Desde que el diseñador irlandés Jonathan Anderson asumiera en 2013 la dirección creativa de Loewe, la firma de origen español es una de las más rentables y deseadas de cuantas conviven bajo el opulento paraguas del gigante del lujo LVMH. Su protagonismo en la última Met Gala demuestra que la marca sigue ocupando un lugar privilegiado en el imaginario de la moda actual. Gracias, en parte, a una minuciosa estrategia de marca que no deja nada al azar. Que recupera como modelos de sus campañas a mitos del cine como Anthony Hopkins o Maggie Smith. O que capitaliza el magnetismo de los protagonistas de Rivales, con Zendaya como reclamo principal, creando una colección cápsula de camisetas y sudaderas que aparecen en la película de Luca Guadagnino.
Como parte de esta estrategia, Loewe estableció en 2016, a través de su fundación, el Loewe Craft Prize. Dotado con 50.000 euros, es el premio de artesanía más importante del mundo. Haciendo honor a la centenaria historia de una casa que se hizo grande gracias a la primorosa fabricación artesanal de objetos de cuero, el galardón llega a su séptima edición reconociendo y apoyando el trabajo de los mejores talentos internacionales en los diferentes campos de las artes aplicadas.
Hasta el 9 de junio, el Palais de Tokyo de París acoge una exposición como los trabajos de los 30 finalistas de la última edición. Este año se han presentado 3.900 obras de artesanos procedentes de 16 países. Un jurado internacional de prestigio –integrado, entre otros, por el conservador jefe de Arquitectura y Diseño del museo Metropolitan de Nueva York, Abraham Thomas, el director del Museo del Diseño de Londres, Deyan Sudjic, la diseñadora Patricia Urquiola o el premio Pritzker Wang Shu, además del propio Jonathan Anderson– eligió el pasado miércoles como ganador al mexicano Andrés Anza por su pieza I only know what I have seen –Solo sé lo que he visto–, un llamativo tótem de más de un metro de altura cubierto de espinas cerámicas.
Un juego mental
Anza, nacido en Monterrey en 1991, lleva casi una década experimentando con estas formas sinuosas que remiten en apariencia a la naturaleza –¿es un cactus? ¿Un coral? ¿Una oruga?– pero que no se corresponden con ninguna especie conocida. Son producto exclusivo de la imaginación y la habilidad de su creador, que juega deliberadamente con la memoria del espectador para despertar su curiosidad.
"Estas piezas son como esa persona que acabas de conocer pero te recuerda a alguien. Al principio recurres a tu archivo mental y le atribuyes unas cualidades que son de otro, pero luego te corresponde descubrir quién es realmente. Esto es lo que intento hacer; que tras la certidumbre inicial de pensar que sabes lo que tienes delante, sientas esa curiosidad y descubras una nueva relación", explica Anza a El Independiente desde París, pocas horas después de recibir el Loewe Craft Prize de manos de la actriz Aubrey Plaza.
Anza estudió Bellas Artes en la universidad de su ciudad natal y se inició en la práctica de la cerámica en el taller de su tío, el escultor Mauricio Cortés. "Cuando estaba estudiando me invitó a ser su asistente. Mi acercamiento a la escultura y la cerámica fue gracias a él". Cortés realiza figuras humanas, y Anza al comienzo le copiaba, "pero poco a poco me di cuenta de que quería desarrollar un lenguaje más abstracto, algo que hubiera que descifrar", explica.
Arte y artesanía
En su búsqueda descubrió la textura de picos, que ya utilizó en su trabajo de tesis y que viene practicando desde entonces para forrar sus "criaturas". Una técnica minuciosa y repetitiva de pastillaje que se inspira vagamente en las piñas michoacanas, una tradición artesanal de vasijas que reproducen la forma de este fruto. Pero Anza buscaba sublimar el objeto cerámico. No quería representar algo reconocible ni que fuera un elemento utilitario, que es lo que suele ofrecer casi siempre la artesanía tradicional. "Yo quería hacer algo que se moviera y que no fuera nada particular. No quería que la gente viera un jarrón. Quería que lo que vieran les inquietara".
El resultado son obras como la ganadora del Loewe. Un tótem ciliar formado en realidad por cinco piezas de 35 centímetros, la medida máxima que cabe en el horno de su taller, que se superponen y acoplan discretamente. Y que representa ese territorio fronterizo donde el arte y la artesanía se encuentran y en el que se mueve el premio Loewe y creadores como Anza, que adoptan técnicas tradicionales con intenciones artísticas.
"Por eso me enamoré del premio", recalca Anza, "porque borra esa línea entre arte y artesanía, revuelve las categorías, las pone en discusión, y eso va con mi filosofía. La artesanía se asocia con lo utilitario, pero yo pienso en la artesanía como en un arte vivo, y esa es la intención de mi obra, que recoge elementos de la artesanía de mi país para trasladarlo a la obra escultórica".
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