Está muy bien ser jovencito y estar a la última para ser periodista musical. Pero el empaque necesario para, a pesar de las presiones, los haters y las indicaciones, ser capaz de narrar junto a Julia Varela lo que sucedió anoche en Malmö siendo concreto y descriptivo, te lo da la experiencia. Tony Aguilar reconoce que lo de este año no tiene precedente, y aunque iba a decir que mi compañero radiofónico ha toreado en peores plazas, la verdad es que no le recuerdo ante semejante miura.
El presentador, que define como “uno de los más felices de su vida” el día que supo que iba a suceder al gran José María Íñigo en la retransmisión de Eurovisión, acaba de despertarse en la habitación de su hotel cuando me hace balance de su séptima velada eurovisiva. “La situación internacional que mantiene Israel con Palestina, con Ucrania que no ha dejado de participar, la expulsión de última hora de Países Bajos por una investigación judicial a su representante, la inclusión de artistas no binarios que nos pidieron que se les mencionara con lenguaje inclusivo… todo ello en directo, con un micrófono, durante cuatro horas de show, ha sido un enorme reto. Hemos tratado de contar lo que ocurría, sin esconder ni abucheos ni aplausos”.
Una olla a presión
Greta Thunberg acababa de ser detenida en los aledaños del Malmö Arena cuando Tony narró con decencia, claridad, y la complicidad de su compañera que durante la actuación de Israel hubo aplausos y silbidos. Sin más explicaciones o argumentos. No había que esconderlo, a pesar de las sospechosas ovaciones de relleno que se escuchaban en la mezcla de audio, de las manos levantadas al aplaudir de quienes lo hicieron para que se les viera bien, y de los comentarios de todo tipo que Tony, Julia, y el resto de delegaciones han tenido que soportar estos días en el cocedero de las redes sociales.
Para Israel era una cuestión de Estado. Eden Golan se entrenó frente a su equipo abucheando para vacunarse y el propio Netanyahu la animó en redes sociales. Se consiguieron más de 300 puntos del público, equivalentes a centenares de miles de votos. Un dineral. Por cierto, muy poco se habla del coste de votar en este certamen, a razón de 1,45 euros por llamada (en España) con un máximo de 20 veces. O sea, que te dejas más de 20 euros en una noche desde una app que solamente sirve para explicarte cómo hacerlo o con las consabidas llamadas o SMS. La comunidad judía se volcó en todo el mundo, más que nunca, para aupar a una cantante que, por otra parte, realizó una buena interpretación.
Ganó a Israel y a todos una propuesta no binaria que responde completamente al signo de los tiempos. Con una producción técnicamente perfecta, propia de un reloj suizo, Nemo se puso sobre una plataforma inclinada para enviar un mensaje teatral que parecía sacado de una opereta para Instagram.
Fascinante. Lo mejor de este concurso es que hasta el rabo todo es toro, válgame la cita. Fue la interpretación la que hizo que ganara esta puesta en escena tecnológicamente humana que propone “romper el código”. Musicalmente hablando, que se me perdone si digo que el drum and bass no es precisamente nuevo, aunque orquestarlo así, sí. El punto reivindicativo desde la identificación sexual, que siempre suma, no pasó inadvertido a nadie.
También lo tuvo la terrorífica propuesta de Irlanda. Menos mal que los más pequeños ya estaban acostados. Pocas veces alguien sobre un escenario ha conseguido causar pavor y provocación a partes iguales. Esto de Bambie Thug, como si de una Nina Hagen descontrolada se tratase, no tiene nada que ver con los grandes artistas que ha dado el país de paisajes verdes y cultura celta, pero el jurado y el público aplaudieron con sus votos que al menos hubiera una propuesta original y producida al detalle. Llegó hasta la sexta posición.
A pesar de ser la que menos pagaba en las apuestas, no ganó Croacia con Baby Lasagna y su ritmo machacón a golpe de guitarra eléctrica. Si una pandilla de heavies, van de after después de varias cervezas y un concierto de Judas Priest, esta sería la interpretación con la que conectarían perfectamente.
No podemos decir que el cantante sea un Caruso, pero no parece ser lo importante. Ah, lo de cantar bien. Porque si fuera por eso, creo que podría haber ganado Slimane de Francia, con una voz timbrada a lo Demis Roussos, y nacido en el banlieue de París. Jugó con la cámara de cerca para transmitir el dolor y la esperanza de un amor perdido.
También lo merecería Portugal, con la excelente interpretación sencilla de Iolanda. Además de entonar perfectamente, supo escenificar como nunca antes lo que sufrimos con nuestras obsesiones.
Hubo otras interpretaciones vocales muy decentes, como la de TALI, profesora de canto, israelí con residencia en Luxemburgo. Se nota oficio, pero no pasó del 13.
Siguiendo con actuaciones vocalmente decentes, lo hizo bien Angelina Mango, de familia artística, pero la RAI eligió mal para esa voz una cumbia latina. Se quedó en un honroso séptimo puesto, aunque con otro tema hubiese llegado seguramente más arriba.
El mayor espectáculo (televisivo) del mundo
Aunque cantar bien tuvo su peso en las elecciones del jurado profesional, muchos puristas del certamen están algo sorprendidos. Roberto Parodi, que durante más de 30 años ha ido creando una colección de más de 2.200 discos de Eurovisión y sus intérpretes desde 1956 hasta hoy, ha visto “puestas en escenas demasiado atrevidas y poco refinadas para mi gusto. En muchos casos parecía tratarse de un videoclip”. Y no lo dice como algo negativo, pero está claro que define muy bien de lo que hablamos.
No nos engañemos. Hace tiempo que este festival dejó de serlo, para convertirse en un programa televisivo con audiencias superiores a las de la super bowl norteamericana. La realización audiovisual es siempre impecable, y solamente trabaja en ello la élite del oficio. El debate sobre si eso aleja o no de la música el espectáculo, da para una amplia reflexión que se lleva años teniendo. Roberto tampoco es muy amigo de los “eurodramas” que lo han sacudido: “El lema de este año, Unidos por la música, sólo lo ha sido en las palabras y no en los hechos”. Coincido con él en algo que refleja la realidad que vive el sector: la falta de buenas canciones pop, de esas que se puedan interpretar con una guitarra y conservan su valor.
Que se desvirtúe el certamen a base de virtualizar tuvo su punto crítico en la aparición de los ABBAtares de la banda que siguen actuando en nombre de los suecos con gran éxito en Londres. La conexión en directo con la capital del Reino Unido, cuyo representante se fue con cero puntos, nos mostró una suerte de videojuego sobre aquel escenario con diálogos que imitaban la realidad, sin alcanzarla tanto como se dice.
No apareciendo en escena los cuatro suecos, a pesar de la presencia de la Princesa Victoria, ya nada puede acercarse a lo esperado en un verdadero homenaje eurovisivo y en Suecia a una de las bandas más importantes de la historia del pop. Delegar apariciones en tu doble digital parece que va a ser tendencia.
"Zorra" hasta el puesto 22, por su propio peso
Ah, sí, lo de “Zorra”. Pues se evidenció que si le quitas el escándalo, porque el resto del mundo no tiene por qué conocer las implicaciones de título y letra, se queda en lo que es. Un tema noventero al estilo Viceversa bien vestido. Y eso que el dúo lo hizo mejor que nunca, y la puesta en escena fue excelente. Pero al final, las verdades se imponen y las cosas caen por su propio peso. Hasta el puesto 22.
El conocido periodista musical Javier Adrados, autor junto a Patricia Godes del libro Yo tampoco gané Eurovisión, defiende al grupo que representó a España. “Nos hicieron soñar”, me sentencia. “Lo hicieron de doce puntos, y no lo tenían fácil con todo lo que ocurría”. En eso tiene toda la razón. Además, aporta un punto de vista interesante al aplaudir la inclusión de artistas con cierta edad. Le dejo consolándose en la seguridad de que el año que viene conseguirá España estar más cerca del micrófono de cristal, que, por cierto, este año se rompió. Todos somos un poco de cristal y todo se fragmenta demasiado.
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