Tal día como hoy, en 1982, se estrenó en algunos cines norteamericanos una película surrealista, impactante y revolucionaria: The Wall. Esta obra supuso un shock para todos y, aunque podría haberse considerado cine "de culto" y no alcanzar la categoría de "blockbuster", logró recaudar unos respetables 22 millones de dólares en todo el mundo.
Aunque ni el tráiler ni la película estaban pensados para todos, en aquel año de Gandhi, Poltergeist y Blade Runner, el público comenzaba a comprender que el cine ofrecía más que asombrosos efectos especiales; también transmitía mensajes profundos. Romper con lo establecido y rebelarse contra lo férreo y dictatorial se había convertido en una corriente cultural en la mayoría de los países civilizados.
La película The Wall fue una creación audiovisual nacida de un álbum que ya tenía tres años y que fue compuesto bajo la supuesta influencia lisérgica de Roger Waters y su banda en ese momento. Al crear, producir e interpretar las canciones, ellos ya visualizaban imágenes en sus mentes. Dar vida a esas creaciones no sería una tarea fácil.
El verdadero muro
El proceso comenzó durante la gira "Animals" de 1977. El verdadero muro que inspiró a Waters no era una sociedad rígida, sino la distancia que sentía con el público. Empezó a percibir que existían unas frías paredes que lo separaban de las miles de personas que tenía delante. Así nació el disco The Wall, uno de los más importantes de la historia de la música del siglo pasado. Entre esos fans que vieron su puesta en escena estaba el director de la película Fama, Alan Parker. No tardó en ponerse en contacto con ellos. Parker les ofreció hacer una creación musical, innovadora y artística, justo cuando el grupo estaba considerando llevar a la gran pantalla un largometraje con algunos de sus conciertos en directo. Roger Waters quedó impresionado por la propuesta, y la banda cambió sus planes. La química entre ellos hizo su trabajo y así comenzó la colaboración que dio vida a la película.
¿Quién sería Pink?
Necesitaban más elementos químicos para generar la molécula explosiva. En el terreno del reparto, había que contar con alguien que llevara a la gente al cine. En aquel momento el personaje de moda en el Reino Unido era Bob Geldof, que se hizo famoso cantando que no soportaba los lunes con su Banda Boomtown Rats.
Bob no quería ser Pink, el torturado protagonista de esta película tan surrealista. Entre otras cosas, la razón era muy sencilla: no le gustaba la música de Pink Floyd. Durante un trayecto en taxi, comentó sus reticencias con su representante, sin saber que el conductor era el hermano de Roger Waters. Originalmente, Waters estaba decidido a interpretar al protagonista, pero las pruebas de cámara lo hicieron desistir de la idea. Geldof finalmente se dejó convencer, y, además, las cien mil libras esterlinas que le ofrecieron ayudaron bastante en su decisión. La música daba dinero, pero el cine como protagonista daba mucho más. Bob pensó que había hecho un buen negocio, hasta que se vio aprendiendo a nadar para el papel, haciéndose un buen corte en la mano en una escena, o pasando largas horas de calor sumergido en pringue rosa en la inolvidable secuencia de la crisálida de Comfortably Numb.
¿Alguien se atreve a dibujar esto?
El guion debía tomar forma al mismo tiempo que se creaban las imágenes, por lo que contactaron rápidamente con el ilustrador que había contribuido significativamente al éxito del álbum: Gerald Scarfe. El caricaturista se puso manos a la obra junto a Waters y Parker, y fue entonces cuando comenzaron las "tensiones creativas". Estas tensiones, en lugar de obstaculizar el proyecto, lo enriquecieron, mejorando el producto final. Algo tan personal y surrealista como The Wall reside en el subconsciente, y eso no suele ser fácil de transmitir. Parker aportaba la visión cinematográfica necesaria, mientras que el tándem Waters-Scarfe, ya bien engrasado tras el éxito del disco, lograba plasmar las ideas visuales. Este entendimiento mutuo en un proceso tan creativo y complejo dio lugar a un hito en la historia de la producción audiovisual.
Scarfe llegaba a las sesiones creativas con interpretaciones visuales del guion y las canciones que ya conocía bien. El resto del equipo solo podía hacer ajustes y expansiones a su trabajo. Su papel fue crucial en el desarrollo de la película, y sus contribuciones son inolvidables y estremecedoras. En total, se animaron más de 15 minutos de secuencias, cuadro a cuadro. Todos los que nos sumergimos en el viaje a través del muro recordaremos para siempre la escena del juicio.
Se trata de uno de los momentos del cine más grotescos, irónicos, perturbadores y catárticos que uno puede encontrar. Lo simbólico y lo filmado se pudieron unir con una solidez que se ha conseguido pocas veces en el mundo audiovisual.
Un “bruto” de 107 kilómetros.
El genio del arte es difícil de contener en su lámpara mágica, una vez aparece. Se rodaron 107.000 metros de película equivalentes a más de 60 horas de filmaciones en total, que acabaron en unos sorprendentes 99 minutos gracias a 5.400 cortes. Hizo falta crear más de 10.000 dibujos durante los tres meses de producción, que fueron luego editados en ocho meses de post producción, incluyendo volver a meterse en el estudio de grabación para cambiar la mezcla de las canciones del disco. Una proeza analógica que ahora sería impensable.
A pesar de no tratarse de una “superproducción” de Hollywood, más de 300 personas se vieron directamente involucradas en esta creación. Las sesiones de rodaje fueron de 14 horas diarias, durante más de 60 días, y todo para conseguir narrar la vida de un rockero que, abrumado por la fama, la guerra y la opresión, construye un muro metafórico y literal para aislarse del mundo y su propia desintegración mental.
“Una locura visionaria”
Tras su estreno, la prensa coincidió en calificar The Wall como una locura visionaria. Sin embargo, muchos críticos la relacionaron directamente con la desesperación de Roger Waters e incluso con cierta misoginia. Roger Ebert la describió como "inquietante y deprimente", pero también "muy buena". Ebert también destacó las palabras de Alan Parker, quien admitió que fue una de las películas "más miserables" de su vida creativa.
Vincent Canby, del The New York Times, elogió la combinación de acción en vivo y animación, describiendo la película como una "experiencia visual abrumadora". Apreciaba la intensidad emocional, aunque consideraba que la narrativa a veces era difícil de seguir. Imposible, añadiría yo. Porque no se dirige a lo racional. Esta creación va directo al subconsciente del que nació.
Inspiración para la música
El shock que cualquiera siente tras presenciar esos cien minutos de The Wall es innegable y debe influir profundamente, especialmente si uno es un artista musical.
Así, en 2004, Green Day lanzó American Idiot, otro álbum conceptual que critica la política estadounidense y la cultura de su época. Este álbum no solo se inspiró en las narrativas poderosas y las críticas sociales de The Wall, sino que también impulsó al grupo a adaptarlo a un musical de Broadway, extendiendo su impacto a una nueva forma de arte y audiencia.
No puedo evitar pensar que Beyoncé, cuando lanzó su surrealista Lemonade en 2016, recordó The Wall. Al igual que Pink Floyd, ella combinó música, poesía y cinematografía para contar una narrativa profundamente personal y política en algo más de una hora.
En la película Waking Life de 2001, Richard Linklater utiliza rotoscopia para explorar la naturaleza de la realidad y la conciencia. Juzguen ustedes si no muestra la influencia de las técnicas visuales introducidas en "The Wall".
Todos somos Pink
Ahí queda para siempre esa creación de ese momento. Porque tuvo su momento. En 1997, quince años después, se remasterizó tanto en imagen como en sonido, aunque quedó claro que no pasaría de ahí. Solamente los fans se hicieron eco, y no todos los que vimos la original pasamos por taquilla. Si bien es cierto que el trabajo en lo musical permitió revelar algunos secretos sonoros, no tuvo el éxito esperado. En 2012, con motivo del 30º aniversario, volvió a publicarse en una “Immersion Edition” que paradójicamente carecía de auténtico sonido envolvente. Hubiera estado bien.
En resumen, se trata de una obra única, fruto de la mente y el sufrimiento de un artista y de un entorno que pareció comprender lo que todos los que hemos visto The Wall sentimos: que todos tenemos enfrente un muro contra el que rebelarnos.
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