El 17 de diciembre de 1994, hace ahora 30 años, Galerías Preciados presentó suspensión de pagos. Había sido el primer gran almacén español, la dinámica empresa que implantó las rebajas y revolucionó el comercio minorista en nuestro país. Pero hacía tiempo que languidecía a la sombra de su máximo competidor, El Corte Inglés. Con tres solicitudes de quiebra pendientes y una deuda con proveedores, bancos, Hacienda y la Seguridad Social de 63.000 millones de pesetas de entonces –más de 800 millones de euros al cambio actual–, los responsables de la compañía decidían judicializar su ruina. Seis meses después, la oferta presentada por El Corte Inglés fue la escogida por el Ministerio de Comercio para resolver la situación. El gigante de la distribución, presidido entonces por Isidoro Álvarez, absorbía a su viejo rival a cambio de 30.000 millones de pesetas –solo los activos inmobiliarios de Galerías estaban valorados en casi 100.000 millones–, pero se comprometía a invertir otros 50.000 y a recolocar a más de 5.000 de sus casi 7.000 empleados.

La salida tomada hace ahora 30 años por los administradores de Galerías Preciados fue el triste final de una aventura extraordinaria que había empezado casi cien años antes en el concejo asturiano de Grado. De allí partieron sucesivamente rumbo a Cuba huyendo de la pobreza tres personajes llamados a hacer historia: César Rodríguez en 1896, Pepín Fernández en 1908 y Ramón Areces, primo de Pepín y sobrino de César, en 1920. Los tres pasaron por El Encanto, un gran almacén de La Habana, donde aprendieron y desarrollaron una nueva manera de gestionar y ofrecer la mercancía y sobre todo de tratar con el público.

Con los años hicieron dinero, mucho dinero. Y Fernández y Areces decidieron volver a España y aplicar aquí lo aprendido. Fundaron sendos comercios en la calle Preciados de Madrid. Primero se ayudaron, luego rivalizaron. Crecieron cada uno a su manera –rápido y endeudándose fuertemente Pepín, Ramón despacio y con recursos propios y de su tío–, primero contra las estrecheces de la autarquía, después a favor de corriente, alimentando la incipiente sociedad de consumo del desarrollismo. Todavía hoy El Corte Inglés capitaliza el imaginario de confort, bienestar, calidad y buen servicio creado entonces. Pero solo podía quedar uno.

Pepín Fernández, hecho a sí mismo

José Fernández, conocido familiarmente y para la historia como Pepín, era el menor de los cinco hijos de Manuel Fernández Miranda y María Rodríguez Ordóñez, que regentaban en la parroquia moscona de El Rellán un establecimiento llamado La Chabola, donde al principio se vendía tabaco pero que terminó ofreciendo de todo, al estilo de los bares tienda que articulaban entonces el agreste territorio asturiano. En 1908, con 15 años y cien pesetas en el bolsillo, Pepín embarcó en el puerto de Santander hacia Cuba, con la esperanza de hacer fortuna y probablemente también para eludir el servicio militar que entonces condenaba a los pobres españoles a ser carne de cañón en África. Viajaba con él su hermana Eustaquia, que había arreglado un matrimonio por poderes con un indiano mayor que ella que residía en La Habana.

Pepín trabajó durante un par de años en México antes de que su hermana le pidiera que se reuniera con él en Cuba. Al llegar a la isla entró como aprendiz en El Encanto, donde trabajó veinte años y llegó a ser gerente. En 1931, cuando ya había formado una familia, decidió regresar a España con un buen capital ahorrado y la experiencia adquirida en aquel refinado almacén habanero. Se instaló en Madrid, frecuentó el Ateneo, a gente como Marañón o Madariaga, y en 1934 fundó su primer comercio, Sederías Carretas. Un año después, su primo Ramón Areces, también de vuelta a España, tomó el traspaso de una sastrería cercana llamada El Corte Inglés. Ambos revolucionaron el entorno comercial de la Puerta del Sol con su propuesta, influida por el modelo comercial de grandes almacenes norteamericanos como Saks o Macy's. Aquellas tiendas abiertas, sofisticadas y amables, donde el cliente era tratado con exquisita educación, ponían en evidencia el estilo castizo de sablazo y regateo del comercio madrileño de entonces.

Contactos con tacto

Cuando estalló la Guerra Civil, Pepín Fernández estaba en San Sebastián. Desde allí pasó a Francia, dejando la gestión del negocio a sus socios. Pero tras la caída de Madrid no tardó en regresar a la capital y engalanar los escaparates de su comercio con pancartas y mensajes de adhesión a la victoriosa causa franquista.

Sederías Carretas, engalanada tras la entrada de las tropas franquistas en Madrid. | 'Pepín Fernández. 1891-1982 Galerías Preciados. El pionero de los grandes almacenes' (Lid Editores)

Antes de la guerra, Fernández había adquirido dos fincas colindantes en la calle Preciados. Gracias a sus amistades con figuras claves del nuevo régimen, logró que el alcalde de Madrid, Alberto Alcocer, abortara el proyecto de ampliación de la céntrica vía para que no perjudicara sus planes de expansión comercial. Así, el 5 de abril de 1943, abría sus puertas Galerías Preciados con la bendición oficial y eclesiástica. Es el edificio diseñado por Luis Gutiérrez Soto que hoy ocupa parcialmente la FNAC. Dos años antes, El Corte Inglés adquiría una finca en la misma calle con la intención de reproducir el modelo. 

Pepín Fernández supo cultivar buenas relaciones con la jerarquía franquista en provecho de su negocio. En su archivo personal –al que tuvo acceso la historiadora Pilar Toboso, autora del libro de referencia sobre el empresario–, se conserva la correspondencia que mantuvo con numerosos prebostes del régimen. Gracias a sus buenas artes con las autoridades, Fernández logró autorización para vender los textiles de algodón que en la primera posguerra estaban sometidos a racionamiento, obtener licencias de edificación, agilizar desahucios o sortear sanciones por importaciones irregulares o exceso de consumo eléctrico de sus escaparates.

Una de las relaciones que cuidó con más cariño fue con Carmen Polo, esposa de Franco, a la que pidió en varias ocasiones que intercediera a su favor. Los envíos de obsequios al Palacio del Prado eran, por otra parte, constantes. "Con el fin de ampliar el centro de Preciados en Madrid", cuenta Pilar Toboso, "compró varios edificios colindantes, escribió a Carmen Polo para que intercediera a su favor ante el ministro de Justicia, Antonio Iturmendi, en las demandas que los inquilinos pusieron para evitar su desalojo y consiguió que los condes de Mayalde y de Santa Marta de Babío, alcaldes de Madrid mientras duró el proceso, declararan el estado de la finca ruinoso y apremiaran a los vecinos a abandonarlas y que el Ayuntamiento paralizara la orden que le obligaba a destinar las dos plantas inferiores del edificio a aparcamiento". Amistades bien engrasadas. Todavía en 1973, 30 años después de aquellas primeras Galerías Preciados de Callao, Carmen Polo amadrinó junto al entonces alcalde de Madrid, Carlos Arias Navarro, la apertura del flamante centro de la calle Goya, hoy una sede más de El Corte Inglés.

Es la guerra

Si en los años 50 Galerías Preciados y El Corte Inglés consolidaron una situación de duopolio, en los años 60, con un mercado más abierto tras el fin de la autarquía, la competencia se volvió feroz para mantener su posición de dominio. Durante aquellos años, Fernández había abierto tiendas de Galerías Preciados en Bilbao, Sevilla, Córdoba, Murcia, Badajoz, Eibar, Las Palmas y Tenerife. En 1962 inició la construcción del gran complejo de Galerías en Callao aprovechando el solar del antiguo Hotel Florida, célebre gracias a Hemingway y otros corresponsales extranjeros durante la Guerra Civil, mientras El Corte Inglés ampliaba el suyo de Preciados y ambas cadenas abrían establecimientos en Barcelona.

Los edificios de Galerías Preciados en la Plaza del Callao de Madrid, en todo su esplendor.
Los edificios de Galerías Preciados en la Plaza del Callao de Madrid, en todo su esplendor. | ARCM

Pero sus modelos de negocio comenzaban a diferir, escribiendo el destino de uno y otro. Si Pepín Fernández había basado su rápido crecimiento en créditos, Areces contó con la financiación de su tío César, que había regresado a España en 1962 y que a su muerte en 1966 legó a su sobrino toda su fortuna, para una expansión prudente y sostenida.

"Fuertemente endeudada, Galerías Preciados no pudo hacer frente a las subidas de tipos de interés de la década siguiente y comenzó una progresiva escalada de pérdidas hasta que su principal acreedor, el Banco Urquijo, se hizo con la propiedad de la cadena", detalla Pilar Toboso. En septiembre de 1981, Rumasa tomó el control de la empresa. Pero año y medio después, el holding propiedad de José María Ruiz Mateos fue intervenido y expropiado por el Estado. A finales de 1984, el empresario venezolano Gustavo Cisneros, cercano al presidente del Gobierno, Felipe González, se hizo con la propiedad de las acciones de Galerías Preciados después de pagar 750 millones de pesetas. En octubre de 1987, Cisneros acordó su venta al grupo financiero británico Mountleigh por 30.000 millones. Un negocio redondo. Cinco años después, Mountleigh llegó a un acuerdo con un grupo de inversores encabezado por los propietarios de Mantequerías Leonesas, empresa que tres años después se vio arrastrada por la propia caída de Galerías Preciados.

Cuando colapsó en 1994, la firma tenía cinco centros en Madrid, dos en Albacete, Barcelona y Cádiz y uno en Alicante, Badajoz, Bilbao, Burgos, Córdoba, Don Benito, Éibar, Granada, Jaén, Las Palmas, Mallorca, Murcia, Oviedo, Sevilla, Tenerife, Valdepeñas, Vitoria, y Zaragoza. Una red que un año después permitió a El Corte Inglés implantarse en nueve localidades donde no tenía presencia, con un total de 63 centros en 31 ciudades.

Hoy en el centro de Madrid sigue reinando El Corte Inglés. En el edificio original de Galerías Preciados persiste FNAC, aunque con muchos menos metros cuadrados que hace unos años, y la inmobiliaria Merlin desarrolla una obra a gran escala para optimizar espacios con nuevas tiendas y restaurantes. De Pepín Fernández apenas queda un busto en la cercana Plaza del Carmen, esculpido por César Montaña e inaugurado por el alcalde Rodríguez Sahagún en 1990, ocho años después de la muerte del homenajeado y cuatro antes de la ruina definitiva de su legado.