El pasado 13 de mayo Alice Munro, premio Nobel de Literatura en 2013, falleció a los 92 años. Este lunes, casi dos meses después de su fallecimiento, su hija, Andrea Robin, ha acusado a la escritora canadiense de ignorar y ocultar durante décadas los abusos que sufrió de niña por parte de su padrastro.
En un artículo publicado en el diario Toronto Star, Andrea Robin Skinner, profesora de meditación especializada en curación de traumas infantiles a través de la terapia con caballos, ha revelado que su padrastro, Gerald Fremlin, abusó sexualmente de ella cuando tenía nueve años y él 50, y que su madre lo sabía. Pese a ello, permaneció con él hasta el fallecimiento de Fremlin en 2013.
Conducta impropia
En el artículo, Robin explica que los abusos comenzaron en 1976. Una noche, Fremlin –funcionario y geógrafo que editó el Atlas Nacional de Canadá–, se metió en la cama donde ella dormía en la casa de su madre en Clinton (Ontario) y la agredió sexualmente. "A la mañana siguiente, no podía levantarme de la cama. Me desperté con mi primera migraña, que se convirtió a lo largo de los años en una afección crónica y debilitante que continúa hasta el día de hoy. Anhelaba volver a casa, para estar con mi padre, Jim Munro, mi madrastra, Carole, y mi hermanastro, Andrew", recuerda.
Después de aquel episodio, Fremlin mantuvo ocasionalmente una conducta inapropiada hacia ella. Un día, Fremlin le pidió jugar a un juego llamado "muéstrame" y cuando se negó, le hizo contarle su "vida sexual", pidiéndole "detalles de juegos inocentes que hacía con otros niños". Además, cuando se encontraba a solas con él, Fremlin "hacía chistes lascivos, se exponía durante los viajes en coche, me hablaba de las niñas del barrio que le gustaban y describía las necesidades sexuales de mi madre. En ese momento, no sabía que esto era abuso", añade.
Incredulidad y complicidad
Como secuelas de aquel abuso, Robin ha sufrido bulimia, insomnio y migrañas a lo largo de su vida. Cuando tenía 25 años dice que no era capaz de imaginar un futuro para sí misma. Fue entonces cuando decidió escribir una carta a su madre contándole lo que había pasado. "Reaccionó exactamente como yo temía que lo hiciera", confiesa Andrea. "Pero eras una niña tan feliz", contestó Munro a su hija.
La escritora lo asimiló como si de una infidelidad se tratara. Se alejó temporalmente de Fremlin, pero este, según Robin, "actuó rapidamente": la culpó de lo ocurrido, aseguró que ella había entrado en su dormitorio, amenazó con sacar a la luz fotografías "elocuentes", "le dijo a mi madre que me mataría si alguna vez iba a la policía y escribió cartas a mi familia culpándome por el abuso. Describió a mi yo de nueve años como una destructora de hogares y dijo que el hecho de que mi familia no interviniera sugería que estaban de acuerdo con él", revela Skinner. Munro eligió seguir junto a Fremlin. Se lo había dicho demasiado tarde, le dijo. "Le quiero demasiado" como para dejarle. Y estuvo a su lado incluso después de que este fuese condenado por los hechos.
Denunciado y condenado
Andrea intentó perdonar a su madre y a Fremlin. "Seguí visitándolos a ellos y al resto de mi familia. Todos volvimos a actuar como si no hubiera pasado nada", reconoce. Pero en 2002, cuando Andrea Robin se convirtió en madre, decidió cortar todo contacto con Alice Munro. Dos años después, en 2004, en una entrevista con la periodista del New York Times Michiko Kakutani, la ya premio Nobel expresó su amor por Gerald Fremlin y confesó que él fue su primer admirador literario, lo que quizá explique su unión inquebrantable. También afirmó que mantenía una estrecha relación con todas sus hijas –además de Andrea, Alice tuvo otras tres hijas, Sheila, Catherine, y Jenny–.
Después de aquella entrevista, Robin decidió denunciar a su padrastro, que entonces tenía 81 años. Fremlin fue sentenciado a dos años en libertad condicional y a no mantener contacto con niños menores de 14 años durante ese periodo. "Mi madre, confrontada con la verdad de lo que había sucedido, eligió quedarse con mi abusador y protegerlo. La fama de mi madre hizo que el silencio continuara", asegura en el artículo.
Madre e hija nunca llegaron a reconciliarse. "Los niños son a menudo silenciados. En mi caso, la fama de mi madre significó que el secreto fue más allá de mi familia. Mucha gente influyente se enteró de parte de mi historia y aún así siguieron ayudando, y se sumaron a una narrativa que sabían era falsa", concluye Andrea Robin, de 58 años. Munro ya no podrá responder al artículo de su hija. Pero quizá sus hermanas u otros miembros de la familia tengan algo que decir.
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