Hubo que desviar el río Aragón, plantar millones de pinos y construir muros con huecos que evitasen que la nieve se los llevara por delante. El emplazamiento de la estación internacional de Canfranc requirió esfuerzos que modificaron el paisaje y que llevaron a los ingenieros a luchar contra la naturaleza en una zona que queda cubierta de nieve en invierno y en la que los termómetros ya no bajan tanto de temperatura en verano. En el mismo lugar al que llegaron el rey Alfonso XIII y el presidente de la República Francesa Gaston Dumergue en 1928, hoy puede disfrutar de un hotel de cinco estrellas.

Canfranc Estación es un hotel de Barceló Royal Hideaway, la marca bajo la que operan los hoteles de lujo del grupo hotelero, y fue inaugurado en 2023, después de una reforma integral de alrededor de 30 millones de euros, pagados entre el Gobierno de Aragón -propietario del edificio- y Barceló. El edificio estuvo durante años en situación de abandono, pero fue declarado Bien de Interés Cultural en 2002.

Estación internacional de Canfranc. Manolo Yllera.

La estación fue un lugar óptimo para el intercambio de mercancías entre España y Francia, no sin la complejidad de las diferencias entre el ancho de vía y el traslado de las cargas entre trenes en los hangares próximos a la estación. Pero las comunicaciones ferroviarias se pararon en agosto de 1936, coincidiendo con la Guerra Civil. No sería hasta la Segunda Guerra Mundial cuando Canfranc recuperó su importancia internacional.

Francia estaba en manos de los nazis y Canfranc era una zona de tránsito. España vendía wolframio -un mineral muy resistente- a Alemania y a Canfranc llegaba el oro de esas ventas y de otras operaciones. Los lingotes atravesaban el Pirineo para acabar en destinos más exóticos. “La supuesta neutralidad de España en el conflicto provocó que en esa época de convulsión en Europa llegaran a pasar 1.200 toneladas de mercancías mensuales en la ruta Alemania-Suiza-España-Portugal, entre ellas 86 del oro nazi robado a los judíos”, explica el Heraldo de Aragón en un especial sobre este episodio histórico.

Este intercambio comercial, así como las historias de espías que viajaban entre Alemania y territorios de los aliados para trasladar información sobre la Segunda Guerra Mundial, se descubrió hace solo dos décadas. Un conductor de autobús -Jonhatan Díaz- encontró en uno de los hangares de la estación centenares de documentos que prueban la importancia histórica de la estación de Canfranc.

Estas historias han permanecido en la memoria de los habitantes de Canfranc que durante esa época convivían con soldados nazis, que frecuentaban sus bares y a los que escondían a familias de judíos que también llegaban a este punto del Pirineo con el objetivo de salvar su vida. “Galtier Rimbaud recuerda que por esta aduana pasaban "cientos de judíos de toda Europa" durante la Segunda Guerra Mundial que seguían viaje rumbo a Lisboa o a Algeciras para pasar al norte de África, cuando fue liberado por los aliados en 1943. "Llegaban los trenes, tres cada día, (desde Francia) con cientos de judíos, familias enteras, y la Gestapo, en el salón de viajeros de la parte francesa, revisaba pasaportes, edades, oficios, procedencias y destinos que cada familia o cada individuo quería seguir", recoge el Heraldo.

La nave en la que Díaz encontró los documentos está todavía al lado del hotel, sin techo y en estado de abandono. Los documentos pasaron a manos de Renfe, después de que despertaran el interés de medios de comunicación y de investigadores de todo el mundo.

La recuperación de Francia por parte de los aliados dejó inoperativa la estación de nuevo hasta el final de la Segunda Guerra Mundial. Esta se mantuvo activa entre 1948 y 1970 y desde esa fecha, el túnel de Somport es una construcción de piedra, oscura y por la que se siente la corriente de aire que atraviesa la montaña perforada hasta territorio francés.

Viaje a los años 20

Desde 2023 es posible dormir bajo el mismo techo en el que se intercambiaban billetes y pasaportes. Con 104 habitaciones repartidas en dos plantas y en las dos alas de la antigua estación, que mide 240 metros, el pasillo recuerda al de un tren y la atmósfera de los años 20 está presente en todo el diseño, que ha ganado varios premios desde su inauguración. La reforma ha mantenido el lobby de la estación, que todavía hoy tiene un escudo francés y uno español, como la antigua estación.

En el mismo espacio se ha mantenido una parte del suelo original, también la estructura y las decenas de ventanas que permiten observar los Pirineos y la escalera que permitía cruzar los andenes. En la recepción del hotel, un gran mostrador reinterpreta las taquillas de las grandes estaciones del siglo XX, también la tipografía recuerda a la de la época.

Escalera original en el lobby del hotel. Manolo Yllera.

En las habitaciones se han recuperado las ventanas originales de la estación, que ahora forman parte de la decoración. También hay fotografías antiguas en todos los rincones del edificio. El hotel también cuenta con una zona de bienestar con una piscina climatizada y con una Biblioteca, inspirada en los cafés de tertulia parisinos, donde degustar cócteles.

Oferta gastronómica

El lujo también está presente en la oferta gastronómica del hotel. Además de un restaurante de tapas, el Art Déco Café, y de La Biblioteca, Canfranc Estación cuenta con tres restaurantes: El Internacional, 1928 y Canfranc Express. Los dos últimos están ubicados en vagones de tren rehabilitados y el último cuenta con una Estrella Michelin y un menú degustación por 170 euros.

“Liderada por el chef Eduardo Salanova y la directora de sala Ana Acín, su cocina tiene como principal objetivo recuperar el legado culinario aragonés y despertar la emoción a través de sabores, texturas y productos típicos de la región mediante técnicas de vanguardia, preservando en todo momento la esencia de la mejor cocina local. Un exclusivo viaje gastronómico con Canfranc como punto de partida”, resumen desde el hotel.