Las Brisas es un suburbio pobre y violento del sur de Valencia, la tercera ciudad más poblada de Venezuela. Cuando cae la noche, los tiros "suenan como semicorcheas", dice la pequeña Dissandra, de 12 años, trasladando a la descripción del mundo que le rodea lo que ha aprendido en el Núcleo Las Brisas, la escuela de música que el Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela tiene en el barrio.

Fundado por el maestro José Antonio Abreu, el Sistema, que a lo largo de casi 50 años de historia ha ofrecido formación musical –y riqueza espiritual donde solo había pobreza material– a cerca de dos millones de niños y jóvenes venezolanos, es uno de los pocos motivos de orgullo que le van quedando a un país devastado por el chavismo y la cleptocracia. O al menos lo era todavía cuando la cineasta Marianela Maldonado visitó por primera vez el Núcleo Las Brisas en 2009 y decidió rodar un documental sobre los sueños y esperanzas de Dissandra y sus compañeros de aprendizaje.

Maldonado no podía saber entonces que terminaría acompañando a aquellos niños durante más de diez años. Que los vería crecer y que asistiría al colapso de Venezuela a través de sus ojos. El resultado, una versión cruda y dolorosa del ejercicio de largo plazo cinematográfico que ensayó Richard Linklater en Boyhood, es Niños de Las Brisas, un documental que se estrena en España el 13 de diciembre, que opta a ser candidata al Goya 2025 a la Mejor Película Iberoamericana, y que ofrece una visión indirecta pero precisa de la tragedia política, social y económica que sufre el país sudamericano desde hace décadas.

El poder de la música

Maldonado, guionista que en 2008 ganó un Oscar con el corto de animación Pedro y el lobo, basado en el cuento musical compuesto por Prokofiev, había participado en otros proyectos relacionados con la música clásica cuando pensó en escribir una película de ficción sobre el Sistema. Pero cambió de idea cuando visitó el Núcleo Las Brisas en aquella zona desfavorecida de su ciudad natal.

"Ver a esos niños cuyas vidas y las de sus familias estaban siendo transformadas pese a las adversidades socioeconómicas tan extremas, escucharles hablar con aquella emoción, aquel entusiasmo por el estudio, aquel optimismo sobre lo que la música podía hacer con sus vidas, me hizo pensar que esas historias casi milagrosas era mejor contarlas en forma de documental", explica Maldonado desde Los Ángeles en conversación con El Independiente, pocos días antes de viajar a España para presentar su película.

Dissandra, Edixon, Wuilly

El mismo día que visitó por primera vez el Núcleo Las Brisas conoció a Dissandra, entonces "una niñita preciosa" de apenas nueve años que tocaba el violín y que la invitó a su casa para conocer a su familia. Le explicó que antes ella siempre estaba triste porque había perdido a dos hermanas recién nacidas, pero que la música le había hecho recuperar la sonrisa.

Al día siguiente, Marianela conoció a Edixon. Nacido en 1998, tres años mayor que Dissandra, este huérfano de padre criado por su madre sordomuda y su abuela paterna había comenzado a estudiar música sin mucha convicción, pero la viola ya era para entonces la ilusión de su vida. Cuando no estaba practicando en la sede del núcleo se encerraba a ensayar en su cuarto "como si fuera Dudamel", el mundialmente famoso director de orquesta salido del Sistema, héroe y modelo a seguir de todos sus miembros.

Edixon con su viola, en 'Niños de Las Brisas'.

Maldonado comenzó a documentar inmediatamente la vida, los ensayos y las audiciones de Dissandra y Edixon. Dos años después conocería a Wuilly, tercer protagonista de Niños de Las Brisas. Tenía 16 años, y desde los nueve había permanecido encerrado en una iglesia, sin escolarizar, porque sus padres estaban convencidos de que se avecinaba el fin del mundo. A los 15 pudo salir de allí y se compró un violín con los primeros ahorros que consiguió trabajando en un cibercafé. "La música me ha salvado la vida, ha rescatado mi pensamiento", explica Wuilly en la película. "Cuando le conocí casi no sabía leer y escribir, pero era un niño genial. Su historia daría para hacer una película entera", comenta la cineasta.

Pequeñas historias, grandes personas

El proyecto de Maldonado se fue definiendo alrededor de estos tres solistas y sus peripecias musicales en un entorno pobre y peligroso, que requirió de toda una estrategia para rodar sin riesgo para las vidas de los chicos y del equipo, para que las bandas rivales que controlan aquel territorio lo consintieran y las familias y la gente del barrio confiara en ellos.

"Mi intención siempre fue contar su historia desde un punto de vista íntimo", recalca Maldonado. "Me interesaba la historia pequeñita, lo que significaba crecer en ese momento en Venezuela, con la crisis, con lo que estaba ocurriendo, pero al mismo tiempo con la ilusión y el optimismo de salir adelante. No me interesaban las voces de los expertos, no hay entrevistas con profesores, prácticamente con nadie. La idea era registrar la vida cotidiana, lo que ellos veían, y cómo la gente vivía estos procesos que con frecuencia se suelen describir desde una distancia fría".

Analizar directamente la realidad política venezolana no formaba parte del objetivo de la película. "Primero porque es una cosa muy compleja, uno necesitaría horas para entender lo que pasa allí, la enorme profundidad de la crisis que vive el país. Sin embargo, entender la experiencia humana en medio del deterioro absoluto de la sociedad sí era algo que podíamos hacer a través de los chicos. Lo que nunca me imaginé es que esto se fuera a decantar de esta manera después de diez años filmando", reconoce la directora.

"No tenemos nada pero tenemos patria"

Lo que pasó es que, durante el proceso, Venezuela colapsó. A la muerte de Hugo Chávez en 2013 siguieron el ascenso de Maduro y el agravamiento de la crisis económica del país. Dissandra, Edixon y Wuilly continúan ensayando y haciendo audiciones, con la esperanza de que su esfuerzo les permita tarde o temprano conseguir un puesto en las orquestas profesionales y mejorar la situación económica de los suyos. También acuden con su familia a los mercados y los centros de racionamiento, donde solo encuentran desabastecimiento, precios desorbitados y colas del hambre. En una de las conmovedoras escenas domésticas de Niños de Las Brisas, la abuela de Edixon sigue defendiendo la revolución. Su nieto le responde cariñoso e irónico: "No tenemos nada pero tenemos patria".

Edixon y su abuela, en su modesta casa de Las Brisas.

Al tiempo que se hunde la economía y el país, también se truncan los sueños de los niños de Las Brisas. Dissandra, Edixon y Wuilly deciden trasladarse a Caracas y apostar por hacer carrera en la Orquesta Nacional Juvenil, pero finalmente los tres se quedan fuera de la selección.

Un varapalo que coincide con su acceso a la vida a adulta, "cuando crecen y comienzan a tener las responsabilidades", y "el país irrumpe en sus vidas de una manera imposible", describe Maldonado.

En marzo de 2017 se produce el gran estallido social y las multitudinarias protestas que se cobrarán la vida en todo el país de al menos 163 personas. Wuilly, que entonces se gana la vida como puede tocando el violín en las calles de Caracas, decide sumarse a las movilizaciones.

Wuilly, símbolo de las protestas

Su compromiso se redobló en mayo tras la muerte de Armando Cañizales, un músico del Sistema de solo 18 años que fue asesinado de un tiro en el cuello mientras participaba en las manifestaciones. Aquello provocó una rebelión dentro del mismo Sistema que hasta hacía poco el régimen había patrocinado generosamente e instrumentalizado políticamente. "No somos músicos del Estado, somos artistas y queremos libertad", proclamaban sus miembros.

Mientras, cada día, Wuilly seguía poniéndose a la vanguardia de las protestas violín en ristre. Estaba dispuesto a "morir tocando". Su imagen dio la vuelta al mundo. Se convirtió en un símbolo. "Yo estaba de acuerdo con la causa pero le pedía que no fuera, que se cuidara, que le iban a matar", recuerda Maldonado. "Todos los días mataban y encarcelaban a muchachos. Todavía hoy hay 80 menores de edad en prisión. Él me prometía que no iría, pero al rato alguien me llamaba y me decía, mira, ahí está Wuilly protestando".

Wuilly en una manifestación.

Finalmente, Wuilly fue detenido y torturado en julio de 2017, aunque le liberaron "por un milagro, quizá porque se había hecho demasiado famoso y hubo mucha presión en las redes sociales". Se escapó secretamente por la frontera de Colombia y llegó a Estados Unidos sin decírselo a nadie, "ni siquiera a mí", revela la cineasta.

Hoy, Wuilly sigue allí. Vive en Los Ángeles, como Marianela, y ha logrado abrirse paso. Habla inglés, toca once instrumentos, trabaja en una orquesta y actúa en locales nocturnos. "Para él la emigración ha sido muy dura. No ha visto a su familia en siete años, no puede volver a Venezuela. Prácticamente su única familia aquí soy yo. Pero está muy bien y tiene cierta estabilidad. Que podamos verle tocando su violín es un gran alivio".

"Un apostolado" por Venezuela

Sus amigos y compañeros siguieron otros caminos. En plenas protestas, Edixon cambió la viola por un fusil e ingresó en el ejército. Contra sus convicciones, por pura supervivencia. Dissandra se marchó a Perú en busca de trabajo. Hoy, nos cuenta Maldonado, ambos están mucho mejor de como los dejamos al final de la película. Gracias en parte a que muchas personas que la han visto han querido ayudarles. "Dissandra está en la universidad y toca en orquestas. Edixon ya no toca, pero hace estudios de cocina mientras trabaja en un restaurante. Le va muy bien y está muy contento".

Marianela Maldonado está emocionada con la perspectiva de venir a España a presentar Niños de Las Brisas. Planea encontrarse con los padres de Armando Cañizales, que ahora viven en Madrid. "Hacer películas como esta es casi un apostolado que exige una entrega total para que salgan", confiesa. "Érase una vez en Venezuela –el excelente documental sobre las comunidades que luchan por proteger el lago de Maracaibo del que fue coguionista– nos llevó siete años. Esta es una película que a la gente le llega muchísimo. Todo el mundo llora, se abraza, conversa. Me llama la atención que es una película universal. Amigos venezolanos me contaban que les había servido para explicar por ejemplo a parejas que son de otro país qué es lo que ocurre en Venezuela. En Estados Unidos tuvo una acogida impresionante. Todos los días me escribía gente que quería ayudar a los chicos, y así logramos conseguirles becas para que estudien".

Marianela Maldonado y Dissandra durante el rodaje.

Cuando hace quince años visitó por primera vez Las Brisas y quedó asombrada por el poder redentor de la música, Maldonado no podía prever lo que terminaría siendo esta película. "Estos tres chicos representan de alguna manera el destino de la generación que nació con el chavismo", constata. "O huyes del país caminando o te enfrentas al Gobierno y terminas preso y torturado o tienes que agachar la cabeza, adaptarte, sobrevivir tratando de pasar inadvertido y abandonar tus sueños".

Pero "hay algo muy lindo" que sobrevive a las ilusiones perdidas y a la tristeza del exilio. Y es que "la música, aunque ellos no cumplan su sueño, les acompaña y les ayuda a ser más fuertes, a sobrevivir a este colapso, a esta hecatombe".