Fueron durante un lustro la pareja más fotografiada de New York. Él era el hijo de John F. Kennedy, el niño que frente al féretro de su padre era agarrado con fuerza por una primera dama totalmente destruida y que había acabado convirtiéndose en abogado y periodista. Ella, de una familia de clase media de Connecticut, era conocida como la mujer que había entrado en Calvin Klein y había hecho de su ropa interior sobre Kate Moss el mejor momento de la marca. También la que había conseguido enamorar al soltero más codiciado del país.
Ahora, justo hace 25 años, sus nombres sonaban con fuerza pero esta vez no estaban rodeados de glamour, expectativas o ambiciones. El 16 de julio de 1999 se escucharon como un grito sordo tras haber perdido la vida en un accidente de avioneta.
John F. Kennedy Jr y Carolyn Bessette fueron durante su relación y su corto matrimonio los más deseados por la prensa y por la sociedad estadounidense. Analizaron su estilo, dónde comían, dónde pasaban la tarde, con quién se veían y cualquier otro detalle de su vida diaria. Fueron considerados los príncipes de América y, ahora, un cuarto de siglo después, sus imágenes se han convertido casi en un objeto de culto y ellos en dos iconos inmortales. Como dijo Manolo Blahnik: "La única forma que tengo de definirlos es esta: eternos".
La historia había empezado en 1994, aunque ambos se habían conocido en un acto organizado por Bessette dos años antes. Dicen que fue el trato de tú a tú de la neoyorquina lo que más le gustó al último de la saga de los Kennedy, que se sintió absorbido por una personalidad fuerte y que ella nunca imaginó la vida que le esperaba.
"En los años ochenta y principios de los noventa, John era una parte muy importante de Nueva York. Podías verlo por toda la ciudad en su bicicleta, corriendo, patinando o en fiestas", le comentó el periodista James Reginato a ICON en un reportaje sobre la pareja. "Era preppy y waspy, pero también sexy porque era muy guapo y estaba a gusto consigo mismo y mostrando su cuerpo. Le gustaba quitarse la camisa. Tal vez fue un precursor del lujo silencioso ya que siempre fue muy natural", añadió.
"La única forma que tengo de definirlos es esta: eternos", dijo sobre ellos Manolo Blahnik
Y ella era todo lo que en aquel momento exigía la sociedad neoyorquina. Altísima, rubísima, había conseguido llegar a un gran puesto en Calvin Klein y había sido a base de trabajo. Su estilo sencillo y sofisticado la convirtió en la mujer a seguir durante esos primeros noventa pero toda la atención que recibió desde que empezó su noviazgo con el joven Kennedy la bloqueó.
Los fotógrafos encontraron una mina de oro en la pareja y les persiguieron por todo New York porque querían saber desde qué comían o de qué hablaban hasta donde iban de compras. Ella siempre aparecía tímida, cabizbaja, y sin querer creó un misterio a su alrededor que la hizo aún más atractiva para la prensa.
Urdieron un plan que mantuvieron en secreto durante meses para que su boda no estuviese rodeada de fotógrafos ni de curiosos
Y por eso decidió esconderse lo máximo posible, sobre todo cuando a principios de 1996, el pequeño de los Kennedy le pidió matrimonio. Ella no quiso pasar por una gran boda llena de paparazzis y entre los dos urdieron un plan que muchos compararon con una operación de los servicios secretos.
Para ello, buscaron un lugar apartado y de difícil acceso y lo encontraron en la Isla de Cumberland donde los habitantes no llegaban al medio centenar. Contrataron un catering al que hicieron firmar un contrato de confidencialidad férreo e incluso el cantante de góspel al que querían para la ceremonia se enteró solo algunos días antes del nombre de la pareja para la que iba a trabajar.
Las invitaciones las llevaron a cabo en una impresora de un amigo y las entregaron pocos días antes de la ceremonia, que se celebró el sábado 21 de septiembre de ese año. Menos de 40 personas acudieron al enlace, hicieron una criba meditadísima entre los que se encontraban representantes de ambas familias, amigos y el fotógrafo Denis Reggie, gracias al que hoy tenemos fotos de ese día. Nadie se enteró de aquella boda hasta el día siguiente y cuando los reporteros comenzaron a llegar a la isla ellos ya habían partido hacia su luna de miel en Turquía.
"Estuvo toda la vida intentando descubrir quién era y qué quería hacer. En sus últimos años, comprendió que la política formaba parte de su ADN"
STEVEN M. GILLON
Pero, a su vuelta, todos les estaban esperando. El edificio donde se encontraba su apartamento se convirtió en un lugar de peregrinación para la prensa que aguardaban día y noches las entradas y salidas de los ahora Kennedy-Bessette . Al parecer, ella se desesperó con la situación y él bajó a pedirles a los fotógrafos un poco de aire pero no consiguió nada. Así que comenzaron a pasar su tiempo libre fuera de Nueva York y a entrar y salir rápido de las fiestas a las que acudían pero era imposible no fijarse en ellos incluso cuando iban a sacar al perro.
Y habría ido a peor si se hubiesen cumplido sus deseos. Porque fue aquel apellido y la imagen que lo acompañaba la combinación perfecta para que John John se planteara dejar de lado su revista George para entrar en política. Como contó años más tarde su amigo y biógrafo Steven M. Gillon, "estuvo toda la vida intentando descubrir quién era y qué quería hacer. En sus últimos años, comprendió que la política formaba parte de su ADN. Creo que estaba preparado para responder a la llamada".
Pero el 16 de julio de 1999, cuando faltaban solo unos meses para celebrar el tercer aniversario de su boda, John F. Kennedy Jr., Carolyn Bessette y su hermana Lauren se subían a un avión en dirección a la isla de Martha's Vineyard, para luego continuar hasta Hyannis, Massachusetts. El Piper Saratoga II pilotado por el hijo del expresidente americano.
La mala climatología y, como se supo después, la falta de pericia de Kennedy provocó un accidente, unos minutos antes de la diez de la noche, en el que no hubo supervivientes. Al día siguiente, América amanecía compungida y desolada, también asumiendo otra vez la mala suerte de una familia que era casi como su realeza y a la que la tragedia perseguía sin descanso.
Por eso, por no entender un destino tan atroz, comenzaron a buscar una cabeza de turco y la encontraron en Carolyn Bessette. Los rumores la colocaron de una manera u otra casi en la culpable del accidente. Se comenzó a escuchar había retrasado la salida del avión por una pedicura y que por eso les pilló el mal tiempo. También que era una mujer conflictiva, drogadicta y que pesé al sueño de John John de ser padre, ella no quería tener hijos. Que no se hablaban cuando el avión se estrelló y que tenían planes de divorcio.
"Cada una de estas tres personas jóvenes representaban el amor, el éxito y la pasión por la vida. John y Carolyn eran verdaderas almas gemelas"
FAMILIA BESSETTE
Los medios y la sociedad americana crearon a una culpable mientras que sus amigos hablaban de una mujer "encantadora, afable y buena" y de un matrimonio fuerte. La familia Bessette, que había perdido a dos de sus tres hijas, envió un comunicado. "Cada una de estas tres personas jóvenes representaban el amor, el éxito y la pasión por la vida. John y Carolyn eran verdaderas almas gemelas. Encontramos consuelo en el pensamiento de que ambos acompañarían a Lauren para siempre", escribieron y aunque en un primer momento se alejaron del foco, al poco tiempo pusieron una demanda al saber que una negligencia de su yerno había provocado el accidente.
Así que la imagen de su hija frente a lo que los estadounidenses consideraban su realeza, perdió aún más fuerza. Como dijo el Independent: "Envidiada en vida pero vilipendiada tras su muerte". Aunque no para siempre. Han sido los años los que la han mantenido como un icono de estilo y la que han devuelto al matrimonio un aire más alegre del que se intuyó tras su muerte.
Aún siguen los rumores de infidelidades, peleas y futuros por separado pero son más las cientos y cientos de fotografías que se siguen compartiendo, los reportajes que aún publican las revistas sobre la imagen y el carisma de ambos y la influencia que los dos han tenido en la moda de las décadas siguientes. Se convirtieron, recordando a Blahnik, en eternos.
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