Miau es meow, debieron de aclararle Nacho y Lucas Vázquez a Antoñito Rüdiger (Berlín, 1993) durante la lidia del quinto toro de la tarde de este jueves en Las Ventas, en plena Feria de San Isidro.
Rüdiger, desbordante, en figura del toreo, se lo pasó en grande en un burladero del callejón de Las Ventas, aunque no entendía por qué se pitaba en la plaza. "¡Creía que eso solo pasaba en el fútbol!", bromeó con sus compañeros, según fuentes solventes del vestuario. Entusiasmado, el defensa del Real Madrid quedó "alucinado" y, por supuesto, repetirá como espectador en la plaza.
Asegura que es “como una batalla” y que los toreros “tienen unos huevos muy grandes”. Que él no se atrevería a torear, e insiste en que no entiende bien, “aunque Nacho y Lucas me lo han intentado explicar”, por qué se pita en la plaza.
Rüdiger, Nacho y Lucas se quedaron sin brindis de los toreros.
Así sucedieron las cosas de los pitos, para entender el contexto:
Sale el quinto de El Puerto de San Lorenzo, con una romana de 553 kilos pero con una apariencia más escurrida. Estallan los chillidos en contra del toro en el tendido del 7, al que comparan con un gato vociferando ¡"miaus"!, en un recurso onomatopéyico más recurrente que si lo compararan con una sardina, que también se dice pero a ver quién es el listo que airea la onomopatopeya de estos clupeiformes.
Están gritando miau, que es meow, en referencia a que ven al toro chico e impropio de la entidad de esta plaza.
Como el toro, para más inri, parecía no sujetarse bien en el suelo durante sus movimientos de aquí para allá, se eleva el volumen de la protesta. Porque está presuntamente inválido, o sea, que tienen que salir los cabestros de Florito para que se lo lleven y salga por un fin un toro reserva o sobrero en la feria.
Nada de eso sucede. El presidente muestra su pañuelo blanco para cambiar el tercio y se encabrona más el encabronado.
"¡¡Miauuu, miauuu!!". El toro de 553 kilos va y viene entre las chanzas y el cabreo, si bien varios miles de espectadores no saben de qué va la vaina realmente. Juan Ortega arranca la faena y, al dibujar la trinchera, el felino se le coló y zas, el torero boca abajo contra el piso. Enorme porrazo, llamado voltereta, y el toro que recorre los alamares a merced sin hacer presa.
Se acabaron los miaus (meows, en inglés).
Pasó un minuto largo hasta que Juan Ortega se repuso de verdad y, olvidándose del asesino pitón izquierdo que le había volteado, crujió al toro con la mano derecha. Media docena de bocados gourmets para dejar claras las cosas.
Resumen: el toro-gato de cinco años se llevó con los tacos por delante a Ortega. ¿Cómo puede un animal que aúlla provocar una voltereta (no hay traducción literal al inglés porque en Inglaterra no hay toros) que a punto está de calarle el pitón en la carne al torero que, indefenso, se hace un ovillo para que pase aquello cuanto antes?
Hubo un tiempo en que los que no gritaban miau desafiaban encorajinados a los que sí gritaban, una vez que el toro presuntamente inofensivo había pasado las guadañas por la anatomía del torero presuntamente beneficiado. Eso apenas sucedió el jueves. Ortega remontó y se gustó. Y hubo paz.
Un toro después, Rüdiger blandía el móvil para conservar grabado el espectáculo. Entre meows.
Él repetirá: "Es alucinante".
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