La llegada del siglo XX y sus vanguardias eclipsaron a muchos de los grandes artistas que las precedieron. Hasta tal punto, que la historia del arte ha tenido que hacer un ejercicio de arqueología histórica para recuperar a algunos de los pintores más prestigiosos del siglo XIX. Ellos fueron los dueños de las grandes exposiciones, los salones y de un mercado internacional en auge. En su día ganaron el mundo entero, pero después la posteridad no los trató tan bien.
Considerando que ya habían sido recompensados en vida, la historia relegó a muchos de estos virtuosos de la pintura a una consideración menor que la de sus experimentales sucesores. Grandes artistas como Antonio Gisbert, Francisco Pradilla o el propio Joaquín Sorolla ocuparon un lugar secundario hasta que llegó la reivindicación de su legado. A este grupo perteneció también Ulpiano Checa, uno de los artistas internacionalmente más cotizados de su generación y cuyo legado fue prácticamente olvidado tras su muerte.
"Tuvo la desgracia de morir en Francia en plena Primera Guerra Mundial y su muerte quedó opacada por las circunstancias históricas. Al final, era un pintor que en Francia era español y en España se le tenía como francés. Tampoco se adscribió a ninguna corriente pictórica y, unido a que en aquella época estaban todas las tendencias emergentes: impresionismo, postimpresionismo, inicio del cubismo...; su legado se acabó perdiendo", explica Ángel Benito, director del Museo Ulpiano Checa (MUCH), en declaraciones para El Independiente.
Este humilde pero notable museo, situado en su Colmenar de Oreja natal, se ha puesto como misión recuperar el prestigio y el reconocimiento de su artista más ilustre. Un pueblo situado al sureste de Madrid que, cuando nació Checa, a mediados del siglo XIX, apenas contaba unos cinco mil habitantes. En aquel entonces, el pintor tuvo que emigrar para crecer. Primero a la Academia de Bellas Artes de San Fernando, apadrinado por José Ballester, marido de una vecina de Colmenar, que regentaba el Café de la Concepción, en la Corredera Baja en Madrid. Allí despuntó rápido y obtuvo una beca para ir en 1884 a Roma y aprender de los clásicos, experiencia que marcó su carrera para siempre.
Ulpiano Checa, el éxito de un pintor internacional
Regresó a España para deslumbrar a todos con un cuadro inspirado, precisamente, en un episodio crucial en la historia de La ciudad eterna: La invasión de los bárbaros. Aquel cuadro le valió la primera medalla en una Exposición Nacional de Bellas Artes de Madrid de 1887 en la que participó también un joven Joaquín Sorolla que no aceptó el certificado honorífico que se le concedió. Aquella fue la última vez que Ulpiano Checa expuso en nuestro país. Tras el éxito se mudó a París y consiguió la tercera medalla en el Salón de París de 1890 con su obra más famosa y reproducida: Carrera de carros romanos. A partir de ahí, el mundo era suyo. El de Colmenar se dedicó a vender obra por todo el planeta y se convirtió en uno de los pintores más cotizados de su tiempo.
"Fíjate si lo era, que en 1902, Checa hizo un primer viaje a Argentina, y estaba por ahí también el marchante de Sorolla, el conde de Artal, que le escribió diciéndole: 'Joaquín, estoy en Buenos Aires, he conseguido muchos contratos y encargos, pero no te puedo confirmar los precios porque anda por aquí Ulpiano Checa y Raimundo de Madrazo', que eran los tres españoles que se repartían el mercado internacional del arte", cuenta Benito como anécdota.
Sus cuadros fueron a parar a las mansiones y colecciones privadas de una burguesía pujante cuyo interés en el mundo del arte favorecido por el creciente mercado internacional. Coincidiendo con la moda de la época, sus obras eran en su mayoría sobre grandes temas épicos, se convirtió en el pintor que imaginó escenas de novelas históricas como Ben-Hur, Quo Vadis? o Los últimos días de Pompeya, hasta tal punto que ha sido referencia para sus posteriores adaptaciones al cine. Pero también abordó motivos modernistas como las Manolas, el interés orientalista o el costumbrismo realista.
Su cotizada firma fue utilizada para ilustrar libros, como el El Generalife, de Zacarías Astruc, y carteles como el de Andalucía en tiempo de los moros, que presidió el pabellón español en la Exposición Universal de 1900 en París. En Estados Unidos fue portada de la prestigiosa Scribner's Magazine con Desafortunado encuentro, una obra de marcado carácter simbolista que refleja la imparable carrera entre la tradición y la modernidad.
"La carrera de carros romanos, basada en el Ben-Hur de Lewis Wallace, fue un boom a nivel editorial, tenemos localizados al menos treinta ejemplares de publicidad que la usaron. El cuadro original pensamos que está en algún palacio campestre de Gales o de Escocia, medía 3x5 metros. Este cuadro recorrió el mundo entero", asegura el director del museo. Su fama como experto en representar escenas romanas fue tal que, cuando se hizo la primera representación de Quo Vadis? en París, fue el encargado del montaje escénico.
Colmenar de Oreja, un pueblo volcado con su gran artista
A pesar de esta vocación de artista internacional, el compromiso con su pueblo siempre estuvo ahí, a donde volvía prácticamente cada verano para visitar a su familia. De hecho, aunque murió lejos de su tierra, pidió ser enterrado en el cementerio de Colmenar de Oreja. Una relación de ida y vuelta que sus paisanos han sabido cuidar haciendo de su arte el gran orgullo del pueblo. Con la intención de honrar su memoria, el ayuntamiento abrió en 1945 el primer museo municipal dedicado a su pintor con una pequeña sala para mostrar algunas de las obras donadas por sus herederos. Desde entonces, dos remodelaciones en 1993 y 2009 han hecho de este museo lo que es hoy en día. Una hazaña prácticamente impensable para un pueblo de estas dimensiones, que ha sabido unir esfuerzos para invertir en el valor artístico de su hijo predilecto.
Los últimos días de Pompeya, expuesto en el Museo Ulpiano Checa de Colmenar de Oreja
"Se invirtió gran parte de los ingresos generados por las plusvalías y el boom urbanístico en la creación de museo, la investigación y la adquisición de la obra. Actualmente hay expuestas unas 200 obras, de las cuales el 70% son propiedad del ayuntamiento y el resto son depósitos de instituciones como el Museo del Prado, la colección privada de Carmen Thyssen o el Museo de historia de Madrid. Para el pueblo es una apuesta sentimental, todo el mundo en el pueblo lo siente como suyo. Además de eso, en Colmenar hay un teatro del siglo XIX con una tradición muy importante en el que hay dos compañías estables que donan gran parte de la recaudación de las entradas a la compra de obra de Checa. De hecho, hay 15-20 obras que son donaciones de estos grupos de teatro", explica Benito.
Colmenar de Oreja está totalmente volcado con recuperar el legado de su pintor, tanto es así que, cuando Wes Anderson aterrizó en el pueblo para grabar su Asteroid City en 2021, el ayuntamiento llegó a un acuerdo con su productora para que donaran un cuadro al museo. Sustituyeron las tasas de rodaje y facilitaron al equipo de Anderson el acceso a las localizaciones necesarias a cambio de la donación de Crepúsculo, una obra que en esos días se estaba subastando en Madrid.
Y es que los colmenaretes no pierden una sola oportunidad de recuperar una pieza de la repartida obra de Ulpiano Checa. "Es un trabajo muy complicado, porque al principio apenas había documentación y, de hecho, seguimos en ello. Tenemos la suerte de que en la asociación de amigos del museo hay gente muy valiosa que llevan una exhaustiva documentación de todo lo que se vende, se subasta y se saca", reconoce con orgullo su director.
Con este afán de cazatesoros han llegado hasta Hollywood, de donde rescataron, por ejemplo, alguna de sus esculturas romanas. "Comprar obra de Checa tiene una cosa positiva y es que el museo crece y su obra se conoce más, pero en el momento en el que el vendedor sabe que hay alguien interesado, el precio sube", admite Benito.
Una revalorización que ha convertido al museo de Colmenar en una referencia también internacional. No en vano, tres de sus obras de tema ecuestre, El barranco de Waterloo, El rapto de Proserpina y Crepúsculo, van a estar expuestas este verano en una exposición en Versalles, sede de las pruebas de hípica en las Olimpiadas de París. Préstamo que comparte con instituciones tales como el Prado, el Louvre o el Metropolitan. Como una especie de justicia poética que ha devuelto parte del prestigio que hizo de Ulpiano Checa uno de los artistas más codiciados del siglo XIX.
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