Si algo nos ha enseñado la historia de la Segunda República en España es que su nacimiento llegó cargado de buenas intenciones, como una suerte de experimento con ganas de correr más rápido que sus propias posibilidades. Un tropiezo anunciado que acabó chocando contra sus propios obstáculos. El recuerdo de aquella época, casi cien años después, sigue abriendo heridas, reproches y lamentaciones. Sin embargo, si de algo se puede enorgullecer la sociedad de entonces es de haber imaginado una iniciativa tan revolucionaria y enriquecedora como lo fueron las misiones pedagógicas de Bartolomé Cossío.
Filósofas como María Zambrano, artistas como Maruja Mallo, dramaturgos como Alejandro Casona o poetas como Luis Cernuda fueron solo algunos de los más de quinientos voluntarios que participaron en el proyecto interdisciplinar de Cossío. Alumno adelantado de Giner de los Ríos en los inicios de la Institución Libre de Enseñanza, fue el mejor ejemplo de lo que la instrucción en el ILE podía significar para el futuro del país. Como docente, empezó siendo profesor de primaria, fascinado por el potencial de aprendizaje en las edades más tempranas. Y desde ese entusiasmo genuino por cambiar la sociedad española, Bartolomé Cossío imaginó una España en la que nadie se quedará atrás, comenzando por lo más valioso para su porvenir, los niños.
"Somos una escuela ambulante que quiere ir de pueblo en pueblo. Pero una escuela donde no hay libros de matrícula, donde no hay que aprender con lágrimas, donde no se pondrá a nadie de rodillas como en otro tiempo. Porque el gobierno de la República que nos envía, nos ha dicho que vengamos, ante todo, a las aldeas, a las más pobres, a las más escondidas y abandonadas, y que vengamos a enseñaros algo, algo que no sabéis por estar siempre tan solos y tan lejos de donde otros lo aprenden, y porque nadie hasta ahora ha venido a enseñároslo; pero que vengamos también, y lo primero, a divertiros", Manuel Bartolomé Cossio, diciembre de 1931.
A partir de estas ideas basadas en los principios de la Institución Libre de Enseñanza, las misiones pedagógicas se dedicaron a llevar la cultura a la España rural desde la primavera de 1931, hasta el inicio de la guerra civil en el 36, un año después de la muerte de su principal impulsor. A partir de la creación de bibliotecas fijas y circulantes, proyecciones cinematográficas, representaciones teatrales, conciertos y hasta un museo itinerante, la cultura viajó a los lugares más recónditos del país. También ofrecían orientación pedagógica a los maestros en las escuelas rurales y promovían una "educación ciudadana necesaria para hacer comprensibles los principios de un gobierno democrático a través de charlas y reuniones públicas".
Gracias a este afán por compartir un patrimonio que, por derecho, también les pertenecía, algunas de las obras más icónicas de la historia del arte español viajaron por todo el territorio. Obras de Goya, Velázquez o El Greco llegaron para educar y cautivar la mirada de los históricamente olvidados por las instituciones. Cossío pretendía que el deleite precediera al entendimiento y provocar así la curiosidad y la pasión por el arte de las clases más humildes en un país donde había un 44% de analfabetos.
'La tierra bajo tus pies', un Premio Azorín que revive el legado de las misiones pedagógicas
En este contexto de luces y sombras sobre un momento histórico único en nuestro país, ha decidido ambientar su última novela, galardonada con el Premio Azorín, la escritora Cristina López Barrio. La tierra bajo tus pies (Planeta) relata la historia de Cati, una mujer cuyo encuentro con Bartolomé Cossío marca para siempre su vida inmiscuyéndose de lleno en aquellas misiones cuyo objetivo era sacar al país de la ignorancia.
Dejando a un lado la naturaleza itinerante de la mayoría de los misioneros que se prestaron a ofrecer este servicio, la de Cati es la historia de una mujer que redescubre, quedándose, el significado de una España prácticamente olvidada por las grandes ciudades. Mientras todos sus compañeros se marchan, la protagonista de esta novela permanece para ver los frutos de aquellas misiones y, a través de sus ojos, López Barrio explora el resultado de un nuevo despertar, luminoso y revelador, pero que también conserva los mismos vicios, envidias y rivalidades de siempre. Una mirada a lo mejor y lo peor de nuestra historia en pleno 1935, cuando las buenas intenciones de lo que pudo ser un día la Segunda República, se habían quedado perdido en el camino hacia una hostilidad cada vez más insostenible.
Con esta novela, su autora efectúa una relectura sobre el gran proyecto de Cossío y sus inmediatas consecuencias, recuperando el legado genuinamente idealista de un grupo de personas que supieron mantener, hasta el último momento, la esperanza en que un país mejor era posible.
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