Los testimonios pueden tergiversarse en función de los intereses que mueven a alguien a ayudar o, por el contrario, a perjudicarlo.
En ese tipo de tramas era experta Agatha Christie, que sabía darle la vuelta a las situaciones provocando, cuando menos, la sorpresa, un golpe de efecto, un giro inesperado. Hoy se la conoce y se la valora como una de las grandes, si no la mayor, del género policíaco, negro, de intriga o suspense.
Llevar sus obras a la pantalla o a la escena siempre es garantía de que la motivación del público estará servida.
Ahora nos traen su antigua obra de teatro Testigo de cargo, punto de partida de las grandes películas de tribunales, abogados, fiscales, casos difíciles de resolver con elemento sorpresa que desbarata todo lo sucedido anteriormente.
El artífice de que el texto esté acondicionado a nosotros es Roberto Santiago que, fielmente, cual transcriptor de un juicio verdadero, nos trae los diálogos y personajes de la autora para tenernos hasta el final con la tensión de cómo se resolverá el dictamen del jurado. Lo pone en escena, de forma aséptica para que no nos vayamos por otros derroteros, Fernando Bernués, con un fondo de pantalla donde el dibujante de tribunales va captando, no solo a los principales actuantes del juicio, sino también los exteriores donde, supuestamente, se desarrolló la acción.
Como el abogado Sir Wilfrid Robarts está Fernando Guillén Cuervo con el carácter flemático necesario para no descomponerse ante esos testimonios que, sorpresivamente, pudieran hacerle perder el juicio. No el suyo, que tiene la cabeza muy bien amueblada, sino el caso, lo que mermaría su prestigio de defensor infalible.
Gran sala de lo penal
La puesta en escena actúa a modo de gran sala de lo penal, quizás demasiado fría, donde los espectadores somos el jurado, más de doce hombres sin piedad que, aunque no esté en nuestras manos la decisión final, podremos juzgar, a la vista de los hechos presentados, que el argumento está bien servido, que la coartada en sí misma es ver teatro por el mero placer de hacerlo, que somos testigos de cargo porque se nos extiende la responsabilidad de creernos lo que nos cuentan, porque nos prestamos voluntariamente a ello, por el morbo de sentirnos parte de un proceso judicial.
Testigo de cargo no es solo una muestra de lo que puede suceder en cualquier juzgado, sino que también nos habla de codicia, de amor, de traición, de fidelidad, de deducción, de seducción, de inteligencia, y no precisamente artificial. De lo que uno es capaz de hacer, como decíamos al principio, para manipular, para hacernos querer, para entregarse por entero o para vengarse simplemente por despecho, hartazgo o venganza.
Visto para sentencia. La función está admitida a trámite y se ejecuta cada noche sin más apelación que encontrar una tarde libre de sospechas. Hay caso. No hay alevosía, te interesa o no, si estás en esta jurisdicción no puedes presentar alegaciones. Tu libertad no será condicionada ni vigilada, el veredicto final es el tuyo, pero tienes que escuchar y solicitar un habeas corpus si fuera menester, que no es el caso.

Testigo de cargo
Una adaptación de Roberto Santiago sobre texto de Agatha Christie
Reparto: Fernando Guillén Cuervo, Isabelle Stoffel, Bruno Ciordia, Adolfo Fernández, María Zabala, Markos Marín, Borja Maestre y Nerea Mazo
Música original y audioescena: Orestes Gas
Espacio escénico y dirección: Fernando Bernués
En el Teatro Fernán Gómez de Madrid hasta el 26 de enero
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