A Henri Matisse le dijeron que no llegaría a nada. Ya de niño, su imaginación le hacía habitar en páramos poblados por figuras que danzaban despreocupadas. Su padre, con zurras y palizas, le hacía volver a lo terrenal, al mundo real. Le recriminaba sus "tonterías" cuando lo veía pintar y le instaba a estudiar la carrera de Derecho en París. Pero en su hijo hacia tiempo que se gestaba el germen del artista. El embrión de la fantasía. Resulta divertido imaginar la cara del hombre cuando su hijo acabó por ser uno de los artistas más ricos y apreciados de toda Francia.

Este año se cumplen 70 años del fallecimiento de Matisse y las dos grandes ciudades españolas no han querido dejarlo terminar sin rendir homenaje al gran genio del color. La Fundación Canal inaugura este miércoles 23 de octubre la exposición Matisse Metamorfosis. Esculturas y dibujos, con la que da a conocer la faceta artística menos conocida del francés: la escultura. Por su parte, la Fundació Miró de Barcelona estrenará el viernes 25 de octubre su MiróMatisse. Más allá de las imágenes, explorando la relación del artista francés con otro de los grandes del arte español, Joan Miró.

La metamorfosis madrileña

Si bien se le conoce por representar el fauvismo, la primera vanguardia histórica del siglo XX centrada en el uso impresionista del color, Matisse hizo también sus pinitos en la escultura, haciendo gala de una calidad extraordinaria y estilo muy personal, con la impronta propia de la modernidad que le había tocado vivir.

Henri Matisse. Desnudo apoyado sobre las manos, 1905. Bronce fundido a la cera perdida con pátina marrón. Donación de Marie Matisse al Estado francés para depósito en Museo Matisse de Niza, 1978. Museo de Orsay, París.
Henri Matisse. Desnudo apoyado sobre las manos, 1905. Bronce fundido a la cera perdida con pátina marrón. Donación de Marie Matisse al Estado francés para depósito en Museo Matisse de Niza, 1978. Museo de Orsay, París. | © Succession H. Matisse/ VEGAP/ 2024.

Sus esculturas, ejemplos de ruptura con las narrativas anteriores de este tipo de arte, permiten ver la obsesión del tímido artista por el cuerpo humano (en concreto, el femenino). Si Picasso era una "bestia" en todo lo que se refería al ámbito sexual, Matisse se centraba en lo erótico de la mirada. Era un artista voyeur, dramático e introspectivo que, partiendo del estudio y del conocimiento académico de la figura femenina, llegó a la abstracción más absoluta. Sus dedos moldeaban la masa sobre la que trabajaba y son esas deformaciones humanas impresas sobre el carácter desnudo de la figura las que ahora se dejan ver.

Organizada por la Fundación Canal en colaboración con el Museo Matisse de Niza y con el Kunsthaus de Zürich, la exposición madrileña reúne 33 esculturas de las 84 reconocidas por Matisse que, junto a dibujos, litografías e incluso fotografías y documentos de la época, permiten conocer la ambición de un artista que no dejaba de producir. Un canto a la vida, a la creación y a las relaciones humanas que, en la obra del francés, a todo le dan sentido.

El Miró más francés

El arte bebe del arte. El barcelonés Joan Miró, pintor y escultor pionero del surrealismo, no podría haber sido quien acabó siendo siendo sin antes haberse acercado a la obra de Matisse. Su arte inicial bebía de influencias fauvistas que acabaron por ahogarle en el color. El azul dejó de ser del océano para ser suyo y sólo suyo.

Y es este juego de influencias lo que la Fundació Joan Miró se decide a explorar. ¿Cuánto de Matisse hay en la obra de Miró? ¿Y al revés? ¿Cómo puede el arte unir a dos generaciones tan diferentes (Matisse nació en 1869 y Miró en 1893)? No se trata ya de un juego de poder, sino de un juego de invenciones. Matisse y Miró compartían algo más que una M inicial en sus apellidos: los dos basaron su creación en una ruptura con la tradición occidental. Buscaban ser agentes del cambio y terminaron por ser historia del arte.