“¡Ni que fuera un torero!”, se le escapó a Pepe Esteban ante la atronadora ovación que cerró su homenaje. A sus 87 años le sigue saliendo la vena taurina a quien, de la mano de Bergamín, asistiera en los setenta al nacimiento del paulismo: aquella exaltación de Rafael de Paula que el poeta del 27 escribió (y Esteban editó) con el nombre de La música callada del toreo, retoque (¿o corrección?) belmontista del lejano El arte de Birlibirloque.
En presencia del director del Instituto Cervantes, Luis García Montero, que ejerció de anfitrión, y con José Luis Esparcia como maestro de ceremonias, sus amigos, junto a una sucesión de sabrosas anécdotas (como la de un posible affaire del homenajeado con Úrsula Andress), ensalzaron las cuatro facetas en las que ha sido un maestro: la edición, la escritura, el compromiso político y la amistad. Abelardo Linares, de la editorial Renacimiento, ponderó su decisiva implicación en la recuperación de las obras de los exiliados; el librero Santiago Palacios y el editor Jesús Egido evocaron la mítica librería y editorial Turner, que Pepe codirigiera junto a Manolo Arroyo. El editor de Reino de Cordelia celebró poder ser él quien ahora edite al preceptor (como ejemplos, la preciosa reedición del libro sobre el Café Gijón, con dibujos de Javier de Juan, o Escritores españoles en París).
Desde que pisó Madrid para iniciar sus estudios, el joven Esteban sintió lo mismo que Cortázar al llegar a París: quería ser escritor. Pronto se puso a ello: la primera vez que se cruzó con Azorín en la Puerta del Sol le pidió una dedicatoria; visitó a Baroja en su casa, y recibió un tempranero consejo de Hemingway que ha seguido hasta el día de hoy: si quería ser escritor debía beber whisky (“güisqui¨, como gusta escribir a Pepe), “pues la inspiración hay que buscarla y encontrarla en esa increíble bebida”. Este estudioso y apasionado de la literatura lleva ya publicados más de cincuenta títulos, como recordaron Manuel Rico y Juancho Armas Marcelo: desde su primera novela, El himno de Riego, o su contribución al estudio de Los Novelistas Sociales Españoles, hasta su libro más vendido, Vituperio (y algún elogio) de la errata.
El compromiso político de José Esteban comenzó con las movilizaciones estudiantiles del 56, su militancia política en el PCE con Enrique Múgica y Fernando Sánchez Dragó o la organización del Primer Congreso de Escritores Jóvenes, suspendido por la dictadura. Su sobrino y miembro de IU, Fran Pérez Esteban, rememoró la tertulia, cultural y política, que todos los martes se celebraba en el Café Pelayo, cercano al Retiro, y en la que participaban, junto a su tío, Jaime Ballesteros, Juan García Hortelano, Gabriel Celaya o Alfonso Sastre. Abogado de formación, fundó el primer bufete laboralista de CCOO y del PCE y defendió a Marcelino Camacho. Estudioso de los periodos republicanos, ha ejercido como tal y así lo recordó Isabelo Herreros.
Además de una herramienta viva de la cultura española, Pepe Esteban es un ser humano extraordinario, de ahí la exaltación a su sentido de la amistad que no podía faltar en su homenaje. “¿Cómo has podido tener tiempo para todos nosotros?”, se preguntó el escritor Carlos Manuel Sánchez, que puso el acento en algo que se había venido insinuando durante el acto: que en casa de Pepe se ha bebido, y se ha bebido mucho. Recordó que la corte (o tropa) de Pepe ha protagonizado grandes libaciones, no exentas de competencia -se hizo repaso de grandes ganadores: Bryce Echenique, Ángel González, Ana María Matute, Almudena Grandes-, y que siempre entonaban ese otro arte en el que ha destacado Esteban: el de la conversación.
De sus citadas memorias, lamentó no haber abordado suficientemente en ellas dos asuntos nucleares de su vida: el Pisco Sour y los toros
El poeta José Suárez-Inclán estuvo sembrado al definir las memorias de Pepe Esteban, Ahora que recuerdo, como el fiel reflejo de la persona que las escribió. Son, dijo, “unas memorias cervantinas, además de por su lenguaje limpio y el humor, por su largueza o generosidad; en las que se habla bien de tanta gente y tan distinta, donde se desecha la tentación de ajustar cuentas. Un libro de presencias y no de ausencias ni rencores. Liberalidad, se decía entonces; una mirada generosa y condescendiente, un tolerar, sin arrogancia, los altibajos de nuestra naturaleza, un gesto sabio, que sonríe, celebra, aguanta y olvida”. Entre el público asistente, el editor y librero Chus Visor, el secretario general del PCE Enrique Santiago, el escritor Jorge Laverón o Antonio Román Úbeda, auténtico promotor del homenaje.
El acto lo cerró el propio Pepe Esteban, que sigue aferrado a las pasiones de siempre: Cervantes, Galdós, su Sigüenza y su Madrid, la Bohemia, la bibliofilia, la paremiología, la gastronomía, el sentido del humor y la tauromaquia. Como de amistad se trataba, recordó con nostalgia a los amigos perdidos (Celaya y su mujer Amparo, que no podían estar separados pero tampoco juntos; Bergamín, “aquel hombre que me llevó a los toros”). De sus citadas memorias, lamentó no haber abordado suficientemente en ellas dos asuntos nucleares de su vida: “el Pisco Sour y los toros”. Sobre lo primero, se proclamó el mayor experto en su elaboración y recordó haber acabado con las existencias del cóctel la primera vez que lo probó, en casa de Vargas Llosa, en Lima. Sobre lo segundo, rememoró la tarde en la que, del brazo de Marcial Lalanda, cruzando la calle Mayor a las bravas, un taxista paró el coche para dejarles pasar al grito de “¡por favor, Maestro!”. “Lo de Maestro va por ti, Pepe”, le dijo Marcial.
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