Los dos cruceros de la compañía Australis que durante la primavera y el verano australes (desde septiembre a abril) recorren semanalmente cada año las aguas de Patagonia y Tierra del Fuego permiten a sus pasajeros acceder a algunos de los lugares más remotos y vírgenes del planeta. En estos trayectos exclusivos -uno recorre el trayecto de Punta Arenas a Ushuaia, y el otro lo navega en sentido contrario- el programa está centrado en el disfrute de la impresionante naturaleza virgen y los paisajes que recrea, pero cualquiera de sus viajeros puede escoger entre una variada oferta diseñada para todos los gustos.

En los cinco días de navegación de ambos trayectos, si la climatología lo permite, la propuesta incluye desembarcos diarios que, tras un corto trayecto en zodiac con un férreo nivel de seguridad para todos los pasajeros, permiten explorar lugares que son inaccesibles por tierra. La aventura contempla distintos niveles de expedición en función de la forma física e intereses del pasajero. Todos los recónditos lugares que se ponen a pie de zodiac contienen varias capas de conocimiento. Tras la impresión inicial de sobrecogimiento ante la grandeza de la naturaleza siempre están las historias humanas de todos aquellos que trataron de doblegar unos territorios que aún hoy se resisten a ser dominados.

La seguridad en los desembarcos desde la zodiac es uno de los aspectos claves de las excursiones dadas las bajas temperaturas que registra el agua. A.A.

En la bahía Ainsworth, donde se puede caminar por un bosque formado tras la última glaciación, hace unos 12.000 años, se descubre el canelo, un árbol sagrado para los mapuches y que sirvió de remedio para los expedicionarios españoles que sufrieron innumerables penurias en aquellas tierras, entre otras el escorbuto que combatieron gracias a la vitamina C que contiene su corteza cítrica. Después, en los islotes Tucker se pueden avistar las colonias de pingüinos que parecen ignorar al visitante extranjero. Fueron precisamente estas aves las que motivaron la primera colaboración entre Australis y el mundo científico. Frederic Guillemard, gerente de Europa y Asia de la compañía, recuerda que los primeros pasos se dieron para ayudar a la reproducción de los pingüinos en Isla Magdalena “que en 1990 estaban en franco retroceso porque la pesca artesanal los usaba de cebo para pescar otras especies” y ahí ya se hizo el primer acuerdo con las autoridades de la zona y con CONAF (Corporación Nacional Forestal) para poner vigilancia, lo que permitió que la isla se repoblase.

Una pareja de pingüinos en Isla Magdalena, uno de los emplazamientos que visita el crucero de Australis.

Un equipo de guías multidisciplinares a bordo

La alta capacitación de los guías ayuda a que el pasajero entienda el origen, evolución y estado actual de la fauna y la flora de la zona. Al mismo tiempo aprovechan estas visitas para recopilar datos que luego se aplican en estudios sobre peces, la acidez oceánica en fiordos y cambios en floración en plantas nativas. Ernesto Davis, director ejecutivo del Centro ICEA (Centro de Investigación para la Conservación de los Ecosistemas Australes) destaca que es posible “ir levantando tendencias gracias a esta colaboración con Australis en estas áreas tan remotas y de difícil acceso. Los resultados preliminares, tanto de la fenología de plantas nativas con flor como los oceanográficos, que a su vez se relacionan fuertemente con el aumento de las descargas glaciares, evidencian cambios producto de alteraciones climáticas”, afirma Davis.

Los glaciares son objeto de especial atención en el transcurso de estas explicaciones que a veces se ven interrumpidas por el tremendo estruendo que provocan los desprendimientos de hielo, un espectáculo único que se observa desde un lugar privilegiado.

Los pasajeros contemplan el glaciar Pía y su reflejo en la leche glaciaria, que en función de las condiciones le da al agua un color que varía entre el gris y el turquesa.

Las proezas de innumerables navegantes, entre otros Elcano y el propio Magallanes que dio nombre al estrecho, o las peripecias de piratas como el temido Drake y los miles de naufragios que se cobraron en estas aguas las vidas de aquellos que intentaban llegar al Pacífico desde el Atlántico doblando el Cabo de Hornos, hacen de este emplazamiento uno de los hitos del crucero. Esta pequeña isla, la más austral de un pequeño archipiélago, no guarda ninguna relación con ningún horno y tampoco es un cabo. Aunque a Jacob Le Maire y Willem Schouten, los primeros navegantes que lo cartografiaron en 1616 sin mucha precisión les pareciese el fin del continente. En honor a la ciudad holandesa desde la que partieron lo bautizaron como Kaap Hoorn. En esa isla vive todo el año, junto a su familia, un miembro de la Armada chilena, encargado de vigilar el tráfico marítimo, enviar partes meteorológicos y mantener el faro en perfecto estado. Aislados durante todo el año, reciben entusiasmados a tripulantes y pasajeros de Australis que visitan la isla, el faro, una pequeña capilla cercana y el monumento al albatros, una de las aves que junto con el cóndor acompaña la travesía de los cruceros. Al final, recibirán un diploma testigo de haber pisado el punto más austral del mundo. Como recuerdo se pueden llevar una acuarela que la hija del farero pinta y vende por unos pocos pesos que han de abonarse en efectivo porque, como en el resto de la expedición, cualquier tipo de conexión telemática está reducida a la mínima expresión para disfrute y solaz de todos.

Tras cruzar el canal Beagle, el tercero de los pasos interoceánicos descubiertos por el capitán inglés Fitz Roy, llegamos a bahía Wulaia, un lugar espectacular donde Darwin desembarcó y escribió su famoso "Diario de la Patagonia" en el que no deja en muy buen lugar a los nativos canoeros Yámanas que habitaban allí. Una placa conmemora su estancia, y una antigua construcción de la Armada se ha convertido en un museo sobre el exterminio indígena.

Algunos de los expedicionarios comprueban la pureza de los fragmentos de hielo glaciar que presentan una transparencia total ya que en su estructura cristalina apenas queda aire atrapado.

La aventura gastronómica

Ya de vuelta en el confortable crucero, Ventus o Stella en función de la dirección elegida, las charlas sobre la historia, geología, biología y las particularidades sociológicas de la región se suceden en distintos idiomas y en distintas cubiertas. Los más ociosos también pueden elegir entre la programación de documentales en la sala de proyección (recuérdese que este viaje está bendecido por la ausencia de televisión o internet)

La aventura, apta para todos los públicos, sigue y se adentra también en la exploración exquisita de la gastronomía chilena: porotos granados, chupe de centolla, caldillo de congrio, pastel de choclo, cordero patagónico, empanada de pino…  Y para los mayores de edad una variada selección de vinos de bodegas autóctonas que entre otras variedades ofrecen la uva Carménère. Casi arrasada en Europa por la plaga de filoxera y luego olvidada, fue resucitada por enólogos europeos que emigraron a Chile a finales del siglo XIX. A más de 10.000 kilómetros de su tierra natal hoy es el vino chileno más renombrado. También en el bar de abordo se puede escoger entre una variada selección de cócteles entre los que destaca, como no, el tan traído y llevado pisco sour que se ofrece en la versión clásica con limón o en alguna más atrevida, como la denominada calafate sour que incorpora este pequeño fruto azul procedente de un arbusto espinoso endémico de la Patagonia chilena y argentina. Considerado hoy un superalimento capaz de aportar múltiples beneficios a la salud también la mitología ancestral le atribuye propiedades mágicas y se dice que “el que come calafate ha de volver”. Asegúrense de probarlo.