Ser manchego es tener tres apellidos oficiales: el de tu padre, el de tu madre, y el de tu provincia. "Soy de Puertollano, en Ciudad Real". "Sí, de Almansa, en Albacete". "Anda, ¿conoces Ledaña, en Cuenca?". "Vivo en Bargas, Toledo. No, no, con 'b'". O simplemente, "soy de un pueblo cerca de Guadalajara", ya se dirá más si se tiene que decir más. Y si después de eso todavía no nos ubican: "exacto, en Castilla-La Mancha".
Estamos ahí. Nadie nos odia pero tampoco somos la primera comunidad que menciona un niño cuando se aprende el mapa de España. ¿"Esa Castilla" o "la otra Castilla"? La energía del hermano mediano, al que le haces caso cuando te habla porque es simpático, pero como es callado tampoco le preguntas mucho. "¿Cuántas provincias tenía?". "Pues no conocía esa ciudad". Nadie sabe nada, pero luego curiosamente todo el mundo tiene un primo de Albacete. O una tía que se casó con alguien de Solana del Pino. O han veraneado alguna vez en la casa con piscina del pueblo de sus abuelos en los Montes de Toledo.
Cuando he conocido a algún extranjero y me ha preguntado que de dónde era, la respuesta más eficaz empezaba por: "¿Sabes dónde está Madrid?", "yes", "¿y Andalucía?", "Andalusia, yes", "pues lo de en medio". Ahora que se lleva tanto vender como dots (puntos, en inglés) a lo que sobra del centro del donut, Castilla-La Mancha sería ese dot. Uno que a veces se parece al andaluz o al madrileño dependiendo de quién hable, pero que siempre suena a manchego.
A ejque, a arrea, a refrán para cada situación y condición vital, a que tengas que pedir una cosilla o que algo te cueste cuatro perrillas, a ¿ande vas?, a "s" a veces sí y a veces no, a cotilleo a la fresca y a persianas bajadas durante el día en verano porque la playa más cercana está a más de tres horas en coche y no es viable salir antes de las nueve de la noche sin calcinarte.
Pero si en cualquier caso decides, te enfrentas, a querer salir... madre mía si decides salir. Porque verás el mejor cielo. El que se intuye en Madrid pero que está afincado en el Valle de Alcudia en tonos rosas, violetas, naranjas y toda la gama de azules. Sentirás la brisa de verano en los corrales de Almagro (Ciudad Real) mientras ves una obra de Lope de Vega porque es julio y ya ha empezado el festival de teatro clásico. Te dolerá el cuello y seguirás maravillado después de ver las telas y luces colgando entre las calles de Toledo durante el Corpus Christi. Estarás saciado tras hacer la ruta del tapeo en Las Pedroñeras (Cuenca) durante la feria internacional del ajo, aunque no incluya beso de después. No querrás que la fiesta de los Moros y Cristianos de Caudete (Albacete) acabe nunca, ni que la procesión del fuego de Humanes de Mohernando en Guadalajara llegue a la Iglesia porque eso significa que ha terminado.
Probarás el pisto manchego, las gachas, el atascaburras y los duelos y quebrantos. No te irás de casa sin haberte comido (a lo tonto) media cuñita de queso, ni sin un ligero regusto a ajo. "A la mancha manchega que hay mucho vino, mucho pan, mucho aceite, mucho tocino", como dice la canción. Disfrutarás del campo manchego. De ese calor constante con olor a encina y olivo por el que merece la pena quemarse un poco, de los viñedos que emboban en los viajes de carretera, y de las montañas que hacen suaves eses a lo lejos y cuestas dignas de suspenso en el examen práctico de cerca.
Saldrás a la tierra de Don Quijote, el primer libro (versión niños) que cualquier manchego conoce cuando aprende a leer. Porque aunque Cervantes no quiera acordarse, ese fue el lugar donde quiso que el hidalgo caballero se enamorase, enloqueciese y librase mil batallas, con Sancho al lado pidiéndole calma porque las cosas tampoco hay que tomárselas tan a pecho. Podría haberlo situado en cualquier lugar. Podría haber sido en Valencia, Logroño, Cádiz o Lanzarote, pero fue en Castilla-La Mancha. El sitio en el que todo el mundo ha estado, ya sea en coche, en tren de camino a Córdoba o porque su tío por parte de madre tiene un ahijado en Alcázar de San Juan.
A todos ellos, feliz día de Castilla-La Mancha.
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