Sugerente y elegante, como una melodía de swing jazz, transcurre el arte de Alex Katz (Nueva York, 1927) por los pasillos del Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid. La vigorosa grandiosidad de sus cuadros contrasta con la sencillez y el encanto de sus imágenes que, más que abrumar, te invitan a explorar un universo de delicada belleza. La obra de Katz es el reflejo de otra época, un presente distinto pero no por ello menos vivo, gracias a la materialización de su espíritu en pintura.
Un gigantesco retrato de su mujer y musa, Ada, da la bienvenida a la exposición con una impecable sonrisa acarminada que casi se funde con el rojo intenso del fondo (The Red Smile, 1963). Las imponentes dimensiones, la intensidad cromática y la importancia del dibujo son algunas de las características que predominan en esta obra y en el resto de las cerca de 40 que completan la muestra.
Esta retrospectiva del artista estadounidense permite tener por primera vez en España una exposición capaz de abarcar seis décadas en la trayectoria de uno de los grandes pintores norteamericanos de los últimos tiempos.
Mientras la tendencia hacia la abstracción de visionarios como Pollock, de Kooning o Rothko parecía monopolizar la creación de un estilo genuinamente estadounidense en los 50, Katz encontró en la figuración la mejor manera de reflejar el espíritu de su tiempo.
La perfección geométrica de las formas, la moda prêt-à-porter y la gestualidad contraída de anuncio publicitario reflejan un estilo de vida del que Katz ha sido testigo y partícipe a través de su pintura. Algunos lo erigieron como el abuelo del Pop Art, por su demostrada influencia en artistas como Andy Warhol, pero más que reflejar los ideales de la cultura de masas, Katz se centra en pintar aquello que forma parte de su entorno, esa alta sociedad neoyorkina refinada y chic que frecuenta el SoHo, bebe gin-tonics y fuma finos y estilosos cigarrillos.
Dice el pintor que “el arte representa la energía de la cultura”, y la energía que desprenden los cuadros de Katz guarda un regusto amargo por la expresividad ilusoria de sus miradas, a veces aisladas y otras esquivas, en posturas y encuadres que acentúan el aislamiento de sus protagonistas, recordando en algunos momentos a las obras de Hopper (The Cocktail Party, 1965; The Light I, 1975; Up in the Bleachers, 1983). La insatisfacción siempre parece sentar un poco mejor a los que la sufren cuando va camuflada de glamour.
Sin embargo, el artista neoyorkino se guarda de insinuar cualquier tipo de reprobación o crítica, simplemente trata de mostrar lo que ve. “Pinto a gente fumando y bebiendo porque esos son los gestos que representan mi tiempo”, explica el propio Katz, que siempre ha evitado hablar del aspecto político o sociológico de su obra.
El arte de Alex Katz es como un relato de John Cheever, espejismo de éxito y felicidad; es una soleada mañana de domingo en Central Park con jersey de cuello vuelto y gafas de sol, un cuarteto de Benny Goodman sonando en un cóctel a media tarde con vistas al skyline de Manhattan, un cigarro con traje y maletín antes de volver a casa tras un día entero en la oficina.
Pero no solo de retratos vive este recorrido, el paisajismo es el otro gran tema de la muestra. Un paisajismo colorido y de composición minimalista, pero cuya inmensidad tiene un estimulante efecto envolvente y evocador. Motivos vegetales, flores y bosques, atardeceres y luces de ciudad completan su obra, creando de forma orgánica un universo katziano en el que el visitante se sumerge gracias a la frontalidad interpelante de su pintura y los límites entre la abstracción y la figuración.
A pesar de que el reconocimiento le llegó tarde, este viaje a través de la obra de Alex Katz permite alcanzar una visión panorámica de un artista que abrazó y confió en la figuración para obtener una forma de expresión tan potente y estimulante como la que se le presupone a la abstracción. La pintura del artista neoyorquino logra inmortalizar una parte importante del imaginario cultural occidental necesaria para entender la sociedad actual.
La exposición organizada por el Museo Thyssen, comisariada por Guillermo Solana y confeccionada con el beneplácito del propio Katz, podrá visitarse hasta el 11 de septiembre en Madrid, antes de que gran parte de su obra vuelva a cruzar el charco para protagonizar otra gran retrospectiva en el Guggenheim de Nueva York.
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