La historia del siglo XX es la historia del proletariado y las grandes revoluciones populares. Un recorrido a través del hombre común tratando de sobreponerse a un inestable cóctel de crisis, guerras e injusticias sociales. Más allá del relato histórico, el arte y su permeabilidad ante la realidad hace que muchas veces se convierta en la mejor forma de encontrar los rastros del pasado. Quizá no sea esta la manera más objetiva ni rigurosa de acercarse a la historia, afortunadamente no es esa su prioridad, pero sí es, por lo menos, la más humana. Esto es lo que ocurre cuando echamos un vistazo a la obra de Ben Shahn (Kaunas, Lituania, 1898 — Nueva York, Estados Unidos, 1969). El artista de origen lituano pasó la mayor parte de su vida en Estados Unidos retratando a las clases más humildes, encontrando en estos protagonistas inadvertidos el verdadero sentido para su arte y su vida.
Así se puede ver en la gran retrospectiva que le dedica en Madrid el Museo Reina Sofía (del 4 de octubre al 26 de febrero), la primera en nuestro país de un artista cuya obra lleva sin verse en este formato en Europa desde 1963. Bajo el sobrenombre de De la no conformidad, cerca de 200 obras procedentes de 50 museos, galerías, archivos y colecciones privadas de Estados Unidos y España, así como abundante material documental y fotografías completan esta visión panorámica de la producción y la vida de Ben Shahn desde los años treinta hasta su muerte a finales de los sesenta.
Artista de formación principalmente autodidacta, Shahn fue aprendiz de litografía y los medios expresivos que utilizó abarcan desde el temple, a las acuarelas y gouaches, una interesante producción de carteles y murales, y un auténtico interés por la fotografía documental. A lo largo del recorrido que propone el Reina Sofía se pueden observar todas estas inquietudes temáticas, expresivas y formales.
Crisis económica, sequía, inflación, guerra, extremismo político, discriminación. Los temas que trata el pintor lituano no distan tanto de los que perduran en el día a día de la mayoría de las personas en el presente. En esa relevancia actual de su obra se apoya la comisaria de la exposición, Laura Katzman, para marcar uno de los objetivos de esta retrospectiva. También pretende poner en valor la complejidad del realismo social, muchas veces denostado por su superficie propagandística y por su convivencia con el auge del Expresionismo abstracto. Y sobre estas reivindicaciones orbita una de las exposiciones estrella de la temporada en el Museo Reina Sofía.
El pintor del New Deal
De origen judío lituano, su familia emigró a principios del siglo xx a Estados Unidos y pronto despuntó como un artista comprometido políticamente en la Farm Security Administration durante en New Deal. Fue a partir de entonces cuando desarrolló un interés por el realismo social y la denuncia de la situación de las clases bajas agravada por la Gran Depresión y especialmente el Dust Bowl en las zonas rurales.
Muy crítico con las consecuencias del capitalismo, Shahn fue un firme defensor de las políticas de Roosevelt. En esta primera etapa se pueden observar algunas de las características más icónicas de su pintura. La primera es un figurativismo que nunca abandonó y el énfasis expresivo. Aunque sus personajes representen una simplicidad que podría ser catalogada como naif, es admirable su capacidad para captar la individualización de cada rostro, demostrando auténtica devoción por el detalle, explorando en sus emociones, sus gestos y su personalidad, con un tono casi caricaturesco que recuerda al expresionista Grosz. Sin embargo, en su primera época los tonos son más bien apagados, la utilización del color es más bien austera y predominan los fondos planos.
Shahn muestra la crudeza de la pobreza sin caer en el morbo, elogia las virtudes de la clase obrera sin fingir heroicidad y tiene un gran sentido del humor en el que también caben la sátira y la ironía. Su mirada parte del cariño hacia sus humildes protagonistas, retratando la cotidianidad y naturalidad de su día a día. La exposición incluye el material fotográfico y de documentación que utilizaba Shahn a base de la fotografía callejera y documental que él mismo hacía con su Leica de 35 mm.
Europa y la Segunda Guerra Mundial
A partir de la segunda mitad de los años treinta, el estilo del artista se ve fuertemente influenciado por el cartelismo de la época, pero lejos de representar ideales abstractos, sus personajes mantienen una personalidad propia. Además, en sus composiciones hay una intención historicista clave, las personas a las que retrata están siempre condicionadas por su tiempo, más allá de la ropa, el entorno o las referencias al modo de vida, Shahn incluye pistas sobre su momento concreto (carteles electorales, publicidad, listas de precios).
A partir de este carácter propagandístico,en una clara alusión a la gente humilde del campo y la ciudad, los murales de principios de los cuarenta emulan la expresividad pétrea del realismo soviético, aunque se muestra más sobrio en cuanto a la glorificación comunista del trabajo.
En los años cuarenta también comienza a introducir composiciones algo más rompedoras y más elementos de contraste en el color. Temáticamente se implica de lleno en la Segunda Guerra Mundial tomando un papel muy activo por la intervención estadounidense. Aquí destaca su alianza con los trabajadores franceses y la representación de una Italia en ruinas como símbolo de la destrucción de los valores europeos.
El simbolismo introspectivo de la posguerra
Tras el enérgico desgaste que supuso la guerra para aquellos artistas que se comprometieron de una forma tan activa, llegó el momento de reflexión e introspección. A partir de entonces, la obra de Shahn se vuelve más lírica y melancólica, sigue siendo figurativa pero incluye elementos de la abstracción, influido por la ola de Expresionismo abstracto que empezaba a dominar la escena estadounidense.
Como judío, se siente directamente aludido por el horror del holocausto pero prefiere tratarlo de forma alegórica en sus cuadros. Su obra se vuelve más introspectiva, buscando refugio en esa infancia perdida, recurriendo a la inocencia de escenas más sencillas, menos grandilocuentes. A partir de los años cincuenta desarrolla una profundidad psicológica más oscura, donde los tonos fríos se adueñan de los rostros, como ocultando sus pensamientos, haciendo un juego de identidades entre caras que se multiplican y acentúan esa confusión intrínseca a los años de la Guerra Fría.
El retorno espiritual y la implicación en los derechos civiles
El viaje a través de la exposición es histórico, artístico, emocional y también espiritual. La última etapa de Shahn como pintor refleja las inquietudes filosóficas de un artista que regresa a sus raíces. Es entonces cuando las inscripciones hebreas inundan sus lienzos e indaga, a través de las referencias a las escrituras bíblicas de su infancia, en sus preocupaciones personales.
Su obra tardía está llena de espiritualidad y liricismo, pero no se separa de sus implicaciones sociales. Pues en sus últimos trabajos también se puede ver la preocupación por temas como la Guerra de Vietnam, la denuncia del colonialismo y la defensa de los derechos civiles.
Y es que esta idea del inconformismo, elegida como hilo de la exposición, es clave en un artista como Ben Shahn, cuya necesidad de confrontar distintas ideas y concepciones sobre lo que es el progreso proviene de un humanismo radical. Prefirió dedicar su obra a asuntos como la dignidad personal, la lucha contra la intolerancia o la denuncia contra los autoritarismos haciendo valer lo más importante que puede haber para un artista, su visión individual. Gracias a ello hoy en día tenemos un retrato global de los problemas que asolaron al verdadero protagonista del siglo pasado, el proletario.
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