Sólo tenían años de polvo y silencio. Habían permanecido ocultos, en la oscuridad, formando parte del exilio artístico de Goya. 231 años después de ser pintados regresan a la luz. Hasta ahora no figuraban en la larga lista de obras del pintor. Eran pocos los que conocían su existencia, sólo quienes los encargaron al genial pintor, sus herederos a lo largo de los siglos y quienes contribuyeron a protegerlos de balas y bombas. Ahora, los tres retratos que un día huyeron de la Guerra Civil a Francia y desde allí a un lugar aún hoy desconocido, han regresado a casa, a la Euskadi que abandonaron a toda prisa en un gran palé de madera junto a otras 2.065 cajas repletas de obras de arte, a bordo del vapor inglés Thurston con destino a Bayona.
Fue el final de las tres obras inéditas de Goya que ahora ‘resucitan’ del olvido. Lejos queda la vida placentera y de esplendor que les rodeó en un palacio señorial del siglo XVIII en las inmediaciones de la localidad vizcaína de Lekeitio. Hasta aquel año de 1936, los tres retratos de Goya formaron parte del catálogo que decoraba el Palacio de Zubieta de la bella localidad costera. Eran parte del patrimonio artístico de sus ilustres moradores, Bernarda Tavira y Cerón Cuevas (Viuda de Fernando Adán de Yarza), cuyo retrato pintó Goya entre 1787 y 1788 en un óleo sobre lienzo, y que acompañó a los retratos de su hijo y su nuera, Antonio Adán de Yarza y María Ramona de Barbachano.
La joven pareja se había instalado en Madrid –donde Goya les pintó los retratos- pero regreso a Lekeitio años después, al palacio familiar de los Adán de Yarza, en 1794. Se llevaron consigo los retratos que se cree que la familia encargó con motivo de su enlace matrimonial. Allí permanecieron expuestos para el disfrute familiar durante más de 140 años. El Palacio de Zubieta se convertiría en un punto de encuentro de nobles y burgueses en los veranos de comienzos del siglo XX. Por allí pasaron la Reina Isabel II y a la empreatriz Zita de Austria y su familia, refugiados en la villa marinera, entre muchos otros.
Tras su muerte, la pareja dejó el legado a su hijo, Mario Adán de Yarza y la que sería su mujer, Teresa Mazarredo y estos a su vez a su única hija, María Adán de Yarza, nacida en Bilbao en 1883. Fue ella la que terminaría por salvar las tres obras de Goya durante décadas. Aquellos retratos de sus abuelos y su bisabuela eran valiosos.
En 1920 murió su madre y sólo siete años más tarde su madre. En 1927 María Adán de Yarza no sólo se hizo responsable del Palacio de Zubieta sino también del importante patrimonio familiar y en especial, del artístico, del que sobresalían los tres retratos de Goya y a los que les esperaba una vida azarosa.
Una década después, la amenaza se cernió sobre ellos con el estallido de la guerra civil. El ‘Gobierno de Euzkadi’, constituido el 7 de octubre de 1936, creo una dirección de Bellas Artes que se encargaría de proteger y salvaguardar el patrimonio de instituciones y particulares obras valiosas que pudieran ser confiscadas o dañadas por la contienda. Entre ellas figuraban los tres retratos de Goya. Después de más de un siglo en Zubieta, las obras fueron depositadas en un lugar seguro en Bilbao, del que saldrían poco después, de modo precipitado, ante la inminente caída en manos de las tropas franquistas de la capital vizcaína. El palacio donde reinas, emperatrices y nobles habían disfrutado de los veranos era para entonces sede o cuartel para las tropas de Acción Vasca o de milicianos del Partido Comunista.
Antes de la caída de Bilbao las tres obras se habían dispuesto en una caja de madera con un único remitente: “Governemen of Euskadi” (sic) “Delegación de Euzkadi (Nº10) Bayona. Z.K.J”. Poco después, en noviembre de 1936, fue la propia María Adán de Yarda, acompañada de su inseparable Cristina Morrisey, la institutriz inglesa que le había educado desde niña, embarcaron en un torpedero inglés camino de San Juan de Luz. Allí se exilió para siempre, en Biarritz. Su deseo de regresar un día a Zubieta jamás se cumplió. En vida perdió parte de su patrimonio –que sólo recuperó en parte muchos años después-, incautado por las tropas franquistas que le acusaron de mantener una conducta favorable al PNV y contraria al nuevo régimen.
Al menos, María Adán de Yarza recuperó gran parte del que el Ejecutivo de José Antonio Agirre logró salvaguardar en el país vecino, entre ellos los tres retratos de Goya pintó a sus antepasados.
Adán de Yarza falleció en 1947, con 64 años, en su exilio de Biarritz. Desde entonces, sus herederos, José María Solano Gil Delgado, ya fallecido, y su viuda, Bibiñe Belaustegigoitia han mantenido su legado y su patrimonio. En él sobresale aún hoy los tres retratos de Goya. Ha sido Belaustegigoitia la que ha hecho posible que las tres obras que un día abandonaron el Palacio de Zubieta ocultas en una caja de madera camino del exilio artístico puedan ser exhibidas y conocidas por el gran público.
Las escasas menciones literarias y periodísticas que sobre los tres trabajaos existían hicieron que un buen día, a comienzos de los 90, la experta en la obra de Francisco de Goya, la británica Juliete Wilson-Bareau, se preguntara por el destino de aquellas tres obras casi desconocidas y jamás expuestas en público. Herederos y experta contactaron. Tuvo el privilegio de observar los retratos que Goya pintó en Madrid en 1787 en el mismo lugar donde se guardaban a buen recaudo y que aún hoy se ha mantenido en secreto.
Aquella visita fue el comienzo de la vuelta a la vida de Bernarda Tavira, su hijo Antonio Adán de Yarza y su nuera María Ramona de Barbachano. Tras certificar su autenticidad, Juliet insistió en la necesidad de que dejaran atrás aquel exilio al que la guerra les forzó. Y de hacerlo, debería ser a la Euskadi en la que un día fueron exhibidas entre reyes y nobles en un palacio familiar. El Museo de Bellas Artes de Bilbao, a escasos 55 kilómetros del Palacio de Zubieta, era el lugar ideal, y su director, Miguel Zugaza, un mediador adecuado para preparar la operación retorno y reparación de las tres piezas.
El plan pasaba por buscar la complicidad del Ministerio de Cultura para facilitar sin consecuencias para sus dueños la entrada de un patrimonio que permanecía hasta ahora oculto. Después llegó la restauración de los tres retratos, en muy buen estado de conservación, a los que apenas se ha tenido que eliminar capas de polvo y sedimentación y del que se conservan y exhiben no sólo en sus telas y bastidores originales sino junto al mismo embalaje de madera que un día los salvó. Hasta el próximo mes de septiembre, en la sala ‘W’ de la exposición ABC del museo de Bellas Artes, los tres retratos volverán a ver la luz con la que un día los pintó hace 231 años Francisco de Goya y Lucientes.
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