Hay en Módena un cementerio que es como un paisaje metafísico hecho realidad. Una pintura de Giorgio de Chirico adonde los habitantes de la ciudad de Ferrari y del vinagre balsámico acuden a recordar a sus deudos. San Cataldo, una de las obras maestras de Aldo Rossi, es, posiblemente, el cementerio más bello del mundo, aunque lo sea más en los papeles, en los planos y en los dibujos, que en la versión finalmente construida.
Hay infinidad de cementerios bellos que merecen una visita. El del Bosque de Estocolmo, patrimonio mundial de la Unesco. Los míticos cementerios parisinos –Père Lachaise, Montparnasse–. Los pequeños camposantos urbanos de Berlín que funcionan también como parques. O los 90 cementerios de los aliados de la Primera Guerra Mundial en las orillas del Somme, con memoriales como el australiano de Villers-Bretonneux, obra de Edwin Lutyens. En España se pueden mencionar esa montaña dedicada a los muertos que es la cara sur de Montjuïc, otro cementerio con vistas al mar como el de Luarca; sin salir de Asturias, el recoleto camposanto flotante de la ría de Niembro, en Llanes; o el extraordinario cementerio de Igualada diseñado por Enric Miralles.
Pero no hay un cementerio como San Cataldo. En Módena, Rossi ensayó una profunda reflexión alrededor de lo que supone dar a los muertos un lugar en el mundo cuando los vivos ha perdido la fe en la vida eterna.
El decorado de la vida
Aldo Rossi, primer italiano en recibir el Premio Pritzker (1990), construyó poco, pero fue uno de los arquitectos más influyentes del siglo XX. Con libros como La arquitectura de la ciudad (1966). Con su labor académica en las escuelas de Venecia, Milán, Zúrich o universidades de Estados Unidos como Yale, Cornell o Harvard. También con un puñado de proyectos visionarios, como su primera obra construida, el complejo de viviendas del barrio Gallaratese de Milán o el flotante Teatro del Mondo que diseñó para la Bienal de Venecia de 1979-80. En España tuvo muchos discípulos, pero solo construyó, en colaboración con César Portela, el Museo del Mar de Galicia, en Vigo, concluido después de su muerte en 1997. Su interpretación clasicista de la modernidad moldeó el canon arquitectónico del último tercio del siglo XX.
Rossi tenía una idea escenográfica de la arquitectura: los edificios son el decorado de la vida humana, los espacios que permiten que la vida suceda, que tenga lugar "todo lo imprevisible de la vida", que "favorezcan el acontecimiento", tal y como dejó escrito en su Autobiografía científica, un precioso libro en el que anota caótica y poéticamente sobre su vida y su oficio.
La "casa de los muertos"
El arquitecto que se había ocupado de los espacios para la vida quiso hacer lo propio con la muerte. En 1971, se presentó al concurso para la ampliación del cementerio de Módena, y lo ganó. En una parcela adyacente, con el cementerio judío de por medio, reprodujo la planta del gran recinto neoclásico preexistente, un enorme perímetro porticado que rodea la explanada central donde se ubican las tumbas de suelo.
Rossi planteó su "casa de los muertos" como un conjunto de edificaciones abandonadas. Fue su manera de representar la melancolía de la muerte. El conjunto está conformado por largas y depuradas galerías con ventanas rectangulares y tejados a dos aguas. En el centro, una gran torre cónica, como una chimenea, y un monumental cubo rojo debían articular una gigantesca espina dorsal de la que salían como costillas las hileras de columbarios.
De lo previsto y dibujado en el proyecto se construyó solo una parte. Se renunció a la torre, y el cubo ha quedado como el elemento que domina el conjunto. Un cubo que es una casa sin suelo ni tejado, con ventanas sin marco, que recuerda al Palazzo della Civiltà Italiana del barrio EUR en Roma, o al gran volumen de ladrillo del Ministerio de Trabajo en Madrid.
San Cataldo quedó inconcluso, pero poco importa. El proyecto siempre buscó ese aire de monumento abandonado, y el vacío y las ausencias no hacen sino subrayar el sentido del conjunto. "He visto cómo la primera ala del cementerio de Módena se ha llenado de muertos, y, con ellos, sus fotografías blancas y amarillentas, los nombres y las flores de plástico ofrecidas por la piedad familiar y civil; todo esto da al cementerio su significado único", escribía Aldo Rossi en 1979. "Así, después de muchas polémicas, todo vuelve a ser la gran casa de los muertos, donde la arquitectura es un fondo apenas perceptible para el especialista. Para ser grande, la arquitectura debe olvidarse".
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