El mundo se ha vuelto un lugar extraño. Al menos, para mí. Supongo que esa sensación le asalta a las personas cuando dejan de entender los códigos por los que se dirige la mayoría. Eso les hace sentir todo el rato como visitantes. Es agotador no entender nada casi nunca (desde Karol G hasta el urinario de Duchamp), pero esa sensación de incomprensión me asaltó el viernes cuando apareció en la ceremonia de inauguración de los Juegos de París un señor pintado de azul, desnudo y con barba rubia.
Estaba disfrazado de Dionisio, que es cierto que habitaba en el Olimpo y que por lo tanto era olímpico, pero que simboliza la fertilidad y el vino. De Zeus era el cortijo, de Poseidón los mares y los terremotos, Hera… 'ni chicha ni limoná' y de Dionisio eran las bacanales, la diversión y el teatro.
El señor de la piel azul aparecía en la escena escoltado por una señora gorda con una corona similar a la de la Virgen del Carmen. A su lado había drag queens con diferentes aspectos. Negras elegantes, una con barba rubia y minifalda, otra con melena pelirroja y una tonelada de colorete... y, alrededor, unos bailarines entre los que destacaba un chico con muletas que se movía de forma impresionante, impulsándose con los brazos. Entre todos, formaban una escena que recordaba a La última cena, de Da Vinci.
Alrededor de ellos, el río Sena, sobre el que una chica había interpretado una versión de Imagine, de Lennon, mientras un pianista tocaba entre llamas de fuego, en un recurso que los conspiranoicos de Twitter atribuyeron al satanismo de las élites (los locos no descansan ni los festivos), pero que en realidad tiene pinta de que se utilizó para que la barca se viera desde las orillas en medio de la noche.
Y todo esto, ¿qué dices que significa?
Cuesta entender que los organizadores de unos Juegos Olímpicos eligieran al dios orgiástico como el que mejor encarna el espíritu de la competición. Podrían haber optado por Apolo, por aquello de la belleza, la armonía, el equilibrio y la razón, pero a lo mejor hubiera desentonado en ese ambiente festivo. El pellizco a los católicos también rechina porque, en realidad, ya no ejercen una influencia espiritual ni moral excesiva sobre las sociedades occidentales, como sucedía en el pasado, cuando cualquier sátira suponía un valiente desafío, al contrario que ahora, cuando parece demasiado facilona. No diría que esto fue un ataque al débil, pero sí algo mil veces visto, por tanto, nada transgresor ni original.
También es difícil de digerir el concepto de diversidad que manejan los padrinos de todo esto, que entiendo que están de acuerdo con esa doctrina llamada woke. Porque este número estaba dedicado a este concepto, pero no tengo muy claro que la mayoría de los espectadores se identificaran con cualquiera de los bailarines que vieron. Los espectáculos drag son fantásticos. Se dirigen entre el melodrama, la socarronería y el esperpento. Ahora bien, ¿de verdad son los más representativos del concepto de la diversidad? Diría que el mejor ejemplo a este respecto se vio en el desfile de naciones, donde sólo los más mermados no celebran las diferencias y los puntos de unión. Es decir, los dos ingredientes de la verdadera diversidad.
Lo que sucedió ayer es que los organizadores de la gala quisieron meter su ideología con calzador, para variar. Los woke son como los Testigos de Jehová
Lo que sucedió ayer es que los organizadores de la gala quisieron meter su ideología con calzador, al igual que cuando incluyeron el término 'sororidad' junto a la terna 'libertad, igualdad y fraternidad'. Hay algo de lo woke que recuerda a los Testigos de Jehová. Son especialmente plomizos con lo suyo. No pierden ocasión para evangelizar al personal. No descansan en su ansia de mostrar sus valores al resto de la sociedad, hasta el punto que, en ocasiones (no pocas) pareciera que los quieren imponer. Así pareció este viernes, cuando en muchos momentos de la ceremonia de inauguración pareció que el deporte había pasado a un segundo plano. Por no hablar de que valores como el esfuerzo, la superación y la aspereza de la competición -sobre los que se basa la historia olímpica- no se destacaron.
Me pongo en la piel de un señor de Yibuti que ayer encendiera el televisor por la noche y viera aquello. Lo tomaría algo así como un vallisoletano lo de los saltos de los Masai, que pueden tener múltiples significados, pero que, bueno... desde el exterior se aprecian como un grupo de señores dando brincos por algún motivo difícil de entender.
Me pongo en la piel de un señor de Yibuti que ayer encendiera el televisor por la noche y viera aquello. Lo tomaría algo así como un vallisoletano lo de los saltos de los Masai
El río, en el centro
Fue una buena idea el sacar las actividades del estadio para llevarlas al Sena y, por tanto, al corazón de la imponente París, que es uno de los mejores ejemplos del ingenio de este primate y del buen gusto de unos pocos de sus ejemplares. Hubo un momento, de hecho, que sonó una de las Gimnopedias y sus notas se derramaban sobre el oído como gotas de agua. Podrían haber continuado con Lieder ohne Worte, de Mendelssohn, que permite escuchar los canales de Venecia. Ni el compositor ni el objeto de inspiración radicaban en Francia, pero el lenguaje que manejan es universal. Fácil de entender, al contrario que lo que se apreció en la barca de Dionisio. Personalmente, hubiera preferido a Edith Piaf y su Sous le ciel de Paris, que ayer estaba encapotado y arrojaba agua... y más agua, como en el poético final de Midnight in Paris.
Tan sólo es esto un apunte... porque hubo partes de la gala sensacionales. No se entiende que no dieran más protagonismo a esas bailarinas que escenificaban marionetas en las calles parisinas. Fueron fantásticas, al igual que ese juego de luces sobre la Torre Eiffel o la actuación de Céline Dion, cuya voz es espléndida. Potente y robusta. No necesitó pintar su cuerpo con nada para destacar ni para transmitir, tan sólo exponer su talento, que, junto con la belleza, son dos grandes fuerzas motoras universales y fáciles de entender.
La asunción de la diversidad -siempre enriquecedora- y la comprensión del de al lado, sea ganador o perdedor, se da por supuesto en unos Juegos Olímpicos, donde Samoa compite contra Canadá; y España contra Guyana. Reivindicar algo a mayores es ideología. Turra. Evangelización y moral. Eso chirrió.
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