Algo está pasando en el complejo sistema que mueve el arte contemporáneo. Hasta ahora, parecía que los grandes nombres y las grandes marcas eran suficientes para mantener el tipo, incluso en un contexto como el que dejó tras de sí la pandemia. Al menos así era hasta que una galería tan histórica como Marlborough ha sorprendido a todo el mundo con el anuncio del cierre definitivo en junio de todas sus sedes.
"Tras una larga y cuidadosa reflexión, hemos tomado la decisión de que ha llegado el momento de poner fin a nuestra empresa tras casi 80 años. Estamos profundamente agradecidos a todos los artistas que han formado parte del corazón de Galería Marlborough y de su legado", reza el comunicado transmitido por la galería.
Este adiós supone el final de una forma de fomentar el coleccionismo que ha marcado la segunda mitad del siglo XX y un legado por valor de 230 millones de euros que será vendido en un proceso de liquidación que comienza desde este momento.
Fundada en 1946 por Frank Lloyd y Harry Fisher en el Londres de la postguerra, rápidamente se asoció con la aristocracia británica a través del Duque de Beaufort, David Somerset. A partir de ahí, construyó su prestigio a base de una apuesta firme por obras maestras de finales del XIX y firmas como Degas, Signac, Monet, Pissarro, Van Gogh o Renoir.
Y con esa pretensión de llevar siempre a los grandes se ha caracterizado siempre por estar a medio camino entre los nuevos clásicos y la alta vanguardia, con una clara predilección por el figurativismo de firmas tan representativas como Francis Bacon o Lucian Freud, pero también con una apuesta firme por la abstracción moderna de artistas tan icónicos como Pollock o Rothko. Oskar Kokoschka, Henry Moore, Paula Rego, Louise Bourgeois o Dale Chihuly son solo algunos del resto de nombres que engrosan la nómina que ha llegado a manejar Marlborough.
Marlborough en Madrid, la primera vez que una grande se fija en España
La casa inglesa abrió su segunda sede en Nueva York en los años sesenta y después de aquello puso sus ojos en España, un país sin mucha tradición coleccionista y prácticamente olvidado para las multinacionales galerísticas. Abrieron su sede en Madrid en 1992 con una exposición monográfica dedicada a Francis Bacon, que resultó ser su última muestra organizada en vida, ya que quedó para siempre maldita por su fallecimiento seis meses antes de la inauguración en la capital española.
El espacio que ha ocupado hasta ahora Marlborough en Madrid, diseñado por el arquitecto neoyorkino Richard Gluckman, hace de su galería una de las mejor ubicadas y agradables de visitar, con unas capacidades expositivas envidiables. Más tarde se abrió la de Barcelona en 2006, y durante todo este tiempo han apostado con fuerza por el talento nacional, propiciando así un camino de ida y vuelta con el mundo anglosajón, pero también por su radio de influencia que ha llegado a capitales artísitcas como Roma, Zúrich, Toronto, Montreal y Tokio.
Juan Genovés fue el primer fichaje de la galería antes incluso de llegar a Madrid y desde entonces han representado a artistas españoles o hispanoamericanos de la talla de Antonio López, Fernando Botero, Manolo Valdés, Luis Gordillo, Soledad Sevilla, Rita Ponce de León o Alfonso Albacete, quien protagoniza ahora mismo en Madrid la novena muestra dedicada a su obra.
El legado que deja una galería como la Marlborough para el arte contemporáneo español es prácticamente incalculable a nivel de repercusión internacional y valorización de nuestros artistas. Pero también por su implicación y colaboración necesarias con instituciones y museos de todo el territorio español para que se hayan podido ver exposiciones como la retrospectiva «Paula Rego» en el Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía (2007); «Richard Estes: La sensualidad de lo real» en el Museo Thyssen-Bornemisza de Madrid (2007); «Francis Bacon» en el Museo Nacional del Prado (2009); o la primera retrospectiva dedicada a Eduardo Arroyo tras su muerte en la Fundación Bancaja de Valencia (2024).
Ahora se abre un período de incertidumbre en el coleccionismo europeo
El cierre de una histórica como la galería Marlborough abre ahora muchas incógnitas en el terreno del coleccionismo occidental, ya que si una grande con grandes artistas puede caer de esta manera es porque algo está ocurriendo. Más allá de la crisis de la pandemia que les hizo amagar con perder su sede en Nueva York o la reciente salida de dos de sus firmas estrella: Frank Auerbach y Paula Rego. Las razones de su cierre se antojan un poco vagas.
Se habla de que se han quedado anticuados al no haberse adaptado a los nuevos lenguajes más experimentales, en un momento en el que la fiebre por los NFT ha estado sobrevolando las grandes casas internacionales. Aunque parece que el desplome de su valor especulativo ha apagado un poco la locura por los tokens no fungibles. Lo que sí es una realidad es que el coleccionismo tradicional europeo y occidental en general ha perdido relevancia con la entrada al mercado de los compradores asiáticos y de Oriente Medio y la correspondiente inflación. Así como el cambio de paradigma con respecto al tipo de arte que buscan estos nuevos compradores.
Galerías como Marlborough se han quedado fuera de este gran pastel que es el mercado asiático y con sus compradores habituales no les basta. Sin embargo, su cierre se produce prácticamente un año después de que otra gran multinacional como Opera Gallery, con presencia en ciudades como Dubai o Hong Kong, haya aterrizado en la capital española para aprovechar su situación estratégica con respecto al mercado latinoamericano.
Precisamente, las últimas ediciones de ARCO, a las que Marlborough ha llevado algunas de las obras con más valor de la feria, han reflejado un cambio significativo en la relación que España busca mantener con el coleccionismo internacional, dando una imagen de seriedad, centrándose en el negocio y dando cada vez más entrada a la influencia del mercado latinoamericano. Por eso cuesta creer que el buen hacer de la galería en nuestro país haya sido el detonante de su cierre y la razón tenga más que haberse visto arrastrados por la propia matriz.
Está por ver lo que significa para el resto del engranaje este pequeño temblor que se ha llevado por delante a una histórica como Marlborough y cómo afecta a la aparente crisis que subyace en un sistema tan complejo como es el mercado de arte contemporáneo.
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