–Enhorabuena, monsieur –me dice un desconocido, en San Juan de Pie de Puerto, Francia.

–Mmmm… ¿Y por qué? –replico civilmente, intrigado, en francés.

Por el partido. ¿Por qué iba a ser? ¡Bien jugado, sí señor! 

–Mmmm… Oh, sí, el partido… ¡gracias!

Pero estas cordialidades, en medio de la calle, me alejaron de la meditación de viajero que cruza el País Vascofrancés. Esta región es nuestro tema. Leamos ahora unas líneas de Pío Baroja sobre el País Vascofrancés, que él escribe en minúscula: “Este país vascofrancés es encantador; más templado que el vascoespañol, menos montañoso y más soleado, parece hecho únicamente para dormir y para soñar”.

Esto lo escribe Baroja en una novela histórica suya de 1922, titulada El amor, el dandismo y la intriga. También se afirma ahí que “todo es alegre, pequeño, sin exageración, claro, reposado” en el País Vascofrancés. Viajando por los pueblos de Saint Étienne de Baigorri, San Juan de Pie de Puerto, Mendionde y Hasparren, en el camino hacia Biarritz, uno acepta, sin resistencia, aquel contraste de Baroja y las subsiguientes consideraciones.

Al trasponer la cadena montañosa desde Navarra hasta esta región de los Pirineos Atlánticos se percibe en esta (perdón por la pedantería) vasquidad una ligereza, una armonía y un confort llamativos. Se trata de un País Vasco sin asperezas; un País Vasco de formas redondeadas. Las colinas, las masas frondosas, las campas verde-fucsia se distribuyen por estos territorios un poco como podemos encontrar cojines y almohadones dispersos por un espacio de confort.

Una vasquidad sin conflicto

El País Vascofrancés es mono. El País Vascofrancés es cuqui. El País Vascofrancés es vasco, obviamente, pero atesora una limpieza campestre que lo convierte en una Suiza atlántica. El folclor de postal y de tono menor de esta región del sur de Francia tiene esa placidez que señala Baroja (autor que firmó textos clásicos sobre los vascos de Francia, los vascos de Navarra y los vascos de Guipúzcoa en todo el curso de su larga carrera).

Acostumbrado a que lo vasco sea un problema, acaso, irresoluble, uno circula a través de las amables estampitas que prodigan los mencionados Saint Étienne de Baigorri, San Juan de Pie de Puerto, Mendionde o Hasparren con una cara de bobo que no puede con ella. Por eso, no son sólo, como decía Baroja, los accidentes de la geografía (la mayor anchura de los valles, que se suceden en colinas, sin pino negro, sin eucalipto), lo que hace hoy del País Vascofrancés algo más plácido, vaporoso, insignificante, atemporal, encantador. Es también algo que tiene más que ver con las cosas del espíritu: la política y la arquitectura. Pero lo último que quiero es hablar de política española en un artículo que promete hablar sobre el Hôtel du Palais de Biarritz.

Tan sólo quiero dejar constancia de una cierta felicidad en el trayecto; de un preámbulo viajero sin problemas. Porque crucé la región que algunos llaman Labourd el día de la fiesta nacional de la República Francesa, el 14 de julio, en medio de celebraciones, y no detecté pelea alguna. Yo vi el pasar ingenuo de la fiesta popular, que lo mismo era nacional que podía ser regional o municipal. En las poblaciones, compuestas de baserris (los tradicionales de tejado a dos aguas, con el entramado de madera pintado de color rojo sobre pared blanca encalada en la fachada) están los mozos que juegan a la pala y, en las tabernas, se escucha hablar euskera. ¿Qué problema hay? Ninguno.

Tomatera, chacolí y trinquete

En este País Vasco sin vida fabril, de alturas más bajas, sin bloques de pisos, sin pintadas, sin carteles reivindicativos sobre paredes con restos de otros carteles anteriores, se queda uno en el sueño, sí, en el dormitar vegetal de la tomatera, el chacolí y el juego del trinquete. Algunas de estas cosas, efectivamente, son muy vascas (hay un pastel que se denomina vasco, con mermelada de cerezas), pero ni el mayor tremendista del mundo podría adivinar, en el País Vascofrancés, que tras estos inofensivos hallazgos de la aldea podría haber, agazapado, algo así como un problema.

El ayuntamiento de la encantadora San Juan de Pie del Puerto, amurallada población de frontera junto al río Nive, tiene colgados dos nombres: “Hôtel de Ville”, es decir, palacio de la ciudad; y “Herriko Etxea”, esto es, casa del pueblo. Me parece que cualquiera adivina, en estas dos designaciones, dos especies de cultura. Dos cosmovisiones. Y ahí están las dos. La una al lado de la otra. ¿Y qué problema hay? Ninguno. En San Juan de Pie del Puerto, al menos, estás cosas no dan lugar a querella. 

Un edificio, dos cosmovisiones, ningún problema. Ayuntamiento de San Juan de Pie de Puerto. | Pierre Carton | Pierre Canton / Oficina de Turismo de San Juan de Pie de Puerto

–¿Eres español? –me dice un grupo de matures en San Juan, con la cara pintada con los colores de la bandera.

–Sí, en efecto –respondo. Esta vez he visto el partido. Es uno de los pocos partidos de fútbol que he visto en mi vida. 

–¡Hemos ganado!¡Hemos ganado!

–Merecida victoria –digo, para pretender acompañar un entusiasmo que, en el fondo, me es ajeno. Me pongo nervioso. 

La inspiración de Baroja

San Juan de Pie del Puerto y alrededores son, es preciso reiterarlo, una monada cuqui. Según tengo entendido (¿dónde lo leí?), Baroja se inspira en este pueblo grande, bajo la ciudadela, para retratar la irreal Urbía, donde nace y crece su gran héroe Zalacaín “el aventurero”. Hay que decir que, si esto es cierto, el escritor, afincado en Vera, trasladó a Navarra la ciudad francesa.

La descripción de la fantástica Urbía, al comienzo de Zalacaín el aventurero, respeta algunas señas de San Juan. Las frondosas huertas tras la gran muralla renegrida que, a su vez, corta la pequeña iglesia gótica de piedra, granate, avinada casi por el ábside, son cosas del libro que se encuentran aquí. Hay también una Puerta de Francia y una ciudadela... En fin, comparar todo esto son manías librescas que, seguramente, nos interesan sólo a mí y a un puñado de barojianos.

Aunque las novelas vascoespañolas del escritor, vecino de Vera, son célebres, me parece que las que dedica a este otro lo son menos. Se trata de la serie de novelas de Eugenio Aviraneta en tiempos de la primera guerra carlista: la mencionada El amor, el dandismo y la intriga, así como Las figuras de cera, La nave de los locos y Las mascaradas sangrientas. Este segmento de las Memorias de un hombre de acción tiene como centro narrativo Bayona. La segunda de ellas, de 1924, está firmada en Biarritz.

Como voy camino de Biarritz, surcando un País Vasco sin problema, leo el libro en cuestión, pero nada hallo de Biarritz. No hay apenas referencia. Desde luego, esto no nubla mi dicha de viajero atlántico.

Mañana domingo, la segunda parte de este viaje a Biarritz.


Álvaro Cortina Urdampilleta es filósofo, periodista y escritor. Sus últimos libros son los ensayos 'Abisal' y 'El espejo y el oráculo' y la novela 'Garravento'.