Por lo que suele escribir Ignacio Peyró en sus libros y en sus columnas de El País, cualquiera de sus lectores se hace una idea de lo que le gusta. Y podría pensar que a Peyró –"conservador hasta para ser conservador", según definición propia que dejó escrita en su volumen de diarios Ya sentarás cabeza– le tiene que gustar Julio Iglesias, "único producto universal de la derecha madrileña" junto con el Real Madrid. Y que por eso ha decidido escribir una vida de Julio que con el título de El español que enamoró al mundo acaba de publicar Libros del Asteroide. Pero leyéndolo y hablando con él tampoco parece que le encante Julio Iglesias.

"En el mejor de los casos –él lo sabe–, su música pertenece al género de los placeres culpables", escribe Peyró en la segunda página de su libro. "Sus canciones suenan en el último pico alcohólico de la fiesta, poco antes de que se manifiesten la lujuria desesperada, el hambre de carbohidratos y las ganas de dormir". Y en efecto y por ejemplo, hace pocos días, el dúo de DJs El Cuerpo del Disco pinchaba a Julio al amanecer en el cierre del último Carnaval del Círculo de Bellas Artes de Madrid, cantando en italiano "Venezia a Settembre", versión bailable de 1982 del "Begin the Beguine" de Cole Porter.

¿Pero es entonces Julio Iglesias a estas alturas del siglo XXI un mero artefacto kitsch? Y si es así, ¿por qué ha dedicado Peyró un libro a esclarecer su vida? ¿Acaso con la esperanza de beberse con él alguno de los viejos burdeos que esta estrella universal de la música pop, "el español más conocido del siglo XX tras Dalí y Picasso", atesora en su hacienda de Punta Cana? "Hombre, algo de eso hay", bromea al teléfono mientras pasea después de comer por Barcelona. Es 5 de marzo y está allí promocionando su libro tras una abarrotada presentación en la librería Alberti de Madrid bendecida, entre otros, por Pérez-Reverte, y antes de volver a Roma, donde dirige la sucursal del Instituto Cervantes –algún día deberá contar Peyró, un hombre de derechas que trabajó en Moncloa para Rajoy, el secreto para seguir siendo director de un Cervantes bajo el mando de Luis García Montero, el director más militantemente de izquierdas que ha tenido el Cervantes, y conseguir, además, ser columnista de El País y comentarista en la SER–.

"El cantante necesitaba su cantor"

"Yo había escrito algún artículo sobre Julio, cosas ligeras, antes de 2010, y en los diarios que publiqué en 2020", explica. "Hay un momento en el que el personaje me empieza a hacer una cierta gracia. No me parece Wagner, ni digo que tenga uno que orientar sus patrones estéticos y morales por las elecciones de Julio iglesias, pero existía la mínima simpatía que se puede tener por un tema. Tenía varias ideas, una de ellas era escribir sobre Xavier Cugat, un personaje que me interesa bastante. Pero enseguida corregí el tiro. Me di cuenta de que aquí la pieza mayor, quien necesitaba su rapsoda, era Julio. El cantante necesitaba su cantor".

Ignacio Peyró. | Daniel Ibáñez

Para llevar a cabo su propósito, Peyró trató de comunicarse con Julio Iglesias. Le envió un par de mails, pero no obtuvo respuesta. Tampoco le importó demasiado no hablar con una persona que ya "ha quemado a varios escritores" en el proceso de redactar sus memorias. "No voy a decir que no tuviera interés, pero no quería escribir al dictado, como tampoco quería hacer algo desmitificador o virulento en su contra. Siempre he querido hacer con Julio lo que André Marois con Byron o Disraeli", asegura, ambicioso. Un retrato ponderado, vivo y distanciado y con una predominante intención literaria. Recuperando, de paso, una tradición en desuso que en España cultivaron en el pasado desde Pla a Chaves Nogales pasando por Marino Gómez-Santos.

Pregunta.- Julio Iglesias te ha servido para escribir algo parecido a tu primera novela.

Respuesta.- Es que la suya es una vida absolutamente novelesca, mucho más de lo que pensaba al principio. Cuando tomas distancia, ves cosas que no te habías planteado. Julio Iglesias está además muy presente en la historia de la España contemporánea. Como parte del paisaje, como el fondo de unas montañas, pero mucho más presente de lo que había pensado. Eso sí que me gustó. Su figura permite retratar el desarrollismo y el tardofranquismo. Ese proceso por el cual falangistas como su padre van arrumbando la camisa azul mahón y adoptan el polo de Lacoste.

P.- Un rasgo que se destaca en el libro es una constante indiferencia de Julio Iglesias ante la modernidad. Está en Londres a mediados de los 60 pero no le interesa ni el swinging London ni ninguna de las revoluciones sociales o musicales que están teniendo lugar allí. Su estilo será inmutable, no entiende de eras.

R.- Él me parece que es una de las expresiones más acabadas del conservadurismo estético español, de una cierta pijoranciedad. Él y el Real Madrid son los grandes productos de la derecha madrileña que han triunfado internacionalmente. Yo quería decir ese conservadurismo. No en un elogio ni en una reivindicación ni en una apología, pero sí, de alguna manera, mirarlo sin ira. 

P.- El padre de Julio, el doctor Iglesias Puga, aparece como el personaje clave en esta vida novelesca. Es su modelo en muchos aspectos, como en la sagacidad a la hora de invertir su dinero.

R.- Esta era otra cosa que yo no sabía, y que le da unos matices freudianos que ni me había planteado en un principio. Su vida es un canto a una relación paternofilial fructífera para las dos partes, y también de dependencia durante muchos años. Su padre le hace nacer, le salva la vida y le orienta.

P.- Deshaces un mito fundacional del personaje: no fue el accidente de coche lo que le postró en una cama y acabó con su carrera como portero del Madrid, sino un tumor previo en la espalda. Esto no sé si se había aclarado antes. ¿Qué otras cosas has descubierto leyéndolo todo de Julio para escribir este libro?

R.- Es verdad que lo del accidente no estaba nunca bien subrayado, pero mi verdadera exclusiva en este libro para honrar mi pasado periodístico es la promesa que le hace in articulo mortis a Eduardo Sánchez Junco, dueño de ¡Hola!, de que se iba a casar con Miranda por la Iglesia y de que bautizaría a sus hijos. Lo hizo un mes después y fue el día más religioso de su vida desde que salió del colegio de los Sagrados Corazones. En todo caso, yo no quería hacer una tesis doctoral, tampoco una evaluación artística. No me apetecía, probablemente me faltan conocimientos, ni pretendía insertarlo en una cosa que no me interesa mucho como es la historia del pop español. No he querido convencer a nadie de su grandeza, ni hacer una defensa de Julio, ni escribir el manifiesto de un fan, como lo es de alguna manera mi libro con Valentí Puig. Pero sí quería ofrecer la visión de un escritor, darle un ribetillo al personaje y escribir algo que tuviera un cierto encanto.