Chaveli Sifre baraja su taco de cartas del tarot ante el stand de la galería Embajada, de Puerto Rico. ARCO, la feria de arte contemporáneo de Madrid, acaba de abrir sus puertas. En pocos minutos, una muchedumbre variada llenará los pasillos. Por la tarde llegarán los reyes. Pero de momento la cosa está tranquila, y esta artista afincada en Berlín juguetea tranquilamente con los naipes mágicos que ella misma ha diseñado. Los mismos que en una tirada le dictaron las obras que debía hacer para la ocasión, que cuelgan de las paredes efímeras de este rincón un poco apartado del pabellón 9 de Ifema y que en su exuberancia mágica y tropical han llamado la atención del visitante. 

Después de sugerirle que huela las valvas de ostra que forman la pieza "Sonrisa de humo", Sifre le pide al visitante que coja una carta. A continuación la interpreta. Ha habido suerte: el vaticinio es halagüeño. Dice que es una principiante en esto del tarot, pero ha dedicado dos años a elaborar su propio deck o taco. Una herramienta que le permite profundizar en los sistemas de creencias que los seres humanos construimos para dar sentido a las cosas y a la vida. El tarot es uno de tantos. El arte es otro. De Madrid, Sifre coge las maletas y se va a Italia. Es una de las cuatro ganadoras de la última edición de Villa Romana, el premio artístico más antiguo de Alemania, que ofrece una residencia artística de diez meses en Florencia.

Tres de las obras de Chaveli Sifre.
Tres de las obras de Chaveli Sifre.

El primer día de ARCO es el mejor para pescar a los coleccionistas públicos y privados, así que hay muchos artistas explicando su trabajo, reforzando el poder persuasivo de los mercaderes de esto, los galeristas. Es el caso de Luis Vassallo, que muestra orgulloso el rincón que le ha facilitado Espacio Valverde para exponer su estupenda, diversa y juguetona obra reciente bajo el título A love letter to minimal art, incluido un libro de artista encuadernado primorosamente por su madre. En el espacio de la madrileña galería Belmonte, que se estrena en el programa general de la feria, Lucía Bayón describe ante un pequeño grupo de coleccionistas sus almohadilladas pero contundentes esculturas, algunas móviles, sujetas a un brazo metálico que recuerda al de un soporte de televisor. "El vacío entre piezas es la propia obra", asegura, invocando a un curador sensible con presupuesto y ganas de llevarse el lote completo. Por allí andaba Tania Pardo, directora del CA2M de Móstoles.

De bote en bote

Se supone que el miércoles y el jueves ARCO está reservada para profesionales y coleccionistas y que la feria no abre al público general hasta el viernes por la tarde. Pero la prodigalidad en el reparto de pases VIP de galerías, instituciones y patrocinadores ha hecho que el recinto estuviera de bote en bote desde primera hora.

Es sabido que entre la buena sociedad madrileña no está bien visto ir a ARCO el fin de semana. Así que desde las 11 de la mañana, pero sobre todo a partir del mediodía, cuando ya resultaba legítimo pedir una copa de champán en el stand de Ruinart o a la camarera que recorría los pasillos con un carrito refrigerado y un datáfono, los escuadrones de pijas recorrían ARCO para ojear, para hacer fotos y para encapricharse de algo.

Cartier había convocado un desayuno de bienvenida custodiado por sus icónicos y guapísimos botones, versión retro y mejorada del clásico azafato. Allí, junto con los macarons de maracuyá y los canapés de salmón, ya se ofrecían las primeras copas del espumoso de la casa. Por qué no.

Las burbujas ensanchaban el ánimo de algunos visitantes. "Mira qué descojone de habitación, como las que nos dejan nuestros hijos", bromeaba una señora bien con su amiga contemplando los dormitorios hiperrealistas de Carlos Sagrera expuestos por la Galería Arróniz de México. "Hay que ser cuanto más extravagante mejor", proclamaba ante unos conocidos una simpática y expansiva viuda que presumía de su colorido conjunto de la firma Proenza Schouler, cuyos diseñadores parece que sustituirán a Jonathan Anderson en Loewe. "Los descubrí cuando empezaban". Cómo no.

La moda en ARCO

Hablando de moda, hay un estilo ARCO y hay mujeres que encajan naturalmente en él, como la clienta de Proenza Schouler, o la diseñadora Teresa Sapey, con sus gafas rojas hexagonales. Pero hay otras y otros que se visten expresamente para ARCO, que arriesgan deliberadamente con los colores y los patrones o con la bisutería king size, o juegan a ser una obra de arte en movimiento, como un caballero con un mayúsculo INUTIL bordado en la pechera de su camisa blanca.

ARCO está lleno también de calzado cómodo. De enormes y coloridas zapatillas técnicas. Y de mocasines de suela blanca de Loro Piana, ese ruidoso alarde de lujo silencioso, como los que llevaba Fernando Gigi Sarasola, avistado en la galería Timothy Taylor echando un ojo a los cuadros coloristas y geométricos del arquitecto mexicano Eduardo Terrazas.

Un busto de embalaje de Michael Sailstorfer en la galeria Livie.
Un busto de embalaje de Michael Sailstorfer en la galeria Livie.

Había mucho mexicano este miércoles en ARCO. Mexicanos, venezolanos, colombianos. Americanos en el sentido más amplio de la palabra. La América wealthy refugiada últimamente en Madrid va estos días de compras a Ifema e inyecta prosperidad en la feria como en la ciudad. Por eso muchas de las galerías internacionales especializadas en hacer dinero vienen a ARCO como van a Art Basel Miami. Los asistentes del primer día eran en un altísimo porcentaje compradores potenciales. Se apuntaban a las visitas guiadas, tan numerosas en el ruidoso ambiente que requerían de pinganillo. O se movían por su cuenta con la seguridad de quien tiene billetera para comprar en el acto. Un responsable de la uruguaya Galería de las Misiones le ofrecía con ansia de venta uno de los caricaturescos enjambres humanos de Antonio Seguí a un cliente con una bolsa del Hotel Villamagna que delataba su poder adquisitivo: "Este está a 45.000 pero te lo dejo en 39.000. El otro ya lo he vendido".

A ratos se iba la luz en algunos sectores del pabellón 9, mientras en el 7 saltaba la alarma de uno de los Lexus patrocinados expuestos en el recinto: la electricidad ambiente. La pandilla de Carolina Adriana Herrera iba y venía mientras Borja Sémper, la lucecita cultureta del PP, se dejaba ver. Manuel Borja-Villel, liberado a su pesar del yugo del Reina Sofía, informaba a alguien por teléfono y Jaume Plensa rivalizaba en poder totémico con sus bustos de mármol. En el suelo de los stands menudeaban las cajas de catering de Mallorca a medio consumir. Y esto no ha hecho más que empezar.