la pena, vamos a tener que buscar mucho más, y DJ algoritmo, en forma de recomendaciones, cada vez va a darnos más música barata hecha en minutos. Como está ocurriendo ya en redes sociales y en otros medios de prensa escrita, la invasión de contenidos de baja calidad es un hecho. Si bien es verdad que a pesar del prêt-à-porter siguen existiendo buenos sastres, de momento, mi amigo se muda. Y, lo que es peor, cada vez hay más canciones pésimas en las plataformas.
Esto va demasiado deprisa, y no sigue el ritmo humano. En algo tan inherente a nuestra naturaleza como el arte en cualquiera de sus formas, creo que deberíamos ser mucho más exigentes. Eduquemos a la siguiente generación, que anda jugando con los filtros en TikTok, en el valor que tienen las cosas bien hechas. Lo pido por todos los demás Josep Lladó que, como él, ahora son víctimas de la prestidigitación de los productores con poco amor al trabajo bien hecho.
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