Es el director de museo más veterano de España. Durante los últimos 27 años ha estado al frente del Guggenheim Bilbao, un proyecto en el que creyó cuando era poco más que un esbozo en un papel y una idea que descabellada para la mayoría de la sociedad e instituciones vascas. Cuando a Juan Ignacio Vidarte le invitaron a integrarse en el equipo que debía dar forma a aquel proyecto con el que unos pocos aspiraban a resucitar el Bilbao ahogado en la crisis industrial, sólo era un contable de 35 años. De director de política fiscal y financiera de la diputación vizcaína pasó a reinventarse entre artistas, cuadros y exposiciones.
A sus 68 años, este hombre discreto, de formas educadas y que habla en voz baja, reconoce que llevaba muchos años dándole vueltas a cuándo ceder el testigo. Las circunstancias fueron aplazando su decisión que esta semana ha anunciado: en otoño dejará de dirigir la pinacoteca y pasará a ser 'director emérito' con funciones consultivas, no ejecutivas, además de continuar como responsable estratégico de la Fundación Guggenheim.
Cuando en 1996 asumió la dirección que ahora cederá, lo hizo con la intención de llevar a cabo la máxima con la que siempre había soñado, "poder hacer algo que tuviera impacto en mi ciudad, en mi país". El concepto repetido como un mantra durante años, el 'efecto Guggenheim' que siempre acompañó a aquellos visionarios de lo que formó parte sintetiza bien el éxito de su apuesta y la consecución de su objetivo personal.
Pregunta.- Frank Gehry es uno de los artífices innegables de este proyecto. Hoy tiene 95 años y sigue en activo. ¿Cómo está? ¿Se lo ha comunicado?
Respuesta.- Sí, se lo comuniqué el fin de semana previo. Está bastante bien. Tengo una relación muy fluida con él. Me dijo que lo entendía, estuvo muy cariñoso. Sigue muy activo. Viaja menos, pero sigue con muchos proyectos. Como voy a mantenerme en la Fundación Guggenheim, y uno de los proyectos en el que él tiene un papel importante es el de Abu Dabi, es el arquitecto del edificio, eso nos mantendrá en contacto.
P.- Lleva vinculado con el Guggenheim desde 1991 y como director desde diciembre de 1996. Es toda una vida. ¿Cuántas veces había pensado en que era hora de dejar el cargo?
R.- En algunos momentos, no sabría decir ahora cuándo, pero sí se me pasó por la cabeza la reflexión de cuánto tiene sentido que yo esté aquí. En los aniversarios, por ejemplo, cuando se cumplían hitos lo pensaba. Pero la reflexión en serio de que había llegado el momento la empecé a pensar en torno al XX aniversario, en 2017. Pensé que había llegado el momento de dar el paso. Nunca se había producido un relevó en la dirección del museo, había que hacerlo muy bien. Sabiendo que era un proceso complejo. Luego llegaron circunstancias como la pandemia, la sucesión de Richard Armstron de la Fundación, que tardó más de lo que se preveía. Ahora me parecía que todo estaba alineado y a finales del año pasado me decidí a dar el paso.
P.- ¿La Fundación se lo había pedido o es una decisión personal?
R.- Es absolutamente personal. En el caso de la Fundación Guggenheim de Nueva York me habían pedido que siguiera y que aumentara mis responsabilidades allí. Y en la Fundación de Bilbao inicialmente me plantearon que aguantara un poco más. Pero lo entendieron y lo apoyaron. Ha sido una decisión personal y agradezco que la respetaran.
P.- Regresemos a 1991. Usted era un joven de 35 años que llevaba cuentas y fiscalidad en una diputación. Visto con el paso del tiempo, ¿aceptar aquel reto fue valentía o inconsciencia?
Cada ciudad es distinta. Lo ocurrido con el Guggenheim no es algo replicable miméticamente. Lo he dicho muchas veces, pero se oye pero no se escucha"
R.- No creo que fuera inconsciente. Siempre había tenido personalmente el deseo de poder hacer algo que tuviera un impacto en mi ciudad, en mi país. Por ese motivo mi carrera se desarrolló en las instituciones públicas. Cuando llegó esta posibilidad que parecía remota, lo vi como algo muy interesante, sabiendo que era un proyecto incierto, no sólo por sus resultados sino también en las posibilidades de que se concretara en nada. Había que intentarlo. Luego todo se fue desarrollando. No fue un plan definido, sino poco a poco.
P.- En esos primeros años muy pocos creían en aquella apuesta, ni la inmensa mayoría de la sociedad ni muchas instituciones. ¿Qué vio para, pese a todo, seguir remando contracorriente?
R.- Era lógico que generara oposición y mayoritariamente un escepticismo absoluto creer que eso pudiera funcionar… Pero al margen de las opiniones, yo creía que eso tenía mucho sentido. Era un proyecto disruptivo. Aspiraba a ser un elemento clave en esa transformación de la ciudad desde un planteamiento disruptivo, no de seguir las líneas que se trazaban habitualmente; mejorar comunicaciones, educación, medioambiente, etc. Que la cultura o una institución cultural fuera llamada a jugar un elemento clave como catalizador era muy innovador, no había precedentes o muy pocos y a una escala muy distinta. A quienes estábamos en ello nos parecía que todo tenía sentido.
P.- ¿Cuántas ofertas le han hecho en todos estos años para replicar lo que hizo aquí en otras ciudades?
R.- Muchas, más de cien, seguro. De diferente tipo y grado de seriedad. Siempre he contado la misma historia, que se oye pero no se escucha. Cada caso es distinto. Bilbao tenía unos problemas y oportunidades y lo que hicimos fue aprovecharlas. Pero cada ciudad es distinta. No es algo replicable miméticamente. Quien piense que en una ciudad en declive un edificio extraordinario es como una varita mágica que lo transforma… Pensar que se puede resolver un problema con un arquitecto, un edifico rompedor e icónico es un error. El papel del museo en la transformación de Bilbao ha sido fundamental, pero es sólo un elemento más. Si no hay un plan previo y posterior en el que encaje de modo coherente nos abonamos a la frustración. Esto no es sólo un edificio. Tiene una función. Un museo debe tener un modelo de funcionamiento sostenible. No es suficiente que atraiga interés los primeros tres años y luego no haya recursos, programación… Todo esto se ha oído muchas veces, pero creo que se ha escuchado pocas.
P.- ¿Cuántas ofertas para ficharle ha recibido? Incluso los árabes…
R.- Hay un proyecto en Abu Dabi, sí. Entendieron el proyecto muy bien y lo han aplicado de manera exponencial. Lo que está ocurriendo allí en Saadiyat Island es un modelo de desarrollo inspirado, aunque en otro contexto y a otra escala, en lo que pasó en Bilbao. Han apostado por la cultura, para que sea un elemento importante en un proceso de transformación de la ciudad. No tiene nada que ver con el Bilbao de los 80, pero lo han entendido bien.
No tengo un nombre para mi sustituto. Debe ser alguien que encaje con un museo atípico en su modelo operativo y que funciona como un referente, como un icono, un embajador"
P.- ¿Cuánto sabía de arte cuando entró y cuánto sabe hoy, 33 años después?
R.- No lo he cuantificado. El arte me gustaba como aficionado. A lo largo de esto 33 años se me ha ido pegando capas de conocimiento, por interés y necesidad. Siempre he tenido claro mi papel en el Museo. Nunca he aspirado a ser un experto, ni sustituir a quienes realmente saben. Mi papel ha sido, con empatía e interés, intentar como director de orquesta que la programación del museo encaje dentro de sus parámetros de calidad, estacionalidad, presupuesto, etc. de modo que pueda afrontar todos los años una programación ambiciosa, de calidad, atractiva y que genere interés.
P.- Insiste en que el museo no puede vivir de las rentas, que debe estar en continuar renovación. ¿Cómo se moderniza un museo como éste? ¿Qué hitos tendrá que afrontar su sucesor?
R.- Un museo si quiere seguir siendo relevante, no en el futuro sino mañana mismo, necesita afrontar el día a día con la actitud de estar en una permanente renovación. No puede pensar que lo que ha hecho va a ser suficiente. Esa actitud impregna mucho este museo. Cada cierto tiempo sí debes mirar más al futuro para saber si vas en la dirección correcta, pero la actitud de renovación debe ser permanente. A quien venga no le voy a marcar la agenda, pero sí creo que es importante que mantenga esa actitud.
P.- La ampliación del Guggenhiem con una nueva sede en la reserva del Urdaibai, en el entorno de Gernika, ¿es imprescindible o no lo es tanto?
R.- Es un proyecto de futuro. Se pensó hace más de 10 años. Intentamos definir la visión del Museo para 2020. Hay prácticas artísticas y enfoques de la programación para los que no está bien adaptado. Esa idea sigue vigente. No es una ampliación de metros cuadrados sino cualitativa, de aportación de oportunidades para desarrollar actividades que aquí no tienes. Temas de sostenibilidad medioambiental, cuestiones mutidisciplinares, poder ofrecer experiencia de museo distinta, programas de residencia, etc. Para el 2030 creo que sigue siendo relevante y se pueda conseguir.
P.- Es el más veterano de los directores de museo en España, el que más experiencia tiene en la dirección museística. Conoce este sector como pocos. ¿Tiene algún nombre en la cabeza que cree adecuado para sustituirle?
R.- No tengo un nombre. Tengo en la cabeza requisitos. Este es un museo muy especial por varios motivos. Tiene un modelo operativo muy atípico. Una de las cosas que el Museo ha podido aportar es una visión de un modelo de funcionamiento distinto. Eso requiere un profesional que encaje en él. Es una institución que además de ser un museo relevante internacionalmente también juega un papel destacado como referente en un país. Somos un icono, un embajador y eso implica una responsabilidad. Lo que se está buscando es un conjunto de requisitos: experiencia y cualificación profesional, cualidades y valores personales que encajen con los de la institución, capacidad para tener un cierto recorrido en el tiempo para desarrollar un proyecto.
Que no viniera el 'Guernica' fue una oportunidad perdida en un momento histórico. Hubiera sido un gesto de paz, una declaración contra la violencia"
P.- ¿Qué le recomendaría? ¿Qué cualidades no le han fallado a usted como máximo responsables en todos estos años?
R.- Es importante la integridad y la coherencia. Hay que tener claro cuáles son los principios de funcionamiento de la institución y mantenerlos. En estos puestos a veces es difícil de mantener porque hay muchas tensiones, prioridades, etc. La coherencia respecto a los objetivos es importante. La coherencia y la integridad, sin perder de vista el rumbo del museo que siempre debes tenerlo claro. Hay que tener claro cuál es tu horizonte y no desviarte porque pequeñas desviaciones, si nos las corriges, pueden llevarte donde no quieres.
P.- Tras las más de 200 exposiciones del Guggenheim Bilbao desde su inauguración usted asegura que una de las cosas que más le ha satisfecho es haber podido ‘casar para la historia’ al escultor Richard Serra y al arquitecto Frank Gehry.
R.- Sí. Fue un hito en la creación de la colección. Dos maestros unidos en el museo. Respecto al conjunto de la programación de lo que más satisfecho estoy es haber podido tener la oportunidad de acoger la obra de los artistas fundamentales del siglo XX y XXI. Muchas veces no ponemos tan en relieve que todo esto ha pasado porque el museo ha tenido una oferta cultural de primer nivel. Es de eso de lo que estos más orgullosos. Si uno recorre la programación del museo en estos 27 años es un recorrido de la historia del arte en ese periodo.
P.- Asegura que la ‘espinita’ que le queda es no haber podido exponer el ‘Guernica’ de Picasso durante la inauguración del museo. ¿Será posible alguna vez?
R.- Fue una oportunidad perdida. Era un momento histórico, una oportunidad única para que un cuadro que ha viajado por más de 40 lugares del mundo, viniera aquí de modo temporal. Hubiera sido un modo de conmemorar ese gesto de afrontar el futuro del País Vasco con una institución cultural, abierta al mundo, en un momento complicado, con ETA actuando de modo violento. Aquello era un gesto de paz, de casar la obra de Picasso, una declaración contra la violencia. Se frustró, pero estuvo a punto de producirse. ¿En el futuro? Lo veo complicado.
No creo que fui inconsciente. Era un proyecto disruptivo, sí. Parecía una posibilidad remota e incierta de que saliera pero había que intentarlo"
P.- En estos años ha tenido la oportunidad de conocer a multitud de políticos de todos tipo, artistas internacionales y personajes de proyección internacional. ¿Quién le ha sorprendido más?
R.- Soy muy poco mitómano. Ha habido gente que ha venido claramente a hacerse la foto pero en general, la mayor parte de las persona relevantes que han venido lo han hecho porque tenían interés por conocer el museo. Eso es destacable.
P.- A partir de otoño tendrá más tiempo. ¿Qué va a recuperar?
R.- Espero recuperar el control de mi agenda, que es difícil en un puesto como este. Tendrá más tiempo con mi familia, que es lo que más he sacrificado. Y también para hacer cosas que me gustan, leer, nadar, andar en bici, andar por el monte…
P.- ¿Ha pensado en jubilarse?
R.- No es una palabra que me guste. Una parte importante de nuestra sociedad va a vivir desde los 65 hasta los 100 años y ¿pensamos que tiene que jubilarse? Es un enorme potencial que debemos pensar cómo utilizar. No bloqueando que otras generaciones más jóvenes accedan a estos puestos, pero tampoco pensando que sólo tiene que pasear y visitar obras.
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