En Hollywood, muy cerca del Dolby Theatre de Los Ángeles, el ostentoso teatro donde las superestrellas del cine se reúnen para celebrar las películas del año en la ceremonia anual de los Premios Oscar, hay una casa. Una construcción decrépita y abandonada hace 28 años pero de la que, sin embargo, se asoma una esperanzadora certeza: en el número 1962 de Glencoe Way se ha vivido.
Erigida en 1925, la casa es una de las cuatro que el arquitecto estadounidense Frank Lloyd Wright construyó en Los Ángeles siguiendo el denominado sistema de bloques textiles, un estilo propio y exclusivo que involucraba bloques de hormigón estampados y decorados, que se reforzaban con varillas de acero y que hacían las veces de paredes tanto exteriores como interiores para la casa. El centenario edificio cuenta con 12.000 bloques de hormigón, cada uno con un diseño exclusivo: no hay dos iguales. Fue, además, la primera casa en el mundo en contar con ventanas de vidrio colocadas de esquina a esquina en un domicilio.
Wright no era muy fan del estilo mediterráneo que ya infectaba las colinas de Hollywood en los años veinte: eso era algo "propio de Europa", en Estados Unidos "somos indígenas". Interesado en crear una especie de puente artístico entre México y Los Ángeles, Wright edificó el lugar con los ojos puestos en la antigua cultura maya: los estampados de sus bloques de hormigón homenajearían a los diseños propios de los templos aztecas, pero la arquitectura del edificio sería moderna y funcional. El resultado fue una firme construcción cubierta de maleza que daba la impresión de querer ocultar un valioso tesoro entre sus paredes. Había que ser muy excéntrico para vivir ahí. Menos mal que los Freeman lo eran.
La casa de los Freeman
Harriet Press (Omaha, 1890) se mudó a la ciudad de las estrellas con 29 años, tras haber vivido unos años en Nueva York con su hermana Leah. Allí conoció a Samuel Freeman, dueño de una joyería con quien compartía una pasión: entretener y organizar fiestas. La pareja no tardó en comprometerse, con la esperanza de que juntos pudieran cumplir su sueño y crear un espacio amplio que, a su vez, sirviese de lugar de reunión para artistas y personalidades creativas e intelectuales. No eran ricos, pero fantaseaban con la exclusividad.
Tras visitar la Hollyhock House de Wright, la pareja supo que aquel era el hombre que debía materializar la casa perfecta para su visión a la vida. El arquitecto accedió en 1924, pidiendo tres meses para la realización de la casa, un presupuesto de 10.000 dólares (que, reajustado a la inflación actual, serían unos 185.000 dólares) y una condición: que su hijo, Lloyd Wright, hiciese las veces de gerente de construcción, supervisando la obra. Años más tarde, Harriet se referiría a Lloyd como un "incompetente", culpable de que el edificio finalmente tardase 13 meses en realizarse y que su precio ascendiese a los 25.000 dólares, más del doble de lo prometido. Sin dinero y sin muebles para decorarla (tiraron de cajas de cartón para ello), el matrimonio tenía, al fin, su casa soñada, que pasaría a la historia como la Freeman House.
La casa cuenta con una peculiaridad: situándonos ante ella, pareciera que la mansión cuenta con una sola planta. Sin embargo, la exuberancia festiva de los Freeman demandaba una casa grande, de hasta tres alturas distintas escondidas bajo la ladera en la que se encuentra, visibles únicamente desde el lateral de la misma. A la pareja les encantaba su casita y, al resolver las deudas que arrastraban, contrataron al también arquitecto Rudolf Schindler para remodelarla.
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A Schindler le debemos que la mansión se convirtiera en una especie de bloque de apartamentos: separó varias habitaciones para crear pisitos dentro de la vivienda, e incluso construyó uno bajo el garaje. Ahora, hasta tres grupos distintos de personas podían vivir en la casa con una zona propia y exclusiva para ellos (si soportaban, claro, el ruido nocturno de las constantes fiestas de sus "vecinos"), aunque pronto la cifra bajó a un sólo inquilino: los Freeman iban a divorciarse y ninguno estaba dispuesto a abandonar su hogar.
La mujer que mató a un héroe
Aprovechando el espacio ofrecido por la mansión, Harriet y Samuel acordaron vivir separados, pero en la misma casa. Eran un poco modernitos: muy liberales y muy abiertos. Lo más probable es que en sus sonadas fiestas el amor libre flotara por el aire. Pese a la ruptura, los Freeman no dejaron nunca de quererse.
#franklloydwright built the Samuel Freeman House in 1924. Julius Shulman photographed the home years later, highlighting the way the building interacts with its surroundings. In these clips, Judith Bromley shares her take on the images and on the home itself. pic.twitter.com/OiwfW6Pv1l
— Driehaus Museum (@DriehausMuseum) November 8, 2024
Las constantes idas y venidas de inquilinos y visitantes hicieron que la casa siempre se sintiese viva. Por ella pasaron Richard Neutra, el famoso arquitecto que llegaría a construir una casa para la hermana de Harriet y que más tarde serviría de escenario para la película L.A. Confidential (1997); Martha Graham, una de las bailarinas y coreógrafas más importantes de la época; e incluso el director Jean Negulesco, quien dirigió la primera versión cinematográfica de Titanic (1953), aunque su película más recordada será Cómo casarse con un millonario (1953), que reunió a Marilyn Monroe, Lauren Bacall y Betty Grable. Por la casa pasaron algunas de las personas más influyentes del mundo, sí, pero también algunas condenadas al olvido, como es el caso de la actriz Helen Walker.
A Walker la descubrió un cazatalentos mientras actuaba en Broadway, y no tardó en convertirse en una superestrella de Hollywood. Su primera película, Lucky Jordan (1942) fue también su debut protagónico. El filme fue un exitazo y el teléfono no dejaba de sonar para la actriz, pero únicamente le ofrecían papeles secundarios, como acompañante del protagonista masculino. Walker no se callaba una, y empezó a reclamar los papeles protagónicos que alegaba ella "se merecía". ¿Le sirvió de algo? No mucho. En el glamuroso mundillo del cine, si eras mujer y exigías tus derechos, cogías fama de mujer difícil. Y, entonces, todo iba cuesta abajo.
Las demás actrices la desdeñaban, la consideraban una mala influencia, una piedra en su camino hacia el estrellato. Pronto, el mundo entero la odiaría cuando, en 1947, tuvo un accidente de coche por conducir bajo la influencia de sustancias. Previamente había recogido a cuatro soldados mientras estos hacían autostop. Walker se dislocó la clavícula, la pelvis y se rompió varios huesos de los pies. Sin embargo, dos de los soldados se llevaron la peor parte y fallecieron en el acto. Pese a que el caso se archivó, Hollywood no estaba dispuesto a perdonar a la actriz "que había matado a un héroe".
Con casi 30 años y todavía viviendo en la Freeman House, la carrera de Helen cayó en picado. Sus papeles empequeñecieron hasta convertirse en femme fatale dentro y fuera del cine. En 1955 actuó por última vez. Tenía 35 años. La cultura de la cancelación no nació con Twitter.
La casa del siglo XXI
Esta es la historia de una casa que ha vivido 100 años. Una casa que sólo ha tenido una única familia de propietarios pero por la que han pasado centenares de personas. Personas que encarnaron el ideal hollywoodiense al extremo: fueron individuos de usar y tirar. Y, por desgracia, así lo fue la casa también. Pero toda historia tiene un final y, aunque nos estemos acercando a él, todavía quedan algunas dudas por resolver.
Los Freeman fueron los únicos propietarios durante casi 60 años, sin ningún hijo al que legársela tras su fallecimiento. Ambos murieron en la casa: Samuel en 1981; Harriet cinco años después, en 1986. En su testamento, la pareja legó la Freeman House a la Escuela de Arquitectura de la Universidad del Sur de California (USC), junto a 200.000 dólares para su mantenimiento. La mansión pasó a ser declarada Monumento Histórico del estado de California, prohibiendo a cualquiera que la posea alterarla o remodelarla. Pero nadie hizo por evitar su condena al olvido.
Su lamentable estado actual se debe al terremoto que asoló a la ciudad en 1994, pero la dote de los Freeman debía de estar ya gastada, aunque no en la casa. El escándalo saltó en 2019, cuando el periódico L.A. Times denunció que varios de los muebles diseñados por Wright y Schindler habían desaparecido del lugar. Su último inquilino había sido un miembro de la USC en 1997 y, desde entonces, era la institución la que debía hacerse cargo del lugar. Falló estrepitosamente en su misión.
Con sabor agridulce termina el relato de lo que se esconde entre las cuatro paredes del 1962 de Glencoe Way. En 2022, la USC vendió la casa a Richard E. Weintraub, un "apasionado de la arquitectura" que no dudó en comprarla por la considerable suma de 1,8 millones de dólares, una ganga tratándose de un icono de la arquitectura moderna. "La casa", dijo Weintraub en una entrevista para L.A. Times, "ha de vivir como vivió: como un salón para las pasiones intelectuales. Las artes de Los Ángeles crecieron en su interior". Parece que la Freeman House ha encontrado, por fin, a su mecenas ideal.
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