El pasado mes de diciembre, pocas semanas antes de cumplir 80 años, Françoise Hardy pedía en una carta abierta dirigida al presidente de la República Francesa, Emmanuel Macron, la aprobación de una ley de eutanasia que regule el derecho a una muerte digna. Francia, el país que ha consagrado el aborto como un derecho constitucional, carece de una norma que facilite la situación de aquellos enfermos terminales que no desean seguir atados a los cuidados paliativos.
Desde que en 2004 se le diagnosticara la enfermedad de Hodking, una forma de cáncer en el sistema linfático, la vida de la legendaria cantante, una de las últimas supervivientes de la edad de oro del pop francés, se había convertido progresivamente en un calvario médico. Padecía otro cáncer de laringe y tenía dificultades para comer y respirar. Vivía aterrorizada ante la idea de morir asfixiada, y los más de 50 ciclos de radioterapia habían afectado a su memoria y equilibrio.
Este martes por la noche, su hijo, Thomas Dutronc, fruto de su relación con el cantante y actor Jacques Dutronc, anunció en su cuenta de Instagram la muerte de Hardy con un simple "Maman est partie" –"Mamá se ha ido"–.
Joven y bonita
Nacida en París en enero de 1944, poco antes de la Liberación, y criada modesta y estrictamente junto a su hermana Madeleine por una madre soltera, la tímida e insegura Hardy quiso dedicarse a la música desde muy joven. En 1961, después de terminar el bachillerato con buenas notas, ingresó en el Le Petit Conservatoire de la chanson, un programa de radio y televisión dirigido por la cantante Mireille Hartuch en el que los jóvenes talentos de la canción aprendían al mismo tiempo que se daban a conocer.
Su primer contrato discográfico coincidió en el tiempo con su aparición en el Petit Conservatoire. Apenas musitando sus palabras, sobriamente vestida de negro y con una melena clara y natural que contrastaba con los cardados y elaborados peinados de sus compañeros de programa, Hardy interpretó a la guitarra "La fille avec toi", una de las canciones incluidas en su primer disco. Una emisión mítica donde se sitúa el origen del término yeyé, un movimiento musical y cultural que marcaría los años 60 en toda Europa.
Esa misma primavera, recién cumplidos los 18, Hardy grabó su primer LP. En la cara B estaba "Tous les garçons et les filles", una balada melancólica en la que el sello Vogue no tenía demasiada confianza pero que se convirtió en el primer gran éxito de Hardy tras su emisión en televisión en octubre de 1962.
La diva ilustrada
Había nacido una estrella destinada a marcar época. Frente a la exuberancia de compañeras como Sylvie Vartan, Hardy fue la belleza serena y reflexiva que cantaba desde el fondo del corazón. Aunque no renunciaba a su dimensión sexy, como demostraban las fotos que le tomó su primer amor, el fotógrafo de Paris Match Jean-Marie Périer, y sus apariciones con los revolucionarios minivestidos metálicos de Paco Rabanne, quien la consideró junto a Jane Birkin la personificación de la mujer moderna.
Hardy participó del universo de jóvenes pizpiretas que cantaban la alegría de vivir de la juventud, pero lo hizo como un satélite aparte, a su manera hierática y elegante, con una melancolía propia y una forma de cantar y de escribir que con el tiempo se decantarán en una figura de largo recorrido y de calado intelectual.
La publicación en 1973 del extraordinario álbum Message personnel, realizado con Michel Berger, marcó el relanzamiento de su carrera como figura musical adulta. Su último disco, el número 28, Personne d'autre, apareció en 2018. Para entonces hacía ya décadas que Hardy, con sus elegantes chaquetas cruzadas y su pelo blanco y corto, era una dama de lo suyo. Que era la canción, pero no solo. La artista intervino activamente en el debate público francés, a través de sus entrevistas y de libros como Avis non autorisés –Opiniones no autorizadas (2015)–. También escribió novela –L'amour fou (2012)– y memorias como La desesperación de los simios… y otras bagatelas (publicado en España por Expediciones Polares en 2017). Hoy Francia desplegará uno de esos lutos solemnes y majestuosos que reserva para sus mejores hijos.
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