Carmen Añón tiene 93 años, pero aguarda sentada tras un escritorio pulcramente ordenado con vistas al invernal cielo azul de Madrid como la mujer ocupada que en realidad sigue siendo. Nos lo confirma una de sus hijas, Cristina, que nos ha abierto la puerta de su casa. Pese a los achaques de la edad, sobre todo una rodilla traicionera, su madre no para. Entra y sale todos los días, va a conferencias. "Siempre viene alguien a comer. Cocina de muerte".
Hace pocas semanas que Añón ha recibido en la Academia de Bellas Artes de San Fernando la Medalla Richard H. Driehaus, un galardón concedido por la Fundación Culturas Constructivas Tradicionales que premia las trayectorias más relevantes en materia de conservación del patrimonio de España y Portugal. "A mí no me gustan mucho estas cosas, pero uno siempre tiene su pequeña vanidad y lo hicieron muy cariñosamente y muy bien", reconoce.
Pregunta.- Es lo que tiene ser una pionera de lo suyo, ¿no?
Respuesta.- Bueno, nunca es uno pionero en absoluto, siempre hay otros que comparten los mismos entusiasmos y los mismos trabajos.
Se van acumulando los galardones para premiar la carrera, tardía pero inapelable, de la paisajista española con mayor reconocimiento internacional en el ámbito teórico. Añón ha velado por la buena salud de los jardines de los Reales Sitios y de otros parques históricos como el Retiro de Madrid, un lugar que ha gobernado desde el punto de vista patrimonial durante años y que se conoce "de memoria". Presume de haberse "cargado" 1.460 árboles y de haber plantado 5.000. "Y no se ha enterado nadie", bromea.
Es una figura clave en la profesionalización del paisajismo en nuestro país y de la entrada de la disciplina en las escuelas de arquitectura, donde ha impartido clases y seminarios durante 30 años pese a ser autodidacta. La enseñanza es de hecho su gran vocación, que ha llevado hasta las últimas consecuencias con dos de sus hijas, Ana y Mónica Luengo Añón, que han seguido sus pasos. También ha desempeñado un papel clave en foros internacionales, respaldando el reconocimiento patrimonial de una figura como la de paisajes culturales por la Unesco.
Premio Nacional de Restauración y Conservación de Bienes Culturales en 2017, en mayo recibió la Medalla de Madrid, su ciudad de adopción, su ciudad favorita. "¿Dónde tienes juntos a Picasso, Murillo y Velázquez?", exclama resumiendo todas la virtudes de este lugar del mundo adonde llegó con diez años y donde ha tenido nueve hijos, de los cuales le sobreviven ocho.
Como la mayoría de personas de su generación, Añón es una mujer prudente y modesta que no se recrea en detalles de su vida. Pero en la laudatio pronunciada en la Academia de San Fernando, el jurista Alfredo Pérez de Armiñán se encargó de contar alguno. Carmen tenía seis años cuando estalló la Guerra Civil. La contienda la separó de su familia. Acabó en un campo de refugiados en el sur de Francia. Al parecer iba a ser enviada a Rusia cuando su madre tuvo la suerte de encontrarla.
P.- ¿Cómo empezó su interés por los jardines?
R.- Hay cosas que son casi inconscientes... Yo fui a los jardines acompañando a una amiga magnífica que vio un artículo en ABC anunciando la escuela Castillo de Batres [fundada en 1972 por el diseñador e interiorista Luis Moreno de Cala, fue la primera escuela española dedicada a la formación reglada en paisajismo]. Me voy a apuntar, ¿te vienes conmigo? Y dije, pues sí. El jardín parecía un tema inocuo, muy fino para que las señoras nos ocupásemos de él, aparentemente no comprometía nada. Qué bonito, pájaros y flores. Quedaba muy bien.
P.- Usted ya había tenido a sus hijos. Fue un empeño tardío.
R.- Suena duro lo de los nueve hijos, pero en la vida haces lo que tienes que hacer. Y no puedes decir de esta agua no beberé porque luego bebes tres tazas llenas.
Otro detalle que Añón omite y que Pérez de Armiñán compartió en su laudatio en la Academia: "A los 44 años, tras la repentina muerte de su hija mayor, decide dedicarse al estudio, conservación, restauración y creación de jardines y a la preservación paisajística", convirtiéndose en una "ineludible referencia mundial".
"Los libros te acompañan hasta el final y el jardín también. Dedicarte a ellos te va a compensar siempre"
Volvemos a la penúltima pregunta y al amor inconsciente por los jardines. "Yo sin darme cuenta siempre había vivido en casitas con jardín, a veces muy modestas. Me acuerdo de la primera, por ejemplo, en la colonia Cruz del Rayo, que todavía existe, una casita pequeña, no hacía falta más. Aquel jardín yo creo que sería poco más grande que este cuarto, pero tenía un árbol magnífico, un albaricoquero muy bien formado, lo suficientemente alto y fuerte para que yo me pudiese subir a leer en él. Y yo pasaba muchas horas subida a mi albaricoquero y leyendo, las dos cosas que me han gustado y que me han seguido toda mi vida. Los libros te acompañan hasta el final y el jardín también. Dedicarte a ellos te va a compensar siempre", dice con la autoridad que le confieren los libros que la rodean en su estudio madrileño, una porción de los más de 14.000 que posee solo en materia de jardines.
P.- ¿Cómo se convierte una autodidacta como usted en una profesional de referencia internacional?
R.- Empecé a trabajar, a publicar, a interesarme… Conocer es amar, ya lo dijeron hace mucho tiempo. Y cuando más te metes en un tema, más temas vas encontrando. El propio tema te alimenta y te lanza a buscar más libros, a visitar más jardines, a comprender sus problemas, a interesarte. Sale solo. Sobre todo porque el jardín atrae. El jardín tiene una atracción secreta y casi misteriosa, caes en su trampa. Además, tuve la suerte de encontrar magníficos valedores, como Pedro Navascués [catedrático de Historia del Arte de la Escuela de Arquitectura de Madrid]. Profesores eminentes que me ayudaron mucho y me introdujeron en la escuela. Bajo su paraguas me abrieron el paso para dar clases, para lograr que mi tema tuviera peso concreto, académico. O sea que esto no es labor de una persona, siempre es labor de grupo. Pero gracias a Dios hemos metido el tema de los jardines en la escuela de arquitectura, y ahora no puede salir ni va a salir.
P.- Hay ideas arquetípicas de lo que es el jardín inglés, lo que es el jardín francés… ¿Diría usted que hay un jardín español?
R.- El jardín es siempre el reflejo de la sociedad y de la cultura que lo ha creado. Cada jardín tiene detrás una cultura específica, un clima, responde a unos condicionantes muy típicos. Y luego están las modas, igual que pasa con el vestir. El jardín no está aislado, la comunicación es básica para cualquier arte, para el cine, la literatura, la pintura, que naturalmente se influyen en todos los aspectos, porque el jardín es un arte.
P.- ¿Cuál diría usted que es el jardín donde más ha disfrutado trabajando?
R.- Sin duda El Capricho de la Alameda de Osuna. Hay otros muchos, algunos muy pequeños, porque un jardín no depende de la extensión. Uno en el que por ejemplo he trabajado muchísimo es el claustro del monasterio de Guadalupe, patrimonio mundial [por el que recibió en 1995 el Premio Europa Nostra]. Pero en El Capricho, junto a personas como José María González, Peridis, hicimos la experiencia de las escuelas taller. Durante más de diez años lo pasé muy bien yendo todas las mañanas a la Alameda de Osuna y poniendo en práctica un sistema especial, detallado y científico en la restauración de los jardines. Y de allí salió trabajo. En mi escuela taller colocamos a más de 600 personas cualificadas. Esto es importante.
Cuando tuvo lugar el éxodo rural en los 60, la gente que venía sin preparación a las ciudades se colocaba de albañil o jardinero. Eso ahora ha cambiado. Nosotros contribuimos a dignificar la profesión de jardinero y a convencer a todos de que para podar un árbol son necesarios unos conocimientos, porque cada especie se poda de una manera diferente y en una época del año. Ahora hay escuelas de podadores en todos los ayuntamientos. O sea que ahí ha surgido empleo para mucha gente y eso ha redundado en beneficio de la sociedad, de los árboles y de los jardines. Creo que se ha hecho una labor en muchos sentidos meritoria, vamos a decirlo.
P.- Usted dice que cuando se restaura un jardín hay que restaurar la idea primigenia de ese jardín, no los elementos o ejemplares que uno se encuentra.
R.- No debes dejarte llevar por esta planta o la otra, sino preguntarte qué intentó hacer el que creó el jardín. ¿Qué tipo de jardín quería, cuál es su esencia, su alma secreta? Hay que restaurar la intención creadora, no fijarte en una plantita u otra de las 80 que se han podido plantar después y que a lo mejor confunden respecto a lo que quería ser realmente ese jardín. Hay una labor siempre de preparación, de estudio, de averiguar cómo era antes ese jardín para seguir sus pasos.
P.- Y contención y rigor para no tener la tentación de hacer lo que a uno le apeteciera. En este caso no se trata de hacer jardinería.
R.- Exacto. Una cosa es hacer un jardín nuevo y otra cosa es restaurar un jardín, que es como un monumento.
P.- ¿Ha hecho jardines nuevos?
R.- Sí, pero sinceramente no me considero una gran creadora. Me considero más bien una estudiosa. Los grandes creadores tienen esa chispa y yo honestamente creo que no la tengo. Creo que soy capaz de hacer un jardín correcto, pero una maravilla no, no creo que lo sepa hacer.
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